Hace más una década el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman definía a la sociedad actual como una sociedad líquida, donde todo es inestable. A diferencia del mundo sólido de nuestros abuelos y abuelas nuestros vínculos laborares, afectivos e incluso identitarios pueden cambiar en cualquier momento. Esa inestabilidad permanente es el caldo de cultivo de nuestra sociedad temerosa: “vivimos sin duda en algunas de las sociedades más seguras que jamás hayan existido, y aun así somos nosotros los que nos sentimos más amenazados, inseguros y asustados, los más inclinados a ser presa del pánico”, sostuvo Bauman.

En este marco de temores extremos se nos presenta un riesgo real que afecta a la salud pública. Pero con una complejidad agregada: la saturación de desinformación que se replica en las redes sociales. Datos contradictorios que contribuyen con el miedo y la confusión. A modo de ejemplo,  fue falsa la cadena de la doctora “González Ayala que circuló por WhatsApp” y se viralizó el contenido de dos cuentas falsas que afirmaban que Marcelo Tinelli y Federico Bal habían contraído el virus. Por su parte, Página 12 publicó hace pocos días que circuló en WhatsApp un falso decreto presidencial que declaraba la cuarentena.

Según el estudio del MIT “La difusión online de noticias falsas y verdaderas", las noticias falsas se difunden más profundamente y más rápidamente. Las falsedades tienen un 70% más de probabilidades de retwitteo que la verdad. El mismo estudio señala que “aunque la inclusión de los bots aceleró la difusión de noticias verdaderas y falsas, esto afectó su difusión de manera aproximadamente igualitaria. Esto sugiere que, contrariamente a lo que muchos creen, las noticias falsas se propagan más lejos, más rápida, más profunda y más ampliamente que la verdad, porque los humanos, y no los robots, son más propensos a propagarla”.

En el mismo sentido, Soledad Arréguez Manozzo, docente e investigadora de la UNLZ, señala que “los usuarios suelen compartir contenidos (redes sociales, servicios de mensajería, foros, sitios web, etc) que coinciden con sus creencias, refuerzan sus sesgos y apelan a la emotividad. A su vez, estos contenidos falsos o engañosos tienen éxito porque construyen verosimilud, parecen creíbles y no hay una instancia de chequeo. Además son contenidos visuales, que causan impacto, buscan generar un efecto (enojo, risa, indignación, etc), por lo que tendrá más posibilidad de que lo comparta.”

En este contexto, estas noticias pueden generar pánico y en consecuencia profundizar el aislamiento, la inmovilidad, el individualismo e incluso la violencia. La salida es colectiva y con responsabilidad.

Debemos ser usuarios críticos de nuestras redes, de la información que consumimos y reproducimos. En nuestros espacios virtuales antes de compartir un mensaje es importante verificar la fuente de la información, chequear el dato en distintos medios, revisar la fecha de la noticia y entrar al enlace si es que lo tuviera. Es fundamental la rigurosidad de la información y priorizar, en este marco,la reproducción de comunicados oficiales.

Como periodistas también jugamos un rol clave, podemos promover miradas críticas y responsables o generar más miedo y confusión. Como concluye la investigadora Arréguez Manozzo, “el periodismo tiene una tarea importante a desarrollar en este esquema de sobreabundancia de información y de desinformación. Las redacciones deben capacitarse para poder reforzar sus estrategias de verificación de la información en las rutinas de trabajo. No hay que correr detrás de la primicia sino chequearla”.

* Licenciado en Comunicación Social UNLZ. Docente UNRN.