Peterloo 8 puntos
Gran Bretaña, 2018.
Dirección y guion: Mike Leigh.
Fotografía: Dick Pope.
Duración: 154 minutos.
Intérpretes: Rory Kinnear, Maxine Peake, Pearce Quigley, Karl Johnson, Alastair McKenzie.
Se exhibe en la plataforma Amazon.
Se conoce como ”masacre de Peterloo” la perpetrada por la caballería británica en la ciudad de Manchester el 16 de agosto de 1819, contra 40 o 50 mil ciudadanos desarmados, reunidos allí por una serie de reclamos civiles. La denominación con que se pasó a la historia surge de fusionar el nombre de la plaza en la que tuvo lugar (St. Peter’s Field) con la batalla de Waterloo, que tuvo lugar cuatro años atrás, como modo de aludir a la magnitud y mortandad del acontecimiento. Más allá de que nació en la ciudad de Manchester e hizo transcurrir allí varias de sus películas, no parece un tema que le siente como un guante a un director como Mike Leigh, que hizo toda una carrera de retratar, con humor y empatía, a la clase media británica contemporánea. El director de Secretos y mentiras había abordado la historia de su país en algunas ocasiones (Topsy-Turvy, Vera Drake, Mr. Turner), pero jamás un hecho de masas de esta dimensión. Estrenada en el Festival de Venecia, Peterloo puede hallarse en la plataforma de Amazon, sello que funge como productor de la película.
Peterloo es una de esas películas que parece construida de atrás hacia adelante. El relato entero parece encaminarse hacia un faro que es su media hora final, dedicada a reconstruir la masacre. Para llegar hasta allí Leigh construye con tiempo y en detalle (la película dura dos horas y media) las posiciones de las distintas fuerzas enfrentadas. Todo comienza, justamente, en la batalla de Waterloo, haciendo foco en un soldadito que es el trompeta del ejército británico, y se va a cerrar circularmente, con lo que en el campo de St. Peter le va a tocar vivir a ese mismo soldado, que en esos cuatro años no se saca el uniforme de encima. En el medio, un relato que atiende tanto a los movimientos del gobierno británico como a la creciente rebelión de los vecinos manchesterianos, que reclaman un lugar que el Parlamento les niega. De naturaleza coral, se podría decir que el protagonista de Peterloo es el pueblo de la localidad del norte, con lo cual bien podría calificarse el film de “populista”, en el buen sentido de la palabra.
Lo que piden los vecinos es representación, lo cual permite ampliar el foco de la historia más allá de su marco específico y universalizarla a todo régimen que abandona a los ciudadanos a su fortuna. La película establece un paralelismo con la Revolución Francesa, equiparando a los ciudadanos de Manchester con la nueva burguesía parisina, y a los representantes de la Corona con el Antiguo Régimen. En un momento aparece un personaje que va a resultar esencial, al punto de que es lo más parecido a un protagonista que presenta la segunda parte de la película. Se trata de Henry Hunt (Rory Kinnear, único actor “con nombre” del elenco), propietario de tierras londinense que apoya, sin embargo, los reclamos que vienen de Manchester, y que será el único orador del acto de aquel 16 de agosto. Más de un vecino desconfía que lo de Hunt sea nada más que pura retórica, y que finalmente quede en nada. Los hechos demostrarán lo contrario.
La reconstrucción de la masacre, desde los preparativos hasta el último vecino muerto, no se parece a nada que haya filmado Mike Leigh anteriormente, y sin embargo está narrada de modo extraordinario. Se trata de una secuencia larguísima y con gran despliegue de masas (el cine de Leigh siempre fue de carácter intimista), que el realizador ejecuta con un detalle y una sensación de realidad infrecuente en films históricos. Mientras Hunt pone como condición de su participación que no vuele ni una piedra, los hacendados de la zona, que están en contra del levantamiento, cargan contra la multitud a caballo. Después, la caballería del Rey vendrá a completar la faena a espadazo limpio, sembrando la muerte, el dolor y el caos entre la multitud, que corre sin saber qué hacer frente al ataque. Leigh narra meticulosamente toda la jornada desde la mañana, cuando la gente empieza a salir de sus casas, hasta el momento en que quedan los últimos sobrevivientes sobre el “campo de batalla” (tres periodistas, que habían venido a cubrir los hechos), incluyendo las escenas de felicidad popular ante el éxito del acto. Éxito que pocos minutos más tarde derivará en lágrimas y muerte. El efecto de identificación que se logra es mayúsculo e inmediato: durante casi media hora, el espectador siente que está ahí, que es uno más de toda esa multitud ensangrentada, teniendo la fortuna de sobrevivir.