Al nadador santafesino Santiago Grassi la pandemia se le apareció con la fuerza de un eco. Primero, le canceló los nacionales de natación, competencia para la cual se venía preparando desde agosto y con la que soñaba despedirse brillando de la Universidad de Auburn, en Alabama, esa que lo cobijó con una beca y para la que compitió los últimos cuatro años de su vida en Estados Unidos. La réplica llegó a los pocos días, cuando se anunció que cada estudiante podía volver a su país de origen, en el marco de unas medidas extraordinarias ante el coronavirus que se toparon con otras medidas extraordinarias: su tierra natal, Argentina, había cerrado sus fronteras y ya no era posible volver. Sin objetivo deportivo y fuera de casa, el argentino se convirtió en uno de los tres nadadores internacionales de Auburn (de un equipo de 60) que no lograron repatriarse y pasan unidos la pandemia.

"Saber que no iba a volver a competir más para mi equipo de la Universidad me generó una tristeza increíble. Sabía que esto se iba a terminar, pero nunca pensé que de esta forma. Fueron demasiadas malas noticias, pero la opción es adaptarte o quedarte triste. Yo decidí adaptarme. Como deportista de alto rendimiento, vivías a 300 kilómetros por hora y por más que odiaras levantarte a las cuatro de la mañana a entrenar, ahora te das cuenta que eso le daba sentido a tu vida y te definía. Creo que ahora es momento, para los deportistas, de hacernos realmente fuertes", arenga el nadador, uno de los tres representantes argentinos del deporte rumbo a Tokio, junto a Julia Sebastián y Delfina Pignatiello.

Junto a la olímpica Julie Meynen, nacida en Luxemburgo, su novia y compañera del equipo de natación universitario, adaptaron el garage de la casa donde vive el argentino para los nuevos tiempos de aislamiento sin poder nadar: lo limpiaron y convirtieron en un pequeño gimnasio.

"El virus ya llegó a Auburn, hay contagiados y muertos, pero uno acá todavía puede salir a la calle, hacer cosas, caminar. Salvo para comprar comida, nosotros nos quedamos en casa, pero nadie te controla si salís. Y los americanos son raros: si se hiciera una encuesta sobre qué se debería hacer, la mayoría te diría que todo tiene que volver a la normalidad y la gente volver a gastar dinero, porque la economía no va a resistir. Tienen una mentalidad de primer mundo, donde las cosas funcionan, y por cuestiones económicas no quieren parar el país", relata Grassi, a más de siete mil kilómetros de su Santa Fe natal. A la distancia, lo alivian los pasos que están dándose en Argentina: "Me parecen excelentes las medidas y me siento orgulloso por ver a mi país tomándose la cuestión con tanta seriedad".