Siempre me sentí cómodo en Página/12. Pero recién hace poco entendí por qué me sentía tan cómodo. Un día recibí un mensaje de Valeria Veigh Weis. Me dijo que era jurista. Que estaba escribiendo una tesis posdoctoral sobre el papel de las víctimas en los procesos de verdad y justicia. Y que le habían recomendado charlar conmigo por la experiencia del diario. Nos encontramos en un bar de Congreso. Hablamos largo. Empecé contestando preguntas hasta que en un momento me cayó la ficha: “Mierda, Valeria, después de tantos años acabo de darme cuenta. ¡Somos el diario de las víctimas!”.
Hasta hay tesis universitarias sobre los recordatorios, esos avisitos de dos columnas por ocho centímetros que desde su primer día Página puso a disposición de los familiares de los desaparecidos.
Pero me di cuenta de que las víctimas que fue representando el diario no eran solo los desaparecidos.
También le dimos voz (o sea, información rigurosa más historias) a un pueblo amputado de resortes propios por las privatizaciones salvajes.
El diario se metió con las violencias (o sea, las convirtió en tema) antes de que fueran llamadas así por el Estado. Contra las mujeres. Contra chicos y chicas. Contra cualquiera que optara por ejercer su libertad.
Por aquí pasaron y pasan las víctimas de la violencia policial.
Las víctimas que lo son porque fueron arrojadas fuera del mapa (o sea, del mapa del empleo y del consumo) tienen su diario propio en Página/12 y su expresión completa en el Grupo Octubre. El diario y el Octubre son de las víctimas y sus organizaciones. Políticas, sociales y sindicales. Ni hablar de los organismos de derechos humanos. Siempre respetamos sus matices y nunca hicimos carroña de sus diferencias. Representan víctimas. Son un modelo. Y con eso basta.
Aquí está el análisis diario de los países sometidos a una globalización que concentra riqueza y estimula las variantes neofascistas. Países víctimas.
La mayoría de los argentinos son antiguas víctimas de la deuda externa y la fuga. Es uno de los nudos editoriales de Página/12.
Las docentes, los docentes, y sus gremios, siempre supieron que en la redacción serían escuchados del modo en que escucha el oficio periodístico: buscando datos, explicando, narrando. Pegando.
Hay un día que resume la idea de que a uno (el uno es colectivo) le sale lo que es y, al mismo tiempo, debe completar lo que es con lo que aprendió a hacer. Fue el 26 de junio de 2002, cuando asesinaron a Maxi Kosteki y Darío Santillán. La redacción entera trabajó con una hipótesis: había sido una masacre, no una interna piquetera. Pero al momento del cierre no hicimos tapa con acusaciones ni desplegamos una edición basada en conjeturas. Ya habíamos investigado y teníamos las evidencias. La tapa mostraba el cuerpo de Darío muerto sobre el piso de la Estación Avellaneda. El texto de tapa decía: “La salvaje represión policial tras un choque con los piqueteros provocó dos muertos y cuatro heridos graves con balas de plomo, otros 90 heridos con balas de goma o contusos y más de 150 detenidos”. Como decía el inolvidable Sergio Moreno, toda la tira.
Se me ocurre traer hoy estas historias porque quiero decirles que me convocaron para integrar el Gobierno y acepté. Ya lo hice una vez. Fui presidente de Telam durante cuatro años y medio, entre el 2005 y el 2009, y en 2010 estaba escribiendo de nuevo acá. Ahora voy a trabajar en el equipo de Felipe Solá en la Cancillería. Estoy muy contento de pasar a formar parte de un gobierno con Alberto Fernández Presidente. Con Cristina vice. Me entusiasma la ética de las prioridades que trazó Alberto de movida. El diario representa a las víctimas. Cuenta lo que les pasa y explica por qué les pasa. La función del Gobierno es que las víctimas dejen de serlo. En uno u otro lugar, la justicia social no es un objetivo pasado de moda.
Confieso que me da cierto vértigo dejar de escribir o hacer radio (antes en la 750, ahora en la 530) pero la vida también es vértigo. Y la política ni les cuento.
Entré a Página en agosto de 1987. Una vida. O más. Estoy muy agradecido a muchas y a muchos en Página. Gracias a Víctor Santa María porque los trabajadores de edificios salvaron al diario de la extinción y por su tenacidad para participar en la construcción del frente político más amplio de la historia argentina. Gracias a Hugo Soriani, Ernesto Tiffenberg y Gandhi (y antes, en otros momentos, a Jorge Prim y Pancho Meritello) por la confianza de siempre. Gracias a mis jefas de los últimos años, Nora Veiras y Vicky Ginzberg. Gracias también a los viejos compañeros de tantos cierres, y tantas charlas entrañables, como Sergio Kiernan, Andrés Osojnik, Alfredo Zaiat y Rulo Dellatorre. Gracias al Club de la Molleja que formamos con Eduardo Aliverti, Luis Bruschtein, Washington Uranga y Mario Wainfeld. Gracias a todo el diario y a todo Octubre.
Y gracias a ustedes, obvio.
Abrazo enorme.
Hasta pronto.