La historia podría ser la de tantos otros ilustradores: Juan Giménez era un niño que no podía soltar el papel. Sencillamente, no paraba de trazar líneas. Era algo que lo fascinaba. De pibe, en su Mendoza natal, copiaba los dibujos de cómics y libros españoles y latinoamericanos. Ya de más grande, dibujaba las secuencias que más le gustaban de sus películas preferidas. Pero la del niño-Giménez no es una historia más: se convirtió en uno de los grandes historietistas de su provincia. Junto con Quino es uno de los de más impacto a nivel internacional gracias a muchos trabajos de primerísimo nivel, publicados sobre todo en Europa. Giménez falleció el jueves a los 76 años en el Hospital Central de su provincia, víctima del coronavirus. Había vuelto de Sitges, España, a mediados de marzo para transitar la pandemia y se supone que llegó a la Argentina ya infectado, pues los primeros síntomas empezaron a manifestarse algunos días más tarde.
No puede decirse que Giménez no haya gozado de reconocimiento en vida. Fue declarado ciudadano ilustre de Mendoza, aunque residía en España desde fines de la década del 70, fue homenajeado en la convención internacional de historietas de Rosario Crack Bang Boom y, entre muchos otros espacios, se dio un lujo poco frecuente para los artistas argentinos: en 1997 expuso en el Centre Pompidou, de París. La exposición en el principal museo de arte moderno de Francia fue el corolario para una serie de premios internacionales que incluyen al del Saló de Barcelona (1984), el Yellow Kid (Italia, 1990) y el Bulle d’Or (Francia, 1994). Quien se haya fascinado con sus páginas casi siempre de ciencia ficción, entenderá el por qué de tantos reconocimientos.
A lo largo de casi medio siglo de trabajo Giménez realizó una enorme cantidad de trabajos. El más célebre, La casta de los metabarones, fue junto al guionista y cineasta chileno Alejandro Jodorowsky. Los Metabarones es un desprendimiento de El Incal, que el chileno realizó nada menos que con Moebius. Pero la obra de Giménez es mucho más amplia que eso. Comenzó en 1981 y pronto encontró una sólida dupla creativa con Ricardo “el Loco” Barreiro, con quien realizó entre otras Ciudad y As de Pique, que fue una de las primeras señales que confirmaron que lo suyo era de un talento particular. Además, en As de pique (1988) aparecía otro de los elementos que Giménez destacaba al dibujar: los aviones.
A la distancia, salta a la vista que su estilo gráfico condensaba una época: la influencia de la historieta de la década del ’70 de Argentina y Francia (donde la revista Metal Hurlant, en la que llegó a publicar, es la referencia evidente), con la mirada estética de los ’80 que conjugaba erotismo soft, ciencia ficción y precisión en el dibujo. Y aunque en su etapa pre-historietística aprendió de síntesis en su paso por los estudios publicitarios de Mendoza, su trabajo estaba lleno de detalles, a tono con el estilo predominante del momento.
Gran parte de su obra llegó a la Argentina a través de recopilaciones o republicaciones en revistas locales, como la Fierro (primera etapa). La gran mayoría de su trabajo se publicaba primero en Europa y luego llegaba a estas tierras. Eso no significa que se desentendiera del material o del resultado de este lado del océano. Por ejemplo, cuando Fierro serializó aquí Basura (junto al guionista Carlos Trillo), la historieta debía ser publicada en blanco y negro, mientras que originalmente había aparecido a color. Giménez retrabajó todo el material para adaptarlo a las nuevas condiciones de publicación y que los lectores se encontraran con una versión de primer nivel. Esa misma versión en blanco y negro es la que rescató hace algunos años una edición del sello porteño-nicoleño LocoRabia y el uruguayo Grupo Belerofonte. No es el único rescate de su material del último lustro. Otra coedición (entre Historieteca y Doedytores) recuperó Ciudad, mientras que Comic.ar Ediciones llevó al papel Cuestión de tiempo, una de las pocas donde Giménez ofició también de guionista. Otra con esa característica fue Elige tu juego, una novela gráfica que el dibujante mendocino mantuvo como proyecto paralelo a los Metabarones durante varios años y que finalmente apareció en la Argentina entre enero y marzo de 2015, en las páginas de la revista Fierro (segunda etapa).
Ese mismo año había sido reconocido por el festival Crack Bang Boom. El encuentro rosarino le dedicó su exposición central, recibió el cariño de sus admiradores, firmó más libros de los que esperaba y, siguiendo la costumbre de regalar un recuerdo vinculado al homenajeado de cada edición a todos sus invitados, CBB le entregó una estatuilla con el busto de un metabarón. Por esos días se lo pudo ver compartiendo comidas junto a sus colegas, como los argentinos Horacio Altuna y Eduardo Risso o la norteamericana Jill Thompson.
Su partida conduele a colegas y lectores de distintas latitudes. Hasta figuras de la talla del inglés Neil Gaiman lamentaron en las redes su partida. Y en las imágenes compartidas por sus admiradores aparee con insistencia un rostro de ciencia ficción que mira al lector. Un futuro distópico, como esos que tantas veces dibujó, está aquí, pero su trazo ya no podrá retratarlo. Habrá que conformarse con los otros mundos que su imaginación nos entregó. No es poco.