Creo que le debemos una fuerte disculpa al Pangolín, una especie maltratada a la que se le ha hecho cargo de muchas -si no todas- las desgracias de la humanidad.
El personaje en cuestión, a diferencia del gaucho, o del jalador de cocaína, tan presentes siempre en la literatura argentina, es poco conocido por el gran público.
Puestos a ejercer el detalle, algunos destacan su parecido con la mulita, en razón de su capacidad para enrollarse sobre sí mismo. Otros, lo comparan con el oso hormiguero, en razón de su dieta, saturada de hormigas. Hay quien lo compara con los dragones, por tener todo el cuerpo tapizado de escamas, y de aquí en adelante, abandonando todo esfuerzo naturalista, el Pangolín, de oscura relación con los vampiros, sería el responsable, por ejemplo, de las tres discusiones diarias que tenemos con mi esposa desde que empezó la cuarentena.
Las personas con afición por los eventos globales, sea el mundial de fútbol, el torneo de Wimbledon o las asambleas de la Organización Mundial de la Salud, probablemente se sientan protagonistas y lo llevan bien. Los demás, quién sabe....
Sin embargo, el Pangolín tuvo que soportar que lo asediaran imputándole haber transmitido el nuevo Coronaviris que, como el Pangolín, empezó a hacerse masivo desde la China milenaria.
Pero pocas veces nos damos cuenta que estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo personaje. Pongamos un ejemplo: el gaucho, ¿es que aquel que lee bajo la invocación de la sombra terrible de Facundo sabe de qué va El Gaucho? Así también el Pangolín pasó a los anales de la historia universal, tal vez desapercibido en el bestiario donde anidan los zombies junto con los dragones malos, los vampiros a mitad antropomorficos y otros monstruos no menos respetables.
A pesar de esto, no se puede más que intuir someramente lo que el nacimiento de un nuevo personaje tiene para decirnos. Trataré de ser claro, pongamos como ejemplo al rugbier, un personaje claramente secundario si no terciario, confinado al espacio suburbano de las canchas donde se practica el rugby que les da el nombre y a unas bacanales llamadas genéricamente tercer tiempo que pueden ir desde compartir una cerveza hasta visitas de varios días a un burdel, cabalgata de timba hasta perder el último centavo, pernocte para seis, de camulina en un motel por horas y otras actividades no menos excéntricas que no glosaré por falta de espacio .
Y así fue que mientras el Pangolín vivía en su propio bosque bajo las asépticas y cerradas miradas de botánicos, naturalistas y zoólogos no representaba, al igual que el rugbier, nada más que una singularidad de la naturaleza y sus actividades, que al ojo profano podrían parecer algo extravagantes, aún seguían siendo dignas de narraciones, memorias técnicas y papers de investigadores.
El vilipendio del Pangolín no llegó hasta que empezó la tragedia, a causa de necesidades políticas, sociales o culturales. Permítanme explicarlo analizando al rugbier como símil. Tal como hemos dicho, el rugbier seguía en su hábitat natural y suburbano su curso de fauna prodigiosa como el Pangolín, sin diferenciarse de las demás especies: los fútbolers, los barrabravers, los dealers, los garquers, podrían, para el ojo no entrenado, confundirse. fácilmente, incluso con la gente decente. Pero esto cambió.
Bastó una escena de noche sangrienta y luctuosa de desafuero, asco y violencia indescriptible repetida hasta el cansancio para dar origen a este personaje, el rugbier, una figura práctica fácilmente aislable del universo clase media, con costumbres bárbaras, violentas, agresivas y peligrosas, un riguroso código de conducta que lleva a la perversión y con ritos no menos repulsivos que van desde las violaciones en masa hasta el ejercicio de la tortura y asesinato por puro gusto de la crueldad, según he escuchado.
El personaje en cuestión es políticamente neutro, no se le conocen adhesiones ni militancia y si me apuran un poco, capaz que hasta vote en blanco en todas las elecciones o no vote, menos por convicción que por distraído. Su propia pertenencia lo aparta de los anatemas habituales: no es un planero, no es un mantenido, un negrero, un gorila, no es un drogadicto, es sólo eso y nada menos, un rugbier.
A partir de esto, el rugbier aparece en toda crónica que traiga desgracia. Así por ejemplo, huye del hospital, contagia a cuatrocientas personas y termina preso.
Otro de estos personajes, un rugbier, desoye los llamamientos oficiales, rompe la cuarentena y se agarra a piñas con el que custodia su edificio.
Nótese que ninguno es catalogado por sus ingresos, su filiación política, su ideología, ni siquiera su accionar, lo que lo rotula, y anatemiza, dejando nuestra conciencia tranquila, es un rugbier. Pertenecer tiene sus beneficios, no debemos temer a nadie que nos sea semejante, se trata de un Pangolín.
Por tremendas que parezcan estas cosas, como al Pangolín, al rugbier se le puede lavar la imagen. Por ejemplo, al que molió a piñas al vigilador, se lo pudo ver días después pidiendo disculpas y manifestando su arrepentimiento, pero ya no rotulado como rugbier, mientras apura el pentimento, el zócalo de la pantalla explica que trata de un personal trainer, que se disculpa amablemente sobre un exabrupto, uno de los nuestros, disculpándose..
Y yo lo que quiero, espero que haya quedado claro, es reivindicar al Pangolín, y ponerle un nombre propio, pensarlo al Pangolin monógamo con su pareja, con sus crías, libre en el bosque, alegrando con su canto la primavera asiática en el mes de abril, que “es el mes más cruel, porque engendra lilas de la tierra muerta“.