Científicos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh (EE.UU.) diseñaron una vacuna que logra neutralizar los efectos de SARS-CoV-2 en ratones, durante al menos un año. Según lo han comprobado de manera experimental, se trata de un parche del tamaño de un dedal que genera los anticuerpos específicos.
La investigación, producto de un trabajo interdisciplinario, fue publicada en la revista EBioMedicine (de la prestigiosa The Lancet) y ha despertado la atención de diferentes grupos alrededor del mundo que compiten, día tras día, por dar una solución que pueda combatir la pandemia. En este momento, los autores tramitan la aprobación en la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA, por sus siglas en inglés), con el propósito de iniciar con los ensayos clínicos en humanos.
En contraposición a otras líneas de acción que tuvieron publicidad durante el último tiempo y más allá de intentos aislados, en esta ocasión, el paper fue publicado tras ser revisado por pares. Un asunto no menor si se tiene en cuenta que es la única manera de evaluación confiable que regula el modo en que se produce y distribuye conocimientos científicos en el planeta.
La vacuna, bautizada PittCoVacc --abreviatura de Pittsburgh Coronavirus Vaccine-- emplea piezas de proteína viral denominadas “Spike” (S), realizadas desde el laboratorio para generar inmunidad en los seres vivos que la reciban. Si bien, por un lado, corresponde a un enfoque de corte tradicional, ya que el mismo procedimiento se emplea, por ejemplo, para las vacunas gripales, también ofrece rasgos novedosos. Por caso, la administración del fármaco, con el propósito de adquirir una mayor potencia y éxito, se ejecuta a través de una matriz de microagujas. Un parche con más de 400 agujas pequeñísimas (hechas curiosamente de azúcar) que penetran la piel y depositan la proteína que genera la inmunidad en el organismo. Una tecnología indolora que, potencialmente, se apoyaría en la capa más superficial de los individuos sin causar daño colateral alguno. Un aspecto adicional es que, una vez producida, podrá mantenerse a temperatura ambiente sin la necesidad de ser refrigerada, como sucede en otros casos.
“El coronavirus está compuesto por varias proteínas pero una de las más importantes es la S. Cuando ingresa a nuestro organismo, a través de las vías respiratorias, contacta con receptores en las células epiteliales del pulmón, libera su ARN y utiliza nuestras células en su propio beneficio. Nuestro organismo, al reconocerlo, produce una respuesta inmunológica de anticuerpos que lo neutralizan y la infección generalmente disminuye”, señala el investigador superior del Conicet Gabriel Rabinovich. Luego continúa: “Hay diferentes vacunas. Algunas trabajan en base a virus atenuados, de manera que las personas reciben una variante que no cuenta con la potencia necesaria como para enfermarlas. Otras, como en el caso de esta investigación, se centra en suministrar la proteína específica. Esta opción es más segura porque los individuos ya no recibirán el virus entero sino una parte. Todavía se desconoce a ciencia cierta si esta opción generará una inmunidad durable; el propósito es que sea permanente, como la BCG”.
Hay otra buena noticia que despabila el optimismo de los autores y es que la tecnología, que hasta ahora se probó en roedores y a baja escala, podrá reproducirse con facilidad y adquirir un ritmo de fabricación de carácter industrial. Esta característica es central: a menudo las vacunas demuestran su efectividad in vitro pero luego, cuando realmente viene lo importante y se analiza su capacidad de reproducción, comienzan los problemas y el proceso se interrumpe. Dicho obstáculo se torna más significativo y se ubica como un requisito ineludible en tiempos de pandemia. ¿Por qué? Porque la primera pregunta que las autoridades de regulación hacen es la siguiente: de comprobarse su éxito en humanos, ¿están en condiciones de fabricar miles de millones?
Según comunicaron los referentes del proyecto, la producción de la vacuna no significó una tarea difícil porque ya contaban con experiencia en el estudio de otros virus estrechamente relacionados al coronavirus actual: el SARS-CoV (2003) y el MERS-CoV (2014). De este modo, disponían de información clave para saber de modo puntual dónde inducir la inmunidad. “El grupo tuvo la ventaja y la explotó bien. Venían trabajando a partir de la proteína S en vacunas para otros coronavirus. Emplearon, para ello, una estrategia que genera una mayor inmunogenicidad: agujitas que realizan pequeños orificios, atraviesan la piel y, aparentemente, despiertan una respuesta inmunológica más eficiente”, comenta el bioquímico. Ahora bien, ¿es suficiente que la vacuna haya sido efectiva en roedores para tener buenos resultados en humanos? Es necesario recordar que la ciencia emplea modelos y que, históricamente, los mamíferos pequeños y de cola larga, han sido buenos aliados al momento de probar fármacos.