Luego de una semana de reclusión escucho: “me comunico desde el auto para tener más privacidad”; “No conocía a mi familia, así que le presento a mi esposa y a mis hijos”. “Ahora que nos vemos por Hangouts le muestro lo que yo siempre le digo del despelote del escritorio que tengo en casa y que mi mujer tiene razón”. “Vine a la guardia para salir de casa, en realidad no me pasa nada pero mi esposo me sigue a todos lados”. “Suspendamos hasta vernos, no me gusta internet y no me siento cómodo, no tengo lugar para mí en casa”. “Mejor no vernos, puse mi teléfono a mi lado, en mi cama y estoy como en el diván, si me querés ver podés ¡pero yo no!” “Quiero mostrarle mi casa que creo puede darnos datos en este análisis…” y muchas más historias que los colegas podrán agregar.

Estas situaciones hoy rápidamente comunes pero insólitas hace sólo pocos días atrás, están asociadas en mi memoria con el recuerdo de mi residencia en el hospital de Lanús. Primero con la dirección de Goldemberg y luego con la jefatura de Valentín Barenblit habíamos diseñado visitas a la casa de los pacientes. Las Asistentes Sociales lo hacían regularmente, pero no los médicos. Nos había entusiasmado mucho agregar estas visitas a nuestro arsenal terapéutico con pacientes alcohólicos. Cuando comenzamos a hacer las visitas nos percatamos que fracasarían porque “la anunciada venida del Dr.” era esperada por la familia generalmente con algún café o con alimentos y bebidas que contrariaban la posibilidad terapéutica con el paciente y con su entorno más cercano. Suspendimos las visitas.

La experiencia que atesoramos estos años, sumado a los cambios tecnológicos nos habilitan para que nuestros encuentros sean más y mejores. Es claro que lo virtual no es lo opuesto a lo real: es otra manera de contactarnos y sin duda es complementaria. Se trata de la misma oposición que plantea Winnicott cuando señala que la vida no es opuesta a la muerte, apuntando a una paradoja: vida vs. muerto en vida, con la que ha descripto a muchas situaciones con pacientes esquizoides, tan comunes hoy en nuestra consulta: aquellos que no han desarrollado una vida interior, desafectivos, consumidos por el consumo, en fin que sobreviven a su nacimiento y que andan sin un rumbo propio dentro de lo que la cultura hoy nos permite.

Ahora (como en cada momento reflexivo que recatemos desde nuestra clínica) nos debemos plantear: ¿qué estamos haciendo? ¿cuál es nuestra práctica? ¿qué teorías la sustentan hoy? ¿qué aprendemos de nuestro ejercicio profesional en estos tiempos de cambio de época?

Recorramos sólo algunas de las opiniones de Freud respecto a lo que el psicoanálisis debería ser: en Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, Amorrortu, T.XVII, p.155: “Hemos llamado psicoanálisis al trabajo por cuyo intermedio llevamos a la conciencia del enfermo lo anímico reprimido en él”. Luego, intentando compactar al Movimiento Psicoanalítico en 1922, incluye lo que llamó “pilares básicos de la teoría psicoanalítica”. Ellos son: “El supuesto de que existen procesos anímicos inconscientes; la admisión de la doctrina de la resistencia y de la represión; la apreciación de la sexualidad y del complejo de Edipo: he aquí los principales contenidos del psicoanálisis y las bases de su teoría, y quien no pueda admitirlos todos no debería contarse entre los psicoanalistas”. Finalmente, en este listado por cierto incompleto dice en una carta fechada febrero 15 de 1924 desde Viena dirigida a los queridos amigos (del Comité): “...ni la armonía que debe reinar entre nosotros ni el respeto que frecuentemente me han demostrado ustedes debería impedir de ningún modo que cada uno de ustedes haga el uso que mejor le parezca de su propia capacidad creadora. Lo que yo espero de ustedes no es que trabajen en un sentido que pueda complacerme, sino en la forma más acorde con sus propias ideas y sus experiencias. Un completo acuerdo sobre todos los detalles científicos y sobre todo tema nuevo que surja es absolutamente imposible entre media docena de personas de temperamento diferente, y ni siquiera deseable. La única cosa que hace posible que trabajemos juntos con provecho es que ninguno de nosotros se aparte del terreno común de las premisas del psicoanálisis...” Jones, E. (1960)

Nos han sucedido tantas cosas en nuestra historia profesional desde aquella época en la que Freud luchaba por darle a nuestra disciplina un lugar en la ciencia, que quiero hacer un imprudente salto en el espacio y llegar a hoy, a estos primeros días de confinamiento que estamos viviendo en el mundo asediados por el CoVID-19.

Hoy, apenas empezando abril de 2020 desde Buenos Aires y tratando de observar el psicoanálisis que practico, enumero mis propias prioridades (que pueden o no ser compartidas). Son comentarios en medio de la conmoción y de una ola viral que aún no llegó a su máxima expresión. No pretendo conceptualizar o lograr un paper en el comienzo de esta catástrofe, pero si compartir algunas ideas para que todos los que lo deseen participen. Hoy, más que nunca, el conocimiento es una producción colectiva.

Tenemos que construir nuestro saber a la manera participativa de Wikipedia y no de un diccionario con términos fijos.

Un año antes de la pandemia había escrito, tratando de comprender la tarea que efectivamente hacía con mis pacientes, que “el Psicoanálisis tiene una finalidad terapéutica. Implica un modo asimétrico de relacionarse con un paciente intentando lograr intimidad que haga posible nuevas experiencias a partir de un dialogo mayéutico que posibilite la exploración de aquello que no le es consciente. Se genera en este encuentro una realidad ficcional narrativa transferencial creadora de personajes. Requiere de compromiso, autenticidad y espontaneidad para desarrollarse.

Relacionarse es la base sobre la que trascurre el informar (señalamientos/interpretaciones del analista). Lo corporal y preverbal queda del lado del relacionarse y no queda excluido de la comunicación a distancia.

Entre los dos se va estableciendo un encuadre, que es siempre a medida y que garantiza un marco ético de seguridad para que pueda tener lugar la repetición en transferencia y la edición de nuevas experiencias auténticas y espontáneas. Se intenta un acercamiento íntimo con el paciente resonando afectivamente con él, para que los dos podamos cuestionar la narrativa del paciente en nuestro diálogo, a pesar de las resistencias de ambos.

En estos días de reclusión y de comunicación exclusivamente virtual he recibido varias respuestas a mi sugerencia de conexión online, como las que relataba inicialmente. Estamos aprendiendo. Pero aprendamos, no repitamos. Veamos que se re-edita, pero estemos atentos a los cambios enormes que tenemos que EDITAR. Tenemos que presentarnos -seguir estando- para poder tener en nuestros pacientes o alumnos re-presentaciones.

Este cambio de época puede resultarnos trágico si nos arrasa con la incomunicación, si nos asumimos como muertos en vida, pero asistir a él transformándonos sin perder la relación y poder pensar en ello, es un privilegio. Nuestra ética es estar/analizar/acompañar a nuestros pacientes y a nuestros alumnos. Los medios son los que vayamos encontrando en un encuadre que estamos construyendo día a día. ¡No abandonar la relación es la consigna!

* Presidente de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Médico Psiquiatra Psicoanalista Didacta.