El domingo comienza con una paciente que me deja un mensaje por WhatsApp: “Ni siquiera sé que día es hoy, pero esto es insoportable y me siento presionada por mis jefes, que me están exigiendo más trabajo que antes”.
No estamos preparados para afrontar este tipo de aislamiento. Es un escenario triste, gradualmente desesperante para muchos. Quizá sirva para entender en qué dimensión necesitamos de los demás. La cuarentena no es la sucesión lineal de días iguales, uno tras otro, así como la maratón de 42 km no es la sumatoria de cuatro carreras de 10 km. Pasados los 30 km, el cuerpo empieza a deshidratarse y la mente entra en una suerte de trance, mezcla de dolor y éxtasis. Cada kilómetro, cada bloque de cien metros, y luego cada paso, es cualitativamente distinto al previo. Esta es la experiencia visceral más cercana para dar cuenta de los procesos anímicos que vivencio en cuarentena. Nuestro ánimo se va modificando con el paso de los días, nuestro sueño se afecta, podemos experimentar sentimientos negativos, perdemos la referencia del día en el que estamos y podemos protagonizar actos de consumo problemático.
Estas líneas van especialmente dedicadas a todos lo que se sienten inmunes a este tipo de conductas. Así funciona una gran mayoría en el encierro. En los que tenemos trabajo, el encierro, la convivencia con hijos, la vida doméstica entre paredes y la incertidumbre económica enrarecen el mismo aire. En términos psicológicos la cuarentena amplifica y potencia los padecimientos. Sin embargo, para algunos que vienen sufriendo hace mucho, invisiblemente, la cuarentena que ahora experimenta toda la sociedad, paradójicamente es un día más y hasta se sienten menos inquietos que sus vecinos. Muchos viven en cuarentena todos los días de sus vidas.
Sedimentamos con nosotros mismos hora a hora. El noticiero, como loop mortificante, repite (en muchos casos con música incidental) la cantidad de muertes en el día, a cada hora. A la izquierda de la pantalla el número de infectados, en el medio los decesos y a la derecha el riesgo país. En el cuadrante superior derecho no suele faltar el dólar, en alguna de sus versiones. La influencia del bombardeo mediático deteriora la calidad de vida, en la medida en que para muchos es la única fuente de vínculo con la realidad.
Quizá el problema no sean los datos, sino que hacemos con ellos. Podemos tomar dos ejemplos del manejo de datos: por un lado, el mutismo inicial del gobierno chino respecto al foco de la pandemia y por otro, el informe del Imperial College (The Global Impact of COVID-19), donde un grupo de expertos mundiales recomendó medidas enérgicas de los gobiernos para evitar una catástrofe, con un escenario proyectado de hasta 40 millones de víctimas a nivel global en el presente año.
Pero existe un potencial consumo problemático de información. Cuando una persona está aislada, la televisión, la radio o las noticias on line (verdaderas o falsas) constituyen el vínculo con el mundo y el caudal de noticias puede alienarnos. Necesitamos protegernos como usuarios. Básicamente no es aconsejable consumir datos en forma compulsiva con la ilusión de saciarnos. No hay noticias cada minuto. Hay ecos de noticias.
Oliver Sacks en su libro “Alucinaciones” (2012) explica como el aislamiento produce en las personas “normales” síntomas psiquiátricos de todo tipo, y no por casualidad es una práctica de tortura muy practicada. El aislamiento en el marco de la cuarentena dictada por un DNU presidencial -una medida necesaria en términos epidemiológicos- potencia los niveles de aislamiento preexistentes, amplifica los niveles de angustia y sinsentido en personas no enfermas y dispara el consumo de psicofármacos (que ya es altísimo, con cerca del 22 por ciento de la población en CABA). Con los psicofármacos pasa algo tragicómico. Se consiguen en forma ilegal por todas las vías posibles, pero al mismo tiempo los pacientes en tratamiento por problemáticas de salud mental se estaban quedando sin medicación por no disponer de recetas, o del expendio a través de la farmacia del hospital. Hasta que unos días atrás aparecieron las soluciones a distancia, los pacientes estaban desconcertados. Muchos de ellos padecen, además, la interrupción del vínculo con sus terapeutas. La mayoría de las obras sociales y los sistemas de salud mental en líneas generales, sufren un atraso presupuestario y una precariedad estructural (y creativa) de décadas.
Incluso las prepagas de planes más onerosos mostraron una lentitud de reflejos alarmante frente a sus socios. No siempre se trata de falta de recursos. En los últimos días, en un importante centro de salud mental de CABA, los psiquiatras estaban atendiendo en forma remota con sus propios celulares. En otros, la mayoría del recurso humano se compone de becarios o concurrentes, mano de obra precarizada y ad honorem, que en situaciones críticas no suele asistir a la institución. La consecuencia es una mayor expulsión de pacientes al limbo llamado “afuera de todo”. Una expulsión que ocurre todos los días hace mucho tiempo, solo que aquí esta multiplicada.
Los dispositivos profesionales de adicciones son un ejemplo histórico. La SEDRONAR con su línea 141 y los dispositivos ambulatorios para poblaciones vulnerables como los CAAC y los DIAT intentan revertir esta tendencia. Palabras de elogio también para el enorme trabajo de los grupos de 12 pasos (Narcóticos Anónimos y Alcohólicos Anónimos) que pasaron a modo virtual sus reuniones con una rapidez sorprendente.
Respecto a los médicos, enfermeros y todos los recursos del sistema de salud pública, lo primero que puedo decir como médico es que es nuestra vocación y nos entrenamos para eso. No estoy seguro de que necesitemos tantos aplausos. Producen una caricia pero no es la clave. Todos los profesionales que están poniendo el cuerpo en tareas asistenciales deberían contar con las garantías del Estado (en sus ramificaciones provinciales y municipales) para su propia seguridad.
Los relatos son dispares y patéticos por momentos. En distintos puntos del país hay un clima de incertidumbre. Desde médicos que deben llevar su propio alcohol en gel hasta colegas de la salud mental que están siendo asignados a tareas asistenciales en CABA, como visitar los hoteles donde se encuentran los repatriados. Algunos profesionales de salud mental y asociaciones profesionales están solicitando a las autoridades aspectos tan básicos como (es una síntesis personal de la lectura de distintos comunicados): equipamiento individual adecuado, acceso al uso de kits de protección recomendados por el Ministerio de Salud, condiciones de bioseguridad, capacitación en manejo de pacientes sospechosos de contagio, implementación de herramientas virtuales para asistencia y para recetar psicofármacos, licencia para profesionales que pertenezcan a un grupo de riesgo, asignación urgente de presupuesto adecuado para enfrentar la situación (Asociación de Profesionales Hospital de niños Ricardo Gutiérrez; Trabajadores y Trabajadoras del Centro de Salud Mental N 1 Hugo Rosarios, Asociación de Psiquiatras Argentinos). Será un gran desafío para las autoridades cuidar a los trabajadores de la salud y en particular me detengo en aquellos que practican la salud mental, porque a veces su práctica (menos obvia y no mediada por instrumental técnico en todos los casos) queda subestimada y banalizada. Las problemáticas de la salud mental en Latinoamérica representan casi un cuarto de los motivos de consulta de la población, pero jamás ese nivel de demanda asistencial se acompañó de un presupuesto proporcional. En Argentina, en términos de motivos de consulta, los cuadros en la población general más frecuentes son cuadros de ansiedad, depresión y consumos problemáticos.
No nos sorprendamos si se multiplica la demanda de atención en relación a estas problemáticas. El sistema de salud mental precarizado y fragmentado no está preparado para una epidemia de problemáticas mentales. Necesitamos pensar medidas para cuidar a los profesionales y para implementar técnicas creativas y modernas para estar cerca de los pacientes, o al menos, no estar tan lejos. Los profesionales se rompen, se queman, se lastiman. Necesitan soporte y ayuda. Esta es una oportunidad histórica para repensar nuestras estrategias de accesibilidad y asistencia para toda la población con problemas de salud mental.
Podemos tomar la epidemia como bisagra para diseñar a corto plazo sistemas virtuales de todo tipo, seguimientos telefónicos, formación y protección de los profesionales, rediseñar los servicios de salud mental, relanzar las practicas grupales, saldar la histórica deuda asistencial que tenemos con los pacientes que padecen consumos problemáticos, monitorear a distancia a los pacientes, priorizar las practicas ambulatorias, reglamentar la práctica de los acompañantes terapéuticos, incluir a las minorías en los tratamientos, incluir la perspectiva de género, la visión de los usuarios y muchas otras medidas que propicien la recuperación de la salud física y mental. Muchas de estas medidas están en sintonía con la Ley Nacional de Salud Mental (2010), aunque desafortunadamente, la falta sistemática de asignación de recursos, la ha convertido en una ley más conceptual que practica. La Organización Mundial de la Salud, además de sus comunicados en relación al COV-19, también ha advertido que el aislamiento tendrá fuertes repercusiones psicológicas y que deben emplearse medidas “creativas” para propiciar condiciones de salud mental básicas.
En la década del 70 el psicólogo canadiense Bruce Alexander con un experimento demostró cómo el aislamiento nos hace más vulnerables y compulsivos. En una caja tenía una rata aislada sin ninguna posibilidad de movimiento o distracción. Solo podía consumir agua con cocaína o agua sola y la mayoría de las ratas se volvió adicta. Pero al mismo tiempo diseñó algo así como un parque de diversiones para las ratas, donde podían jugar, relacionarse, moverse, olerse, tener sexo. Pese a que todas tenían la posibilidad de consumir la misma cocaína, ninguna lo hizo en forma compulsiva ni se volvió adicta. No serían las drogas por si mismas las que nos vuelven consumidores compulsivos, sino también variables psicológicas y en muchos casos el contexto mismo. Por eso necesitamos prestar especial atención a la salud mental en este contexto extremo, y casi surrealista, de alcohol en gel y distanciamiento social.
(*) Médico psiquiatra.