Qué embole los intelectuales que pronostican el fin del capitalismo. Aburren y rozan el ridículo. Capitalismo, capitalismo, capitalismo, debe haber sido la palabra más dicha de estos días después de virus. Apareció el virus y atrás ellos, tuiteando como locos, metiendo ideas a troche y moche, no vaya a ser que una se cumpla y se pierdan el copyright. Que se viene un nuevo estado de bienestar, que el comunismo intergaláctico, etc.
Qué apuro hay por ponerle nombre a todo, muchachos. La cosa recién empieza y ya están sacando conclusiones y tratando de llevar agua para sus molinos. Déjennos disfrutar el placer de tratar de entender por nuestros medios lo que vivimos, lo que significa, lo que hará en nuestras cabezas. Déjennos ser un poco aventureros, adentrarnos en el futuro sin saber lo que va a pasar y sin saber lo que hay que pensar, decir, hacer. Aflojen con tanta sabiduría…
Además, cualquiera sabe por hablar con el vecino de balcón a balcón, que la gente espera que esto se termine para volver a la vida de antes. Y con más ganas nos están esperando los bancos y las multinacionales para hipotecarnos la vida. ¿O acaso alguien cree que en el nuevo mundo que los bancos serán solidarios, que las multinacionales confesarán sus crímenes y que el laboratorio que descubra la cura del bicho lo va a donar por el bien de la humanidad?
Acá va mi contribución al tema: el capitalismo no se va a caer porque no hay otra cosa que lo remplace. Aunque haya teorías que digan que sí, ninguna contempla que la mayoría de la gente quiere vivir mejor que el vecino, enrostrarle en la cara su auto nuevo, vivir en el mejor nivel de consumo posible, viajar, y que nadie se meta demasiado con su vida y de sus deseos de progresar. ¿Es tan difícil de entender?
Y pretender saber ahora lo que se viene es banalidad intelectual. Apenas futurología. Si los procesos históricos se entendían décadas o siglos después, ¿qué sentido tiene analizar esto a las apuradas? Yo les digo el sentido que tiene: el de acertar. Tiran ideas a lo loco para ver si aciertan. Porque es obvio uno va a acertar entre tantos que opinan. Incluso podría ser yo, que de pibe comí comadreja, o sea pangolín criollo, y no me morí.
Sería imposible resumir la cantidad de veces que le pusieron nombre a las épocas históricas y le erraron. Hasta declararon el fin de la historia. Y la historia se siguió escribiendo, con sus épicas y sus tragedias, como si nada, como si nadie le hubiera dicho que algunos intelectuales habían declarado su fin.
Pero ya que estamos, hagamos futurología también nosotros. Total, por lo que hay que hacer… Me tienta decir que el cambio podría estar en cada uno de nosotros, obligados a un esfuerzo impensado, a una épica menor pero épica al fin. Pero no lo creo, aunque en algunos hará mella, obviamente. ¿Cuánto demorará mucha de esa gente que aplaude a enfermeros y médicos en decir que a los empleados públicos hay que echarlos a todos? Se lo digo yo: lo harán la primera vez que alguien lo haga esperar en una guardia.
Son siglos de práctica que no van a desaparecer así nomás. O mejor dicho: son siglos de adoctrinamiento. ¿Cuánto creen que falta para que digan que los hospitales públicos son una mierda? Dos días en la calle y listo. Porque el capitalismo propone un orden que a muchos les sirve para justificar su rol en la vida. No hay que ser filósofo para entenderlo. El rol de estar por debajo de algunos pero por encima de la mayoría. Morirse en la clínica Suiza mientras el vecino se muere en un hospital público. Esa es la esencia. No me la compliquen con teorizaciones dichas de formas retorcidas.
La clase media, la burguesía, la que cacerolea, la que no se va a redimir por muchas crisis que haya (siempre que sobreviva), necesita que haya pobres y negros para sentirse importante. Además de para que barran. Esa gente (la mayoría) no quiere ninguna igualdad… Es por eso que a partir del encandilamiento de los primeros meses, a las revoluciones tuvieran que sostenerlas con mano dura, o cosas peores.
La igualdad es una ilusión sostenida desde la teoría, desde las estadísticas, desde el deseo de algunos, no de todos. Afuera es otra cosa. Afuera es una selva donde la gente quiere cagar más alto de lo que le da el culo, que cacerolea contra los que los protegen y defienden a un empresario multimillonario porque se los dice la televisión. ¿En qué resquicio se puede colar el fin de este sistema y el nacimiento de uno nuevo?
Aun así, no soy de los que repiten el sonsonete de que la vida es una mierda. La felicidad existe, aunque sea en cuentagotas. El placer existe, la solidaridad también. Entonces, si el cambio no está en la gente debería estar en los sistemas. Luego de esta crisis habrá un nuevo orden internacional, con China y Rusia fortalecidos y Europa y EEUU muy golpeados. Quizá algunos tratarán de reforzar el sistema de salud interno, como EEUU, que después saldrá a invadir algún país molesto. Nada nuevo, o casi nada. El nuevo mundo se parecerá al viejo. Los ricos serán más ricos y la mayoría de nosotros seguiremos galgueando por el pan. Y seguiremos hablando del nacimiento de un capitalismo más humano o de su fin. Capitalismo más humano, quizá. El fin del capitalismo, olvídense. Y guarde esta nota, para que vea que no le erro demasiado.
Saldremos fortalecidos. Eso seguro. Más fuertes, sabiendo que somos más duros de lo que creíamos. O porque de puro cantar en los balcones alguien descubre que es una diva relegada, un histrión, o un tipo de verdad solidario. No es poca cosa. Cada uno hará lo que puede con eso. Pero recuerde: ese saber nuevo, esa revelación, no cotiza en bolsa, y no sirve de garantía a la hora de pedir un crédito en su banco amigo.