Por Silvia Otero
El libro fue un éxito en EE.UU. cuando se publicó. Posiblemente éste resida en que la historia, algunas veces desopilante, es un texto que genera empatía con el lector por el hecho que descubre que su vida, su infancia y su familia podrían haber sido peor.
En esta autoficción se narra la epopeya familiar para ir tejiendo en el relato memoria y recuerdos. Todas las familias con más de un miembro son disfuncionales, afirma en el prólogo su autora, Mary Karr.
La historia está contada en primera persona por una Mary Karr pequeña, que relata los distintos sucesos desde su perspectiva. Esa voz inocente deja que se vayan filtrando asuntos sinuosos y graves que no alcanza a entender del todo, pero que el lector entiende a la perfección.
Hay un desfile de tragedias varias, algunas de lo más normales, otras bastantes excéntricas. Un bálsamo para la pequeña Karr es la complicidad vivida con su hermana, que a pesar de las diferencias, es también testigo y víctima. No hace falta explicarle nada para que entienda el desconcierto de las acciones de los otros: madre, padre, abuela, amigos y vecinos.
Todas las familias suelen guardar secretos ocultos generación tras generación: hijos no reconocidos o fuera del matrimonio, matrimonios anteriores, madres solteras, problemas de alcoholismo, familiares o personas cercanas abusivas. A lo largo de la narración se refuerza la idea de que las heridas se curan cuando se exponen, no importa lo duro o lo difícil que esto signifique.
El club de los mentirosos, Mary Karr, Periférica & Errata naturae, 2017