El embajador argentino en Chile, Rafael Bielsa, conoce el desafío que tiene por delante. No exactamente por haber ocupado ya el cargo. Pero sí por su experiencia en la función pública y en la diplomacia. Entre mayo de 2003 y diciembre de 2005 fue ministro de Relaciones Exteriores, cargo que hoy ocupa Felipe Solá. Del Palacio San Martín, pasó al Congreso de la Nación, donde asumió como diputado nacional. En 2013 fue designado presidente ejecutivo de Aeropuertos Argentina 2000.
El 28 de febrero el Senado aprobó por unanimidad su pliego de designación como embajador en Chile. Él se define como "adepto y adicto" a la política internacional. "Convivir con la diferencia no sólo es la tarea de un embajador; también es un buen ejercicio para el intelecto y la sensibilidad", dijo en diálogo con PáginaI12 sobre la tarea que tiene por delante.
--¿Cuáles cree que son los principales desafíos en la política internacional del Gobierno argentino, teniendo en cuenta el contexto global?
Según mi punto de vista, encontrar un lugar donde se pare la Argentina, y luego moverse de ese sitio lo indispensable. Andar de la cocina al living y del living a la cocina es fatal en política exterior. En esta materia hay conflictos inevitables y también inexplicables. Inevitables, Argentina tiene dos, y ninguno es por su culpa: Malvinas y AMIA. Los inexplicables tienen que ver con lo ducho o no que es el gobernante. En ambos conflictos Argentina está frente a una parte que no quiere reconocer que hay un problema. Toda política exterior se lleva a cabo bajo la premisa de sus consecuencias para la política interior. Y en Argentina, la agenda se dice más rápido y fácil de lo que se soluciona: reducir el escándalo de la inequidad en la distribución del ingreso y limitar las consecuencias para los más castigados por el peso de la deuda externa. Cada acción que tomemos debe ser posterior al cálculo de las consecuencias que va a generar. En ese decisión deben estar presentes las prioridades nacionales.
--¿Cómo imagina la relación del gobierno chileno y argentino en lo que viene, teniendo en cuenta las diferencias ideológicas de ambos gobiernos como la relación con Venezuela?
--La diplomacia está para acercar a las partes, no para dinamitar las relaciones. En donde hay posturas distintas, yo creo que nuestro gobierno hizo lo que debía hacer: no estropeó el Grupo de Lima, pero marcó diferencias en su interior que lo avecinan a México y al Uruguay anterior a su nuevo Presidente.
--¿Cree que el Gobierno debe ir más a fondo y romper con el Grupo de Lima?
--No quiero invadir la esfera exclusiva del Presiente y del Canciller Felipe Solá. Lo primero que hay que hacer es elegir el rumbo de dirección: ¿se forma o no se forma parte de la comparsa? Argentina ya manifestó que no es oveja de ningún rebaño. Luego, hay que analizar las prioridades y la correlación de fuerzas. La prioridad en el país es atacar el problema de la extrema pobreza y para hacerlo hay que dar una solución al opresivo endeudamiento.
--¿Cómo cree que va a determinar la política internacional de la Argentina la situación de endeudamiento externo que atraviesa el país?
Mucho dependerá de nosotros. De lo que hagamos, de cómo lo hagamos y de en qué momento lo hagamos. Le recuerdo la IV Cumbre de Mar del Plata. La prensa hegemónica jeringüeó con que si no venía Bush, la Cumbre era un fracaso. Bush vino. Entonces, insistió con que había que recomenzar el ALCA tal y como quería Estados Unidos, que no era el único acuerdo posible. El Hemisferio le dijo que no. Y Argentina arregló su deuda. Si somos profesionales, serios, respetuosos, enérgicos y orgullosos de ser argentinos, no son necesarias las concesiones sobreactuadas y carísimas en el plano conceptual para el país.
En su carrera como abogado, Bielsa, además, se dedicó estudiar el funcionamiento de la Justicia en la Argentina. Fue uno de los primeros especialista en denunciar el “lawfare" contra ex funcionarios. "El problema del aparato judicial nacional no es el resultado de un defecto de normas, sino de un defecto de cumplimiento de las que hay", señaló en esta conversación.
--¿Qué cree que debería incluir la reforma judicial que anunció el Gobierno?
--Es un tema extraordinariamente complejo al que dediqué 20 años de mi vida. No voy a adelantar juicio. Sólo le puedo decir que hay algo que no se consigue a golpe de artículo: la credibilidad perdida. Nueve de cada diez argentinos no confían en la Justicia. La credibilidad, como el liderazgo, no es algo que se pueda reclamar: se concede o no. Lo penoso es que conozco enorme cantidad de jueces y fiscales que hacen bien, y hasta abnegadamente, su tarea. Daniel Rafecas y Federico Delgado, por dar un ejemplo. Pagan en crédito por los que hacen lo que no se debe, y no me refiero a ninguna figura penal, sino a una triste figura institucional, como el juez Ricardo Lorenzetti.
--¿Cómo interpreta los "gestos" que la Justicia Federal le dio al gobierno en los últimos meses (la excarcelación del ex ministro de Planificación Julio De Vido, o el avance en la causa de los peajes que tiene en la mira a Mauricio Macri)?
--Los interpreto jurídicamente. No debían estar presos y aunque siguen estándolo, al menos es una domiciliaria. Amado Boudou no debiera estar privado efectivamente de su libertad. La causa de los peajes, también en términos jurídicos, debería ser un tren expreso. Como la de Correos.
--En varias oportunidades señaló que el lawfare se da en países con la institucionalidad debilitada: ¿En los 12 años de kirchnerismo, se debilitó el funcionamiento del Poder Judicial?
--No lo creo así en absoluto. Sí, que nuestra institucionalidad global es débil, no sólo la judicial. Pero trato de pensar en la utilización de jueces y normas para perseguir a alguien, para apresar a alguien, para sacarle fotos en paños menores y darlas a la prensa durante el kirchnerismo y no lo encuentro. Seguro que algo se me escapa, pero si hubiese habido una práctica no me faltarían ejemplos.
Entrevista: Antonio Riccobene