Desde las cabinas de un barco varado en un puerto de Florida, al sur de los Estados Unidos, 12 argentinos esperan la concreción de trámites, habilitaciones y decisiones para poder volver al país. Hace 27 días que no bajan del barco. El crucero Zandaam zarpó del puerto de Buenos Aires el 7 de marzo, rumbo a San Antonio, puerto chileno cerca de Santiago. Según los planes, llegaría allí el 21 de ese mismo mes. Sin embargo, desde ese día, tanto pasajeros como tripulantes y trabajadores del barco están a la deriva, encerrados en cabinas sin luz natural ni ventilación. Actualmente hay 400 personas a bordo, de las cuales 12 son de nacionalidad argentina.
Dante Leguizamón llegó al crucero Zandaam, un barco de lujo de la empresa Holland América, por invitación de un amigo, que trabaja a bordo como pianista. Ambos son cordobeses y tenían planificado volver el mismo 21 de marzo, con un colectivo que los llevaría desde Santiago hasta Córdoba.
A principios de marzo, Leguizamón dejó a sus tres hijos a cargo de la madre, con la que tiene un acuerdo de tenencia compartida, y viajó a la Ciudad de Buenos Aires. Como híbrido entre tripulante y pasajero, en el barco ocupó una cama en una habitación compartida con su amigo, donde hay una cucheta, un escritorio y un armario. “Del viaje me atraía conocer el canal de Beagle y la Islas Malvinas, pero no me imaginaba nada de esto”, señaló Leguizamón, que trabaja como periodista de radio y es autor de los libros La marca de la bestia (2005) y La letra con sangre (2011). Este lunes, como tantas otras noches desde que está a la deriva en el barco, no pudo dormir. Son las nueve de la mañana y todavía lo intenta. “Estamos muy golpeados mentalmente”, comentó a Página/12.
El 14 de marzo el barco pasó por Punta Arenas y se encaminó hacia el canal de Beagle, como estaba planificado. Todo venía bien hasta que empezaron a llegar las noticias: fronteras cerradas, cifras de contagios que crecían en todo Latinoamérica, la posibilidad del aislamiento obligatorio.
“Cuando nos enteramos que Chile había cerrado las fronteras, volvimos a Punta Arenas pero no nos permitieron bajar. Ahí empezó la incertidumbre”, relató Leguizamón. El barco se dirigió a Valparaíso, pero ahí tampoco hubo lugar para la tripulación extranjera: bajaron solamente las personas con documentación chilena, y cargaron nafta y alimentos para el viaje que les esperaba. En altamar, las comunicaciones del capitán del barco fueron la única forma de enterarse de las noticias. “No teníamos señal ni Internet, así que por varios días no podía comunicarme ni siquiera con mis hijos”, advirtió Leguizamón.
Como la decisión de las autoridades del barco fue seguir hacia el norte, las posibilidades eran tres: dirigirse al Puerto Vallarta, en la costa oeste de México, ir al puerto de San Diego, en California, o pasar por el canal de Panamá rumbo a Florida. En Valparaíso el capitán había informado que tenían “una cantidad anormal de personas con gripe”, por lo que, apenas emprendieron viaje, empezó el régimen de encierro: “Pasábamos 18 horas por día dentro de las cabinas, donde no hay ni ventanas ni luz natural, y solo podíamos subir a la intemperie cuatro veces al día, en el horario de las comidas”, relató Leguizamón.
Finalmente la empresa logró que el barco pudiera pasar por el canal de Panamá, donde se encontraron con otro barco, el Rotterdam, al que pasaron cuatro de los argentinos que viajaban en el Zandaam. El barco tiene una capacidad de 1.400 personas, pero entonces ya quedaban muchas menos y actualmente solo hay 400 pasajeros.
“En Panamá empezaron las negociaciones, hasta que el Estado de Florida aceptó que estacionáramos en el puerto de Miami con la condición de que no bajáramos a tierra”, señaló Leguizamón. Según les habían dicho, allí tomarían un colectivo que los llevaría al aeropuerto, donde podrían tomarse un avión hasta Buenos Aires. La enfermería ya alojaba a varias personas que habían manifestado fiebre y otros síntomas sospechosos del Covid-19, y en Panamá pudieron hacer los test para corroborarlo: había 20 casos positivos.
“Ahí nos enteramos de que, además de las personas enfermas, ya había 4 personas muertas en la morgue del barco”, afirmó el pasajero y contó que, para la tripulación del crucero es normal asistir fallecimientos porque la mayor parte de los pasajeros suelen ser personas mayores. Sin embargo, nunca habían abordado una situación así, con tantas muertes y la enfermería siempre ocupada.
Una vez que amarraron en Fort Lauderdale, en Florida, bajaron los cuerpos de las personas fallecidas y llevaron a los más graves a hospitales de la ciudad. Para quienes permanecieron en el barco, las condiciones se flexibilizaron: pudieron subir a la terraza del barco con más frecuencia, y circular por espacios habilitados. “El barco está limpio y tenemos alimentación, que es lo fundamental, pero mentalmente estamos agotados. Yo intento estar con las personas mayores, acompañarlas y contener, pero últimamente lloro cada noche, estoy cansado también y sin motivaciones”, relató Dante Leguizamón y afirmó que “emocionalmente es una montaña rusa, un día nos dicen que hay posibilidades y al día siguiente que no, que no hay noticias”.
Cerca de las diez de la mañana, la voz del capitán del barco se escucha por los altoparlantes. En los pasillos, en las cabinas, en el comedor, todos prestan atención. Pero no hay novedades del regreso, solo recomendaciones de mantener la calma. Tampoco hay nuevos contagiados en el barco, y las personas en enfermería parecen mejorar. “Yo quiero cumplir con el aislamiento correspondiente porque me parece excelente la política que se está llevando adelante en Argentina”, afirmó Leguizamón, “lo único que quiero es un gesto para esta situación tan particular para que todos, en especial los trabajadores del barco, podamos volver a casa”.
Informe: Lorena Bermejo.