Veneno , miniserie original de Atresplayer Premium
, es una suerte de Ciudadano Kane transexual. Claro que en ella no hay un magnate sino que está Cristina Ortiz, más conocida en España por ese alias que además engalana el título de la miniserie. Al igual que en la película de Orson Welles se aprecia la (de)construcción de un mito, su leyenda opera como el Rosebud enigmático. Y lo hace con un marco alejado de una biopic tradicional. Es un relato sorprendente, prolijamente enmarañado, recargado desde lo narrativo y colorido en el plano visual, fragmentado en tiempos y que abreva en múltiples fuentes. A una semana de su estreno, la obra ha generado un jaleo en sus pagos comparable con lo que esta andaluza provocaba desde la pantalla chica.
La entrega apunta a darle lugar a todas las facetas y caras del personaje en cuestión. Desde mediados de los ’90, los late night se peleaban por su presencia en el estudio. ¿Las razones? La Veneno tenía “eso”. La cámara la adoraba y era dueña de una lengua karateca preciada por productores y noteros. “¿Qué yo que soy? Soy un semáforo, mi alma”, lanza desinhibida y arreglada como para un harem. “Voy de sultana, de mora, de india. Voy de la Pocahontas pero con un tiburón entre las piernas”, grafica. Pero, más allá del impacto sensacionalista, la miniserie también se retrata al chico que creció en Almería durante los últimos años del franquismo, a la prostituta, a quién conocería la cárcel, el jetset, y retornaría a la tevé más jibarizada de este tiempo. La Veneno fue, sin más, una entertainer de la nocturnidad a la que Javier Ambrossi y Javier Calvo (los mismos creadores de Paquita Salas) le echan un manto de luz. Y, algo infrecuente para las ficciones de estos días, la retratan con un gran cariño, sin cinismo ni maltrato, aunque haya humor del crudo y placer por lo novelesco. “La vida de La Veneno es una tragedia, es un thriller, roza casi el terror”, explicaron los realizadores sumando más géneros al asunto. Melodrama sin pausa. Historia de Cenicienta. Estilo Camp. Todo eso también es Veneno.
Paradigmáticamente, el comienzo es con un niño que observa hechizado una de sus incursiones en el prime time. Escena clave porque explicita las tres patas del relato. Figura/La Veneno, medio/la tevé y fondo/efecto en el público. La pintura de Esta noche cruzamos el Mississippi (programa que sería su trampolín a la fama) es fascinante por su mezcla inverosímil, un tanto de lo que hacía Fabián Polosecki con una considerable cuota de explotación. Es claro que la Veneno “garpaba” en cámara por el circo pero también serviría para otros propósitos. “De lo que no se habla no existe y lo que no existe se margina. Ella le puso voz y rostro a un tema que hasta entonces era un tabú”, se repasa. Por otro lado, la larga secuencia en el Parque del Oeste madrileño repleto de prostitutas (clara cita a Todo sobre mi madre) es también una toma de posición de la serie. La periodista Faela Sainz (Lola Dueñas) va a la caza del bombazo freak sin demasiado tino. “Habéis llegado a nosotras como si fuéramos animalicos de un safari”, expone una de sus íntimas.
Como en Pose aquí también se le da voz y presencia a un gran elenco LGTBIQ (sin esa redundancia en la que cae la serie de Ryan Murphy). Con una marcada ternura y descaro, tres actrices de este colectivo encarnan a Cristina Ortiz en distintas etapas (Jedet, Daniela Rodríguez e Isabel Torres). Los papeles secundarios también tienen su momento. Mención de honor para Paca La Piraña, una amiga de La Veneno que se interpreta a sí misma en los últimos años. Aunque el otro gran personaje de la serie es el de la periodista Valeria Vegas (Lola Rodríguez). Su historia sirve como hilo conductor para exponer el final de La Veneno pero también para repasar el coming out de la propia autora del libro sobre el cual se basa esta miniserie (Digo! Ni puta ni santa. Las Memorias de La Veneno).
Los amantes de Paquita Salas reconocerán el tono y regodeo kitsch. No faltan las menciones a la cultura pop (de Take That a Rocío Jurado). Aunque aquí haya un tempo menos frenético, que se agradece. La puesta en escena, con su fotografía de colores saturados, y contraluces, apunta a construir a La Veneno como una deidad pecaminosa. Dicho de otra forma, Veneno explora a su criatura en todos los ángulos y formas posibles. La fábula, lo real y todo lo que hay de esa cópula.