“Tomate… pepino… pimiento… cebolla… una puntita de ajo… aceite… sal… vinagre… pan duro… y agua”, contabilizaba una alterada Pepa en Mujeres al borde de un ataque de nervios, mientras los comensales caían como moscas, víctimas del potingue adulterado que devino el gazpacho más famoso del cine. “El secreto está en mezclarlo bien”, remataba ella, y yo sigo al pie de la letra en pos del refrescante y sencillo plato, de fácil y rápida preparación. Con beneficios adicionales como combatir la presión arterial y aliviar la fatiga (que proteja del sol del mediodía ni me viene ni me va, confinada y sin rayo al alcance). Así comienzo otra semana en los fogones, puliendo mis habilidades de amateur con gazpacho sin viciar. Tentada, eso sí, de incluir los 35 somníferos de la receta almodovariana y ofrecerle un vasito al vecino del 2°, que me tiene de los nervios poniendo musiquita en loop y a todo trapo a la hora de cocinar. Que el disco eterno, para más inri, no sea otro que el Unplugged de Maná, creo que llevaría a más de un alma paciente a querer comerse a este hombre crudo entre dos pancitos saborizados. Detalle que me recuerda: en cine se ingería carne humana, involuntariamente, en Tomates verdes fritos (para prepararlos, 1 tomate por comensal, pan rallado, cebolla picada fina, perejil picado, sal de apio); y premeditadamente en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, en Sweeney Todd, en El cocinero, su mujer y su amante… Para no mencionar a la tremenda Béatrice Dalle de Trouble Every Day, de la gran Claire Denis.

Sin solución de continuidad: tengo que preparar asap la carne recién picada que acabo de comprar. Molida es altamente perecedera, me explica el carnicero amigo, y me prohíbe terminantemente freezarla. Plan infalible: preparar un sofrito con tomate, cebolla y morrón (o verduras a elección), sumar la carne, salpimentar a gusto; y usar la mezcla para rellenar unas berenjenas cortadas a la mitad, ahuecadas, para luego espolvorear con queso rallado y al horno, a conseguir un gratinado crocante. Si sobra, habemus base para boloñesa: ñoquis, espaguetis o ravioles quedarán de rechupete, porque -como dijo el tano Fellini- “la vida es una combinación de magia y pasta”. Los minutitos que tarda en suceder la alquimia son buena oportunidad para un cachito de gimnasia, tan recomendada en estos días, con lo que esté al alcance. Colocar las manos sobre la mesada, dar un paso atrás con un pie y flexionar ambas rodillas, reiterar alternando las piernas; o bien, también sosteniéndose de la mesada, jugar al péndulo levantando alternadamente las piernas hacia los costados, trabajando así las caderas sin forzar la espalda; sentadillas y estiramientos tampoco están de más.

El ejercicio, harto sabido, activa el sistema inmunológico, que se puede reforzar además consumiendo lácteos fermentados (yogur, quesos…). En temas vinculados, en mi día ¿mil? de encierro tuve un pequeño momento de sugestión fílmica tras servirme un vasito de leche (la de toda la vida, de vaca, fuente de calcio absorbible, recomendable en toda dieta equilibrada, si no hay intolerancia a la lactosa). Al verlo, se me prendió la inquietante sospecha hitchcockiana: ¿y si está envenenado como el que, temía Joan Fontaine en el clásico La sospecha de 1941, le acercaba su maridito vividor Cary Grant? Pronto desactivé la intriga: ni soy una rica heredera ni hay otro humano en la casa, y he cumplido todas las normas de higiene al manipular el cartón. Y aunque un pelín mefistofélicas, mis únicas convivientes -dos gatas- serían incapaces de contaminar el envase... Así que bebo sin complejos, a la par que el trago me lleva a pensar en arroz con leche. El postre clásico criollo, no la estimada comedia de enredos de los 50s de Carlos Schlieper, con Malisa Zini y Amelita Vargas, valga la aclaración.

Con el capricho entre ceja y ceja, intento emular el rico, nutritivo manjar que con tanta mano preparaba Maruja, mi yaya española. Algún gen culinario ha de haberse activado durante la preparación, porque ¡milagrosamente! el primer intento es un éxito sonado. Siguiendo su receta: leche, ramita de canela, piel en tiritas de limón a suave ebullición, durante 10 minutos. En otra olla, se cocina el arroz y, una vez evaporada el agua, se vierte la leche poco a poco (ya sin ramita ni tiras), dejando a fuego bajo hasta que los granos estén tiernitos. Se añade azúcar, se remueve bien. Y se deja enfriar a temperatura ambiente, para servir luego con bienhechora canela espolvoreada. De paso, aunque todas las especias tienen destacables propiedades, va un sentido elogio a la susodicha especia por sus muchas bondades: antioxidante, antiinflamatoria, antimicrobiana, anticancerosa, reductora de enfermedades cardiovasculares, de trastornos neurológicos… Bah, ¡una panacea!

En el cine, la cocina muchas veces ha sido un espacio litúrgico consagrado al disfrute de la preparación de platos deliciosos y perfumados, atractivamente presentados. Puede que con el asunto del aislamiento, los convites que reunían a amigos y familiares estén pausados, pero siempre se puede sublimar vía séptimo arte. Ver, por caso, La gran comilona, donde ávidos comensales se recreaban con delicias que, en realidad, llegaban de la supertop casa Fauchon: platos gloriosos como la pierna de cordero al spiedo à la Solognette (macerada un día en vinagre, ajo, echalotes, clavos de olor, vino blanco, pimienta en grano, hierbas), cocinada envuelta en lonjas de tocino atadas con hilo, y servida luego con la marinada tamizada y cocida veinte minutos agregándole la grasita que cayó del cordero. O dejarse arrastrar por los aromas de otro clásico del género: El festín de Babette, adaptación de un relato de Karen Blixen sobre una francesa refugiada en Jutlandia que, tras ganar la lotería, invierte en ingredientes para convidar a un gran banquete, tentando a los ascéticos invitados con exquisiteces como codornices en sarcófago. Que no se deshuesan pero sí se rellenan con foie gras y trufas negras, para luego colocarlas en tarteletitas de masa previamente horneadas. Se pone un copetito de manteca y un petit chorro de vino de Bordeaux encima, sal y pimienta antes de mandar al horno mediano. Una delicia, sin más. Soñar no cuesta nada, como dice el dicho que daba título a una peli argentina de 1941, para cerrar este capítulo con material fílmico.