Desde París.La Academia de medicina de Francia recomendó el empleo masivo de máscaras de protección contra la expansión del coronavirus. Decenas de miles de personas recorren París a pie en busca de ese tesoro y se encuentran con el mismo cartel colgado en la puerta de las farmacias: ”PAS DE MASQUES”. No hay máscaras. Las capitales occidentales se enzarzaron en una guerrilla sin moral ni cuartel para conseguir las máscaras. Robo, corrupción, golpes bajos, chantajes, especulación, traiciones y violación de los tratados multilaterales encararon entre si a los amos del mundo civilizado. Antes, dentro de la Unión Europea o el G7 (países más industrializados del planeta) ya habían ofrecido una muestra de sus codicias al cabo de dos cumbres que acabaron con insultos de tono callejero. Esta es la última superproducción del nuevo canal en streaming multiplataforma y multiformato creado por las potencias occidentales para ofrecer en directo y cada día un capitulo degradante de su incompetencia multilateral: el Occi-Net. En suspenso, dramaturgia y crueldad les ganó a las mejores series de Netflix. No sólo faltan máscaras para los ciudadanos, sino, sobre todo, para los cuerpos profesionales que trabajan cada día en la línea del frente: enfermeras, asistentes, médicos, policías, gendarmes, cajeras, trabajadores.
Occi-Net empezó a difundir sus capítulos iniciales cuando el presidente de la primera potencia mundial, Donald Trump, pasó a ser el primer negacionista del planeta. Antes de que Estados Unidos ocupase el podio de los países infectados, Trump consideró que la pandemia era una ficción y que, en abril, con las altas temperaturas,” desaparecerá por milagro”. Lo acompañó en esa postura el segundo negacionista, Boris Johnson, el Primer Ministro británico. Johnson recién aceptó el confinamiento cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, lo amenazó con cerrarle las fronteras, seguido más tarde por los demás países de la Unión Europea. Johnson terminó infectado por el coronavirus, lo mismo que su Rasputín británico. Se trata Dominic Cummings, su consejero y el diseñador de la campaña de mentiras y manipulaciones que, en 2016, les dio la victoria a los partidarios del Brexit. A ambos se sumó nuestro incendiario regional, el presidente de Brasil Jair Bolsonaro y su “gripecita”.
Pero Occi-Net se superó a si misma con los siguientes capítulos. Con la gente muriéndose por centenas en los hospitales comenzó la temporada dos en Occi-Net: varios de los cinco Estados miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia) se precipitaron a comprar máscaras para sus ciudadanos. Lo hicieron como piratas al abordaje de los barcos aliados. Francia acusó a Estados Unidos de comprar, directamente en los aeropuertos chinos y al contado, las máscaras destinadas a Europa por un precio cuatro veces superior al valor inicial.
Tres regiones francesas, el Gran Este, la Provenza-Alpes-Costa Azul, y Paris y sus suburbios vieron cómo las máscaras adquiridas desaparecían en manos de intermediarios norteamericanos. Renaud Muselier, presidente de la región Provenza-Alpes-Costa Azul, contó a secas cómo el cargamento de máscaras fue “robado en el mismo aeropuerto por los norteamericanos, quienes pagaron en efectivo”. La presidenta de la región de París, Valérie Pecresse, contó un incidente similar. Sin embargo, según reveló el semanario conservador L’Express, el pasado 5 de marzo Francia confiscó en las ciudades de Lyon y Marsella 4 millones de máscaras de la empresa sueca Mölnlycke cuyos receptores eran España e Italia. Mölnlycke cuenta con una plataforma logística en Lyon y allí fue detectado el cargamento. Ello respondía a un decreto firmado por Emmanuel Macron que autorizaba al gobierno a “requisicionar” los productos y materiales que se encuentran en territorio francés. Ahora bien, Suecia y Francia están “comprometidos” por la firma de una “asociación estratégica y económica” que incluye al sector sanitario. Al cabo de 15 días de negociaciones, París entregó las máscaras que le correspondían a Roma y Madrid. Desde entonces, la multinacional sueca hace transitar sus cargamentos por un puerto belga.
En esta historia ni siquiera ha pesado la “lealtad estratégica” entre aliados europeos o transatlánticos. Alemania se enfureció después con Washington por una práctica similar. El Ministro de Interior del Land de Berlín, Andreas Geisel, calificó a los Estados Unidos de “piratería moderna” (diario Tagesspiegel) luego de que una dotación de máscaras FFP2 de la empresa norteamericana 3M producidas en China y adquiridas por Berlín fuera “confiscada” a pedido de la administración de Donald Trump en el aeropuerto de Bangkok. Trump obliga a 3M a despachar toda su producción asiática a los Estados Unidos y priva con ello no sólo a Alemania sino, igualmente, a Canadá y los países de América Latina, entre ellos la Argentina. EL 22 de marzo, 680 mil máscaras y respiradores provenientes de China con destino a Italia fueron requisadas “por error” en República Checa. España le compró y pagó a Turquía un lote de respiradores reservados a los pacientes críticos, pero, según reconoció la ministra española de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, el Gobierno turco optó por conservarlos «para el tratamiento de sus propios enfermos».
Hasta la crisis sanitaria, China, con 4.000 fabricantes, suministraba la mitad de las máscaras del planeta. Cuando se propagó la infección, el mercado fue ocupado por 3.000 nuevos fabricantes cuya moralidad no siempre es fiable. Alain Rousset, presidente de la región de Nueva-Aquitania, cuenta que “es preciso desenfundar rápidamente si se quiere hacer un pedido”. Los mercaderes de máscaras han cambiado también las reglas del juego establecidas. Melvin Gerard, consultor para la importación y exportación de productos hacia y desde China, explicó al vespertino Le Monde: «antes había que pagar el 30% de adelanto cuando se pasaba un pedido y el resto a la entrega. Ahora los fabricantes quieren el 100% al contado, sino hay otros compradores que pasarán antes”. Pekín no solo es el territorio desde donde se propagó el coronavirus, también es la región ante la cual Occidente es más dependiente.
Esta guerra de guerrillas en torno a las máscaras que implica a socios en el seno de la Unión Europea, del G7, de las Naciones Unidas, la OTAN (Alianza Atlántica) o el G20 es el relato más pusilánime de la incongruencia y la quimera del sistema internacional en un periodo donde la humanidad necesitaba como nunca coordinación y sensatez. Durante la última semana de marzo, Occi-Net le ofreció a Europa otra función de su insolvencia multilateral. Los 27 jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea se reunieron por primera vez. El cónclave terminó con agravios de serie B porque Alemania, Países Bajos y Finlandia se negaron a mutualizar la deuda de la Unión (los famosos coronabonos). ”Club de tacaños” (critica de España);”su comportamiento de señorito noble de Europa dirigiéndose a sus súbitos es insoportable” (crítica de París);”esta mezquindad recurrente dinamita todo lo que constituye el espíritu de la Unión” (posición de Portugal); ”Alemania es peor que los países bajos: no es sólo repugnante sino también hipócrita”; (un diplomático europeo citado por Le Monde). La videoconferencia entre los cancilleres del G7 (25 de marzo) no resultó más digna. El G7 fue dramáticamente incapaz de pactar una solución conjunta a las dos urgencias del momento: la producción de máscaras y respiradores.
En directo, cada minuto, Occi-Net seguirá con su producción de capítulos sobre la enormidad de su distanciamiento y el despropósito de su irresponsabilidad colectiva. Queda por esperar que la ciencia derrote al virus porque la política internacional fracasó en su misión de administrarlo. Mientras tanto, habrá que encomendarse a Lewis Carroll (el autor de Alicia en el país de las Maravillas) y su espléndida iniciación hacia el futuro: ”Y trató de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada”.