Los despidos anunciados por el grupo Techint en medio de la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus desataron indignación y, también, mostraron cuales son las prioridades del capital concentrado a la hora de preservar sus ganancias. Tratándose de uno de los conglomerados empresarios más importantes del país, la actitud de la empresa no es un detalle de la situación crítica que atravesamos, sino más bien la punta del iceberg de una resistencia cada vez más abierta a la supuesta contradicción entre la salud pública y la salud de la economía, como intentan instalar desde los medios que responden habitualmente a la ideología neoliberal.
El gobierno mostró haber entendido rápidamente la cuestión, decretando la conciliación obligatoria para frenar los despidos en las obras de la corporación y, previamente, en boca del mismo presidente cuando dijo que los “muchachos” deberían esta vez ganar menos. Pero Paolo Rocca y sus compañeros de ruta tienen bastante claro que no se trata solo de ganar un poco menos, sino de una disputa más estratégica sobre el futuro de la economía y la relación entre el gran empresariado y el Estado. Y, claro está, hace rato que no es un muchacho.
Sin embargo, Paolo Rocca alguna vez fue un muchacho, y los muchachos de fines de los años 60 y principios de los 70 protagonizaron una ola de radicalidad política en la que proponían que los capitalistas no solo no deberían despedir ni ganar más o ganar menos, sino que debían ser expropiados y sus empresas colectivizadas a manos de la clase obrera. Aunque el lector no lo crea, el capo máximo del grupo Techint era uno de esos jóvenes revolucionarios, un militante clandestino de la organización Lotta Continua (Lucha Continua) en la convulsionada Italia que, después del agitado año 68, vio surgir una ola de extrema izquierda en la que dicha agrupación convivió con otros grupos internacionalmente más notorios como las Brigadas Rojas.
Hace unos cuatro años, en un almuerzo con académicos de la Universidad de Milán, una veterana profesora de la carrera de Sociología le comentó al autor de este artículo sobre un viejo amigo, “il compagno Paolo”, un compañero de militancia estudiantil de décadas pasadas. Otro de los presentes, un investigador algo más joven (preservo los nombres de ambos por lógicas razones) aclaró: “el compagno es Paolo Rocca, hace años que le digo que no es más un compañero, pero ella lo sigue viendo así”. El hombre explicó que ambos habían sido militantes de Lotta Continua en aquellos años y que Paolo Rocca había sido uno de sus miembros destacados en el grupo milanés. “Incluso lo nombran en un libro, que habla de cuando lo enviaron a militar en Sicilia porque la mafia había acabado con nuestra agrupación en Palermo”.
El libro es del periodista Aldo Cazzuolo y se titula I ragazzi che volevano fare la rivoluzione (Los muchachos que querían hacer la revolución[2] ). Paolo Rocca, efectivamente, aparece nombrado brevemente en el caso de Sicilia, en que la mafia hacía muy dificultosa y peligrosa la militancia de la izquierda y, para las organizaciones revolucionarias que se desempeñaban en la ilegalidad, era una competencia directa. Il compagno Paolo fue enviado desde Milán para ayudar a un dirigente local, Vincenzo Gallo, a construir el aparato de LC en la ciudad de Gela, en la costa sur siciliana. Piqueteaban las puertas de las fábricas a las 5 de la mañana, reclutaban obreros industriales y desocupados para la militancia revolucionaria, participaban de manifestaciones y se enfrentaban con la policía. En ese activismo por la dictadura del proletariado, el joven Paolo debió bregar con el dominio de la Cosa Nostra en la zona y con la fuerza represiva del Estado. Una experiencia que seguramente le habrá sido útil cuando, décadas más tarde y del otro lado del Atlántico, superados los pecados de juventud, asumió la dirección de la gran empresa familiar. Haber vivido las vicisitudes de la lucha obrera es un conocimiento precioso para un capitalista, y lidiar con la mafia siciliana un buen aprendizaje para relacionarse con un descendiente de calabreses en la presidencia argentina.
Paolo ya no es más un muchacho y, por supuesto, tampoco un compagno, para decepción de la anciana profesora milanesa. Ahora participa activamente de otra lucha continua, la lucha por descargar las pérdidas –o la disminución de las ganancias– en las abrumadas espaldas de los obreros argentinos y las exhaustas arcas del Estado.
[1] Andrés Ruggeri es antropólogo social UBA/UNAJ
[2] Aldo Cazzullo, I ragazzi che volevano fare la rivoluzione. 1968-1978: storia di Lotta Continua, Milano: Mondadori, 2015.