Rodeados de incertidumbre, la pandemia posee el atributo extra de mostrarnos la irreemplazable necesidad del Estado activo, presente y siempre de derecho.
La mínima objetividad basta para ver las diferencias donde lo está y donde no. Se cuenta en vidas y en bienes para la vida.
Sin embargo, en forma oblicua, taimada, reclamando “sentido común” y en búsqueda de buenos “ejemplos”, los cultores del libre mercado arrastran a ingenuos y no tanto, en pos de su objetivo de siempre: la acumulación indiscriminada de riqueza, explotando personas y recursos naturales, y tratando de no pagar los daños causados.
El modus operandi, con mínimo tuneo, es el de siempre: cabalgar sobre ideas simples y básicas, propias del lamedor de inodoros, aptas para “apolíticos”, que pagan sus impuestos y a los que nadie nunca les regaló nada.
Casi como si Goebbels nunca hubiera existido ni las tortugas de Illia ni el algo habrán hecho, algunos se dejan manipular por aquellos que saben que su horizonte espacial llega al bolsillo y su perspectiva temporal se mide en horas, siempre alentados por comunicadores del pedigrí de un Feinmann o un Lopérfido, y a la espera del sensei Lanata, que entra en el segundo tiempo como Quintero.
Mientras tanto, por otra cuerda y entrevistados por los medios “libres”, atacan los Espert y los Milei, especies de kamikazes sacrificables pero incombustibles que pueden ser terraplanistas cuando haga falta.
Repasemos. Las ideas sobre el Estado se pueden reducir a dos: o es algo natural, como el panal de las abejas o el hormiguero, sin los cuales ni abejas ni hormigas podrían existir; o bien es fruto de un acuerdo libre y voluntario de los individuos, metáfora que, ya que estamos, se usó en Mayo de 1810, en la versión del Padre Suárez.
Llevadas al extremo, el naturalismo y el contractualismo nos permiten hacernos una pregunta difícil de responder: ¿el todo está antes que las partes o las partes están antes que el todo?
Pocas veces la vida pone a las sociedades ante disyuntivas extremas, pero es típica la expresión de “manzana podrida” y el remedio consecuente de la primera respuesta. En Argentina lo ensayó la dictadura militar.
Los contractualistas, variantes al margen, sostienen que el Estado es creado por los individuos, para cuidarles la vida y la libertad (los ricos le agregaron rápidamente la propiedad privada).
Esta visión no significa que el todo sí sea sacrificable para salvar a ciertas partes.
Significa (con la excepción de Hobbes) que cuando el gobernante no protege ni la vida ni la libertad de los individuos, éstos pueden quitarlo y elegir a otro.
Es lo que ha ocurrido casi siempre cuando la protección a ultranza de “la propiedad” conspira contra la vida y la libertad de la mayoría (el sustantivo mayoría es muy importante, ya que estamos en presencia de una idea basada en el acuerdo, en el consenso, sin los cuáles no hay contrato).
El proceso de ampliación de derechos desde el concepto primitivo de contrato social es en buena medida la historia de los desequilibrios entre vida, libertad y propiedad privada.
Desde la aparición del socialismo hasta el modelo keynesiano y el Estado de bienestar como respuesta a la lucha de las mayorías en pos de mejorar sus condiciones de vida, podemos hacer un repaso de cómo evolucionaron los derechos electorales que pueden servirnos de brújula para orientar futuras cacerolas.
Al principio, votaban sólo los hombres que fueran “propietarios”, poseedores de riqueza. No votaba la chusma, el pueblo, tampoco las mujeres, ni los negros, ni los analfabetos. Y así.
La fórmula de convocatoria al Cabildo de Mayo se refería sólo a la “parte principal y más sana” de la población, modo protocolar de excluir pobres y poco “acomodados”.
Con el mismo objetivo, una de las formas de exclusión política más efectivas fue desempeñar sin sueldo el cargo público. De este modo sólo los ricos podían ocuparse de la “res pública”. Hace 2.500 años así se votaba en Atenas: ni esclavos, ni pobres, ni mujeres.
Cuando se reunían las cortes (antecedente del parlamentarismo y de la bicameralidad), nobles, clero y luego la burguesía no cobraban: solamente iban a debatir sus derechos frente al monarca muy de tanto en tanto.
Finalmente se transformó en una actividad de tiempo completo, varios cortes de cabeza mediante.
La necesidad de que existan políticos profesionales para atender las nuevas y crecientes tareas del Estado, así como también la noción de vivir para la política y de la política, la explicó sobradamente Max Weber y es un falso dilema que atrasa 150 años.
Quisiera flan
Nadie sabe a ciencia cierta qué estamos enfrentando ni qué formas adquirirá la vida social en el futuro inmediato. La pandemia dejará heridas duraderas y llevará tiempo recuperarnos.
Hasta para quienes siempre lo pensamos, se ve con impactante claridad que el mercado es incapaz por completo para afrontar estos desafíos. Repugna enterarse de los procesos de desmontaje estatal sostenido sin pausas en países como Italia. El del macrismo, todavía lo estamos contabilizando.
Los daños provocados por los gurúes del neoliberalismo, comenzando por la Escuela de Chicago y las catastróficas consecuencias de sus experimentos, difícilmente puedan ser medidos y subsanados. Pero es una tarea para no olvidar.
Salud pública, educación pública, intervención estatal de la economía, controles a una banca que crea dinero artificial y escandalosamente, protección de los recursos naturales y el medio ambiente, derechos sociales y del trabajo, acceso a la vivienda, subsidios a la industria, previsión social, derechos humanos, son apenas acuerdos mínimos del contrato social, y son dinámicos y ampliables.
La respuesta a la pregunta obvia de cómo se pagará es que sobra dinero para garantizarlo, pero está concentrado en pocas manos por la centrifugadora del sistema financiero mundial, lo que a futuro resulta claramente incompatible con la vida y la libertad, e incluso la propiedad, de la inmensa mayoría de los seres humanos. Atrasar o demorar este proceso inexorable es lo que están intentando.
La cacerolas del lunes 30 de marzo no buscan ejemplos ni sueldos proporcionados, lisa y llanamente comienzan a desestabilizar, conscientemente o no, disfrazadas de sentido común y al servicio de explotadores y vendepatrias que desarticularon salud, educación, salarios y se fugaron 50 mil millones de dólares en año y medio; la misma cifra que el FMI proponía para socorrer al mundo post coronavirus.
Solamente la política, cada vez más y mejor política, pero incluso la mala, dará respuestas a futuro.
Una porque hará las cosas bien. La otra para que termines de aprender a no votarlos.
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