La batalla contra el coronavirus monopoliza la agenda informativa. Bajo el lema “Argentina nos necesita”, un grupo de empresarios organizó una colecta para comprar respiradores, reactivos, reconvertir camas simples en unidades de terapia intensiva y elementos de protección para médicos/ enfermeros e insumos médicos.
El objetivo de mínima, según anunciaron, es recolectar cien millones de dólares. La iniciativa fue motorizada por Rubén Cherñajovsky (presidente de Newsan) y es apoyada por Eduardo Eurnekian, Hugo Sigman, Marcelo Mindlin, Jorge Brito y las familias Werthein y Eskenazi, entre otros importantes empresarios.
La recolección de fondos se realiza por medio de una cuenta de la Cruz Roja auditada por Deloitte. Ante la emergencia sanitaria, el aporte monetario de esos hombres de negocios constituye una buena noticia. Dicho esto, el árbol no debe tapar el bosque.
La principal contribución social de la cúpula empresaria debiera ser cumplir con sus obligaciones tributarias. Esa norma básica es sistemáticamente incumplida tal como demuestran los resultados de los sucesivos blanqueos y/o filtraciones de datos como los Panamá Papers. Esa conducta disvaliosa fue reconocida por el entonces presidente argentino cuando concurrió al festejo por el 162 aniversario de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. El 13 de julio de 2016, Mauricio Macri exhortó a ingresar al blanqueo de capitales con un “sincericidio”. "Ya no más vamos a tener que protegernos ni escondernos", aseguró el líder del Pro.
Según los últimos datos oficiales, argentinos tienen 335.000 millones de dólares fuera del sistema (en el exterior, debajo del colchón o cajas de seguridad). Algunos especialistas estiman una cifra mucho mayor.
Esa fuga de capitales es contracara, en la mayoría de los casos, de la evasión impositiva. La pérdida de capacidad recaudatoria de los fiscos locales obstaculiza el cumplimiento de las funciones básicas estatales (la provisión de salud, entre ellas) y empeora la distribución del ingreso.
Desde hace algunos años, la nueva “moda” global es “lavar culpas” con programas enmarcados en la denominada Responsabilidad Social Empresaria (RSE). A finales de los ‘90, la RSE fue impulsada por la ONU a través del “Pacto Global de las Naciones Unidas” (UNGC, por sus siglas en inglés). La UNGS tiene 10 principios rectores relacionados con los derechos humanos, estándares laborales, anticorrupción y medio ambiente, que se constituyen en los pilares de la RSE. Mantener una conducta ética, respetar a los empleados y realizar acciones que beneficien a la comunidad forman parte de algunos de esos principios.
Ese discurso opera como una mera estrategia de marketing en aquellos casos en los que las mismas compañías que implementan esos programas evaden cifras millonarias al fisco.
El debate acerca del verdadero carácter de este tipo de esas acciones no es novedoso. Como se sabe, Eva Perón tuvo un duro cruce con las damas de alta alcurnia que integraban la Sociedad de Beneficencia. En la Razón de mi Vida, Eva Perón afirmaba que “la limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuera aún más miserable y cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son, para mí, ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes”. El mensaje que se resignifica ahora es: más pago de impuestos, menos aportes “solidarios”.
@diegorubinzal