Se sabe: la miserabilidad no tiene límites y es capaz de ver en una crisis sanitaria de dimensiones incalculables una nueva ocasión para medrar.
Los cacerolazos de hace un par de noches, tan inverosímilmente espontáneos como los apoyos a Macri en campaña, o los Je suis Nisman surgidos de la nada Nisman, no hacen más que confirmar que los canallas de siempre antepondrán una vez más sus intereses sectarios al bien común y lograrán vendérselo a los reaccionarios y a los imbéciles de siempre que parecen ostentar menos capacidad de aprender de la experiencia que un paramecio.
No es casual que este supuesto acto de civismo en los balcones patrios en reclamo de recortes de sueldos en el sector público –el sector que en estos momentos se está haciendo cargo de garantizar la salud y los derechos de todos– surja un día después del sosegate a Techint por parte de Alberto Fernández y del pronunciamiento de Juntos por el Cambio pidiendo que el sacrificio económico no recaiga solo sobre los popes del sector privado, los mismos que se enriquecieron obscenamente durante los cuatro años de gestión cambiemita.
A la gilada del sinfín, la que se alimenta del Nestum macerado por los dueños de casi todo, le preocupan más los sueldos de los funcionarios y legisladores –cuestión, desde luego, discutible, pero no en este momento– que la impunidad económica y financiera de los bancos, de los dueños del acero, la energía, la soja y las telecomunicaciones.
Solo la mala fe o la estupidez más supinas pueden soslayar el incontrastable hecho de que los sueldos de la política constituyen un vuelto en comparación con las ganancias abusivas de los Techint, los Socma y compañía; una minucia, comparados con el blanqueo escandaloso de capitales prófugos o la propia deuda que el Correo, empresa del grupo de la familia Macri, sigue sin pagar al Estado argentino.
Si vamos a pedir esfuerzos, pues, que estos sean proporcionales a la capacidad de cada cual y a la responsabilidad económica que le compete en relación con el conjunto de la sociedad. Caceroleemos, entonces, para que los dueños de la gran torta económica y financiera del país sostengan la crisis, que es, por otra parte, lo que viene diciendo el presidente de la Nación.
De esta crisis –la que arrastraba el país que nos dejó Cambiemos, agravada ahora seriamente por la pandemia–, saldremos por medio de la política, con los políticos y las organizaciones sociales y barriales, los sindicatos, las asociaciones civiles y toda la militancia. No con un revival avieso y trasnochado del “Que se vayan todos”.