Por Marcos Muñoz *
Desde Neuquén

El reino de la apariencia

“El espectáculo somete a los hombres vivos en la medida que la economía les ha sometido totalmente. No es más que la economía desarrollándose por sí misma.”
Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo 

Lo inescrupuloso, lo laxo, las declaraciones perversas, la desocupación digitada, los fatídicos dirigentes gremiales (con sus excepciones), la plena felicidad de la nada, los voluntarios al servicio de las patotas, las amenazas ejecutivas, la hipocresía relucientemente vestida y las noticias del gobierno nacional que sacuden, una vez más, el presente de la historia nacional. Y en el medio, la forma en que todo esto es representado, construido y ofrecido por los medios masivos de comunicación. 

Ante el bombardeo de todos estos fragmentos de realidad ¿tenemos capacidad de ponernos en alerta, de sacudirnos la modorra nacional? ¿Podremos ponernos de pie, en estado de alerta ciudadana?

Es visto el caudal de noticias de medidas que perforan derechos, como la baja en el monto de jubilaciones o aquellas otras que provocan malestar social como la campaña en las redes sociales en contra del reclamo salarial docente (en realidad, se habla de un derecho a un salario justo y que permita vivir con dignidad) a la que, por cierto, se vinculan personas que además de no tener conocimientos específicos para estar en un aula cuentan con un perfil inescrupuloso; se trata de impresentables que incluso tienen en su haber vínculos con el terrorismo de Estado. Frente a este escenario y pensando, por ejemplo, en el escándalo del Correo Argentino: ¿cómo asume la ciudadanía las diversas noticias sobre corrupción? ¿Las digiere livianamente? ¿O acaso la corrupción de un empresario está bien vista socialmente y legitimada?

Sospecho que nos hemos acostumbrado a consumir un espectáculo perverso (es la mejor palabra que define a este gobierno nacional). Estamos asistiendo a un deglutir de una realidad siniestra que avasalla derechos y ponen al país de rodillas, mientras todo ese tipo de noticias circula estúpidamente ante nuestros ojos. ¿Nos falta la Infinia que producíamos hasta el 9 de diciembre? Sólo consumimos este doloroso e incesante festín de imágenes como si fuésemos sujetos sujetados. ¿Lo somos? ¿O preferimos conscientemente el rol de espectadores? ¿Acaso la ficción se apoderó de nuestra realidad? ¿Estamos cómodos con todo lo que pasa? 

Quisiera encontrar respuestas que me orienten a comprender un fenómeno complejo como el que estamos transitando, mientras me resulta inevitable sentirme parte de la “muchedumbre solitaria” (como diría Guy Debord. A riesgo de quedar expuesto, interpreto que el filósofo francés entendería que en estos tiempos de redes sociales e invasivos medios electrónicos, nos replegamos en nosotros mismos, en un aislamiento “informado”, en el mejor de los casos. Esto quizás explique, pese a las medidas que impulsa Macri, que las calles tengan escasa presencia de las realidades de trabajadores y familias afectadas por el plan económico, social y cultural que se está implementando.

La representación o puesta en escena expuesta por los medios salpica en el rostro un mensaje delirante, enfermizo: hay que mostrar hechos que nos molesten y, al mismo tiempo, hacer que parezcan inmodificables. Es decir, hay que lograr que la realidad ceda el paso a una ficción, y que la misma se vea como algo imposible de transformar. Esa es una buena manera de obturar ánimos y voluntades de lucha. 

La invasión mediática deja secuelas y éstas avanzan sobre políticas públicas que deterioran nuestra calidad de vida y habilitan persecuciones a aquellos actores sociales que demuestran resistencias a un avasallamiento planificado, que busca destruir la educación pública, la salud, la industria nacional, la ley de medios de la democracia, editoriales de menor escala o todo lo conseguido (aún con todas sus imperfecciones) durante los últimos años. La agenda mediática –como mera reproductora de los intereses oficialistas y alejada de una perspectiva de derechos humanos– habilita que lo real (como la desocupación, la devaluación de los salarios o la destrucción de las paritarias) quede relegado a un segundo plano y que, en su lugar la fantasía, lo irreal del mundo concreto, ocupe la centralidad de nuestras emociones y preocupaciones cotidianas. 

* Licenciado en Comunicación Social.

[email protected]



Por Daniel Cabrera *

Encuestas y política (II)

Hace dos semanas, Roberto Samar planteó (https://www.pagina12.com.ar/22975-la-ventana) una crítica que pareció dirigida a las encuestas. Me permito intercalar mis propios pareceres, basados en otra perspectiva.

Sintéticamente, dijo:

- Que la publicación de resultados de encuestas tiene un efecto sobre el público (un solo efecto).

Si bien no se encuentra científicamente estudiada la repercusión que puede generar la publicación de resultados de encuestas en las audiencias, se ha reflexionado profusamente acerca de la influencia que pueden ejercer los medios al difundir sus noticias. Al respecto, es amplio el acuerdo de la comunidad de investigadores al describir esos efectos: ellos son relevantes, operan sobre la cognición de los individuos y cristalizan a mediano y largo plazo. Asimismo, también es importante el consenso sobre la capacidad del mensaje mediático para generar varios, distintos y simultáneos efectos, dependiendo –entre otros aspectos– de ciertas características del público consumidor.

- Que la publicación de tres encuestas es suficiente para crear un clima de opinión (en términos de Noelle Neumann).

La investigadora alemana señalaba que los medios son el principal insumo pero no el único que tienen los individuos para hacerse una idea respecto del clima de opinión imperante y de cómo evolucionaría. Ponía en duda una influencia mayor de los medios y proponía el estudio profundo de este tema. Además, otorgaba al individuo la capacidad de poder contrastar su propio pensamiento con lo que él mismo percibe como opinión predominante.

- Que solo se pueden incluir en las encuestas preguntas acerca de temas que constituyan un problema.

Bourdieu, en su famoso artículo “La opinión pública no existe” resulta sumamente concluyente. Si bien sostiene que la formulación de las preguntas en las encuestas depende en gran medida de la coyuntura y de las necesidades de quienes encargan y aplican los sondeos, y no tanto de las preocupaciones de la opinión pública, también revela cómo se fabrica el consenso en torno de un tema, a expensas de confesar que un altísimo porcentaje de encuestados tienen la capacidad de responder “no sé”, cuando la pregunta no refiere a un tema que sea un verdadero problema para ellos. En consecuencia, despejando la paja del trigo, el problema no son las encuestas sino, en todo caso, quienes interpretan sus resultados. En este punto, a Samar y a Bourdieu les falta resolver cómo se determina la cuestión principal: ¿cómo y quién decide cuáles son las preguntas que hay que hacer? ¿Le preguntamos al público a través de una encuesta?

- Que hay una diferencia tajante entre las preocupaciones genuinas del público y aquellas que son impuestas por la agenda informativa (y que no tendrían tal grado de legitimidad).

Una distinción semejante fue planteada hace unas décadas por el afamado politólogo Sartori, al oponer “opiniones del público”(opinión pública autónoma, la llamaba) y “opiniones en el público” (OP heterónoma). Las primeras son las válidas y las segundas las impuestas, pero en el esquema del italiano la OP heterónoma solo podía darse en regímenes políticos dictatoriales que dominaran el sistema educativo y la prensa, e impidieran la pluralidad de medios.

Actualmente, ¿por qué un tema del que tomamos conocimiento a través de los medios no podría preocuparnos justificadamente? ¿No es una fuente de información válida? ¿Todos los medios intentan engañarnos siempre?

Si solo tenemos tres fuentes de información (los medios, nuestra experiencia directa y el relato de la experiencia directa de nuestros familiares, amigos y conocidos), ¿cómo haríamos para tomar conocimiento de que en 2014, en CABA, solo el 2% de los homicidios fueron cometidos por menores no punibles? Si no se publican en algún medio, ¿cómo podrían difundirse estos datos?

El periodismo se siente el espejo del sentir ciudadano y cree que publica noticias importantes para su público, aunque pareciera que este esquema tampoco estaría funcionando (véanse las investigaciones de Boczkowski, https://www.pagina12.com.ar/22612-la-credibilidad-en-los-medios-como-institucion-social-es-baj).

Queda pendiente de respuesta la pregunta con la que Samar cierra su artículo: ¿qué ocurriría si el marco y la interpretación que los medios nos presentan de los hechos fuesen otros? Me pregunto: ¿se desea que, además de la actual, el periodismo proponga varias interpretaciones o se pretende que los medios presenten otra mirada, distinta, sobre los hechos? ¿Todos los relatos posibles o solo uno (el que a mí me gusta)?

* Docente e investigador. Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y Flacso. 

[email protected]


Para comunicarse con esta sección escribir a [email protected]