Este miércoles, en un hospital de Nueva Orleans, donde estaba internado desde el sábado, murió Ellis Marsalis, pianista, compositor, pedagogo y padre de los muy famosos Branford y Wynton. Tenía 85 años. También ayer, pero en Nueva Jersey, a los 94, murió Bucky Pizzarelli, ícono de la guitarra, que ligó su nombre y su música a personalidades variadas, desde Frank Sinatra y Tony Bennett hasta Benny Goodman y Les Paul. El martes, en esa misma ciudad, fallleció Wallace Roney, trompetista, portador sano de la herencia musical de Miles Davis. Una semana antes, en un hospital de las afueras de París, le tocó al saxofonista camerunés Manu Dibango, de 86, emblema de la música “afropolitana”. Y el pasado 22 de marzo, tres días después de cumplir los 83, en Manhattan murió el pianista Mike Longo, legendario entre otras cosas por su colaboración con Dizzy Gillespie. Todas estas muertes de personalidades irrepetibles del jazz, en pocos días, fueron por cuestiones ligadas al Covid-19.
No es posible descartar que entre las víctimas del coronavirus en los próximos días aparezcan más nombres del jazz. En particular de aquellas viejas glorias acechadas, como tantos, por la infame pandemia que atraviesa el mundo. Se da de esta manera un final abrupto y odioso para una era del jazz que, como el mundo, después de esta distracción de la civilización no volverá a ser el mismo.
Con Ellis Marsalis se va un maestro enorme, de los que terminó de codificar los saberes del jazz para transmitirlos como complemento de la oralidad y la intuición. En su larga carrera docente, en el Centro de Artes Creativas de Nueva Orleans, la Universidad de Nueva Orleans y la Universidad Xavier de Luisiana, fue mentor y padrino musical de artistas que bien podrían articular algo así como "la nueva escuela Nueva Orleans". Los pianistas Charlie Dennard y Paul Longstreth, los trompetistas Nicholas Payton, Irvin Mayfield, Marlon Jordan, los saxofonistas Donald Harrison y Victor Goines, el cantante Harry Connick Jr, el contrabajista Reginald Veal, entre muchos otros, fueron sus alumnos, como lo fueron también cuatro de sus seis hijos: el percusionista Jason, el trombonista y productor Delfeayo y quienes constituyen dos de los nombres más importantes del jazz norteamericano en las últimas décadas: el saxofonista Branford y el trompetista Wynton.
Ellis nació en 1934 en Nueva Orleans, cuando la ciudad era el centro del dixieland. Crecido en esa tradición como saxofonista, más tarde pasó al piano y arraigó su lenguaje en el bebop, interactuando con músicos como el saxofonista Harold Batiste o Ed Blackwell, que poco después fue el baterista de Ornette Coleman. Desde fines de los 50 tocó con Cannonball y Nat Adderley y más tarde con Marcus Roberts, Courtney Pine y formó parte de la banda del trompetista Al Hirt. Sus discos personales son 22, varios de ellos con sus hijos, como Fathers & Sons, de 1982, en el que Ellis se reúne en el estudio con sus hijos Wynton y Branford, más el saxofonista Chico Freeman con su padre, el extraordinario pero poco conocido saxofonista Von Freeman. El Club de Jazz del Lincoln Center de Nueva York, del Wynton que es director general y artístico, saludó al maestro: “Saludamos con tristeza y un gran corazón a Ellis Marsalis, uno de los artistas y maestros de música más famosos de su tiempo y de todos los tiempos”.
Con su técnica instrumental impecable y afilado sentido del humor, Bucky Pizzarelli fue un pilar de la escena jazzística neoyorkina. Tras sus comienzos como guitarrista de sesión, querido y muy solicitado pero siempre al margen de las marquesinas, saltó a la notoriedad en la década del ’70, cuando dejó la orquesta Tonight Show con la que tocó durante los años 50 y 60 y formó un celebrado dúo con el guitarrista George Barnes. De ahí en más Pizzarelli mantuvo un perfil alto, tocando solo, encabezando grupos pequeños o como acompañante de músicos importantes como los saxofonistas Zoot Sims y Bud Freeman y los violinistas Stéphane Grappelli y Joe Venuti. En 1980 conformó un nuevo dúo de guitarras, esta vez con su hijo John que por entonces tenía 20 y recibió así su bautismo de fuego. "Aprendió de mis miradas ardientes cada vez que él tocaba un acorde equivocado" recordó Bucky en alguna entrevista, con su habitual humor. Fue John quien confirmó que la muerte de su padre fue a causa del coronavirus.
También Wallace Roney fue un artista excepcional. El propio Miles Davis lo ungió como su sucesor, después de que Roney pasara por las filas de Clark Terry, Woody Shaw y Gillespie. Su estilo, absorbido por el culto al maestro, mostraba sin embargo algunas soluciones personales, fraseo brillante y un particular gusto por la disonancia. En su evolución tuvo momentos para el funky, la fusión e incluso para juntarse con el DJ Val Jeanty. En 1994 ganó un Grammy por A Tribute to Miles, disco en el que toca con los veteranos del inolvidable quinteto que integraban Herbie Hancock, Wayne Shorter, Tony Williams y Ron Carter. Roney grabó unos veinte discos, el último, Blue dawn-Blue nights, es del año pasado.
Creador en 1972 de “Soul Makossa”, convertida en éxito planetario por el impulso que le dieron disc-jockeys neoyorkinos, Manu Dibango es leyenda del jazz africano. Se formó musicalmente en Francia, donde llegó a fines de los 40 con poco más que Tres kilos de café –como se llamó más tarde su autobiografía– en la valija, que en la París de posguerra sirvieron para pagar varios meses de pensión. Pero fue en Bruselas, en contacto con el músico congolés Joseph Kabasele donde terminó de poner a punto su idea de jazz. El magnetismo de líder y una inmensa discografía hicieron de Dibango, que entre otras cosas supo acusar de plagio a Michael Jackson (juicio que terminaron arreglando económicamente), una figura central del jazz de las últimas décadas.
De Mike Longo, que también fue un gran docente, se puede decir que su talento y su preparación técnica fue proporcional a la ferocidad de la enfermedad que se cobró su vida y la de miles en estos días.