"Jamás me recuperaré financieramente de esto”, se lamenta el hombre de largo cabello color amarillo y barba recortada de otro color, que anda vestido con animal prints y lleva una pistola bien a la vista. A lo que se refiere es a que un tigre acaba de arrancarle un brazo a una empleada, en el gigantesco zoológico que él fundó y administra, y teme que ese incidente haga caer a pico sus negocios. No es para menos: el hombre tiene 187 grandes felinos en el zoológico, y estima que gana cien mil dólares por cada cachorro que alguna de sus mamás trae al mundo. Uno de esos seres espectaculares, sospechosos y sin límites de ningún tipo, tan característicos de la fauna estadounidense, Joseph Allen Schreibvogel se hace llamar Joe Exotic. Actualmente, tras haberse presentado como candidato a Presidente de la Nación en las últimas elecciones (obtuvo 962 votos), Joe cumple prisión en una cárcel de Oklahoma, por haber intentado contratar a un asesino para que diera cuenta de una enemiga de sus negocios. A él está dedicada la miniserie de siete episodios Tiger King: Murder, Mayhem and Madness (El rey de los tigres: Crimen, caos y locura), dirigida por Rebecca Chaiklin y Eric Good, y que Netflix incorporó recientemente a su grilla de programación.
“Los amantes de los animales están locos. Los que crían grandes felinos son unos tipos de mierda”, dice alguien al comienzo de la miniserie, y al final se hace difícil desdecirlo. No sólo por Joe sino por dos de sus colegas, dueños de zoológicos dedicados a los felinos grandes también, uno de los cuales dice ser profesor en Ciencias Místicas y tiene tres o cuatro mujeres, y el otro es un reconocido traficante de drogas, que permitió que sus hombres mataran, mutilaran y cremaran a un informante de la brigada de narcóticos años atrás. Crimen por el que fue condenado a cien años de prisión, de los cuales cumplió doce y se fue. Los tres personajes son acosados por una señora llamada Carole Baskin, fundadora de una sociedad de rescate de grandes felinos, que sostiene que los animales necesitan vivir en libertad pero sin embargo tiene un centro con el que lucra, y donde tiene cantidad de animales… enjaulados. A ella es a quien quiso mandar a matar Joe en setiembre de 2018, siendo arrestado por un agente del FBI que se había hecho pasar por asesino a sueldo.
Joe Exotic es uno de esos tipos que andan entre tigres, leones y panteras como quien juega con los mininos de su casa, haciéndoles mimos, durmiendo con ellos y metiéndole la mano en la boca, justo entre los impresionantes colmillos. Es sobre todo un showman, que supo tener su programa de televisión online (berretísimo, por cierto), que canta y compone canciones country-pop y que en el zoológico tiene una tienda donde vende calzoncillos de animal print. Gasta tres cuartos de millón de dólares al mes en comida para sus animales (vacas que sus empleados cortan a hachazos), puede llegar a ganar más de seiscientos dólares por cada visitante (los precios varían) y tiene a sus empleados en estado de semiesclavitud. Es gay y tiene dos maridos, ambos jóvenes y fornidos. Debe contabilizarse que logró el cuasi milagro de casarse con ambos al mismo tiempo.
Por su parte, la perseguidora de Joe Exotic, Carole Baskin, también usa exclusivamente ropa con animal prints, se pasea por las amplias instalaciones de su centro de ayuda como una reina y su marido millonario desapareció misteriosamente años atrás. Todas las presunciones la incriminan, pero nunca pisó la cárcel. Un episodio entero está dedicado a este resbaloso caso. Un toque de policial negro y mucha locura americana, producto de la clase de excentricidad que genera el culto extremo al individualismo, en un país que por algo está gobernado por quien está gobernado. Locura que no es sólo de los tres o cuatro personajes en quienes Tiger King hace foco: a lo largo del documental uno se entera de que hay más tigres en cautiverio en Estados Unidos que en libertad en el mundo entero o que un tipo compró un día una serpiente venenosa. O, mejor, que un coleccionista privado de Ohio se cansó de tener un zoológico particular en su casa y liberó un día a todos sus animales, incluidos doce tigres. Los animales salieron a la calle, cundió el pánico y la policía tuvo que emprender una carnicería zoológica para no tener que lamentar víctimas humanas.
“Este es mi pueblo”, dice Exotic en referencia a su zoológico. “Acá soy el alcalde, el sheriff, el juez y el verdugo”, afirma, antes de grabar un video donde dispara con su rifle, amenazando a todo defensor de los animales que pretenda ingresar a su territorio. Joe recuerda a personajes históricos como el juez Roy Bean, que hacia fines del siglo XIX ejerció todas esas mismas funciones en un pueblito del Lejano Oeste (ver El juez del patíbulo, de John Huston). O a otro más contemporáneo, tan teñido como Joe Exotic y con el jopo alzado, que se siente tan dueño de la nación que dirige como para asegurar un día que con el coronavirus no pasa nada, y días más tarde atribuirse la condición de profeta de la pandemia.