Desde Río de Janeiro
Acorde a lo que venía insinuando desde hace al menos una semana, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, decidió cesar en sus funciones a su ministro de Salud, Luis Henrique Mandetta. Pero fue convencido de no hacerlo por dos de los generales que lo rodean. Así, y a menos que Bolsonaro se decida a intentar otro de esos vuelcos típicos de su conducta sin norte ni rumbo, el ministro permanece donde está.
La razón que llevó al ultraderechista a decidir echar a su ministro fue la insistencia con que Mandetta y su equipo acatan lo que determinan la Organización Mundial de Salud, los científicos, médicos, investigadores y la misma lógica, y defienden que se imponga el aislamiento social y una cuarentena como forma de dar combate al coronavirus.
Al mediodía, Bolsonaro convocó una reunión de todos sus ministros. No por casualidad, determinó que el pleno fuera a las cinco de la tarde, hora en que desde hace unos cincuenta días Mandetta participa, al lado de sus auxiliares directos, de una conferencia de prensa para actualizar los datos de la pandemia en Brasil y anunciar nuevas medidas de combate.
Luego del anuncio hubo un almuerzo en el que estuvieron Bolsonaro, el cuarteto de militares con despacho en el mismo palacio presidencial, y un invitado más que significativo, el diputado nacional Osmar Terra. ¿Por qué significativo? Porque Terra es un conservador con trayectoria en la Cámara de Diputados y también ostenta un diploma de médico. Pero, a diferencia de su colega de oficio, defiende un inmediato aflojamiento de las medidas en curso. O sea: coincide de manera firme con lo que quiere Bolsonaro. Y en estos últimos días, Terra no disimuló en nada su deseo de heredar el sillón ministerial ocupada por Mandetta.
Terminado el almuerzo y mientras se esperaba la reunión del presidente con su gabinete de ministros completo, Terra se animó a llamar por teléfono a correligionarios, colegas de la Cámara y un par de gobernadores para anunciar que estaba 99 por ciento seguro de que sería nombrado ministro ahí mismo.
Pero sucedió que, mientras Terra hacía sus llamados, dos de los cuatro generales con despacho en el palacio presidencial se presentaron a Bolsonaro. Fueron el ministro de la Secretaría de Gobierno, Luis Eduardo Ramos, cuya ascendencia sobre el ultraderechista es muy fuerte, y el de la Casa Civil, Walter Braga Netto, quien luego de intensas negociaciones con los más altos rangos militares en actividad asumió, hace una semana, la función de “coordinador general de operaciones” en plena crisis. Es, pues, el hombre fuerte del gobierno, con la misión de tutelar a Bolsonaro y evitar al máximo los desvaríos presidenciales.
Ambos le dijeron al ultraderechista algo obvio: alejar a Mandetta a estas alturas, cuando el ciclo de la pandemia entra con fuerza en su espiral ascendiente, tendría un impacto negativo de proporciones incalculables en la opinión pública.
Le hicieron recordar que, pese a su furia frente a ese dato específico, la popularidad de Mandetta es más que el doble de la suya. Y que un 76 por ciento de los brasileños aprueba las medidas adoptadas por el ministerio de Salud. Para concluir, le advirtieron que la guerra abierta por el presidente contra prácticamente todos los gobernadores, especialmente con los de Río y San Pablo, las dos provincias más ricas de Brasil, estaba pasándose de toda medida y llegando a niveles extremos.
El movimiento de Braga Netto y Campos era esperado y de cierta manera fue fortalecido por el ministro Mandetta. En la noche del domingo, Mandetta vio que Bolsonaro le decía a sus seguidores fundamentalistas arrebañados en la puerta de la residencia presidencial, que algunos ministros se creían “estrellas” y que su hora llegaría, agregando que su birome tenía tinta para firmar despidos. Entonces, el ministro habló por teléfono con ambos generales. Y a los dos les dijo lo mismo: Bolsonaro tenía que asumir una decisión relacionada a su caso. “Amenazas, no”, afirmó en tono enfático.
También reiteró que no iba a presentar la renuncia y que se mantendría firme al frente de su equipo, dando seguimiento a las medidas implementadas hasta ahora.
El lunes, llamó la atención algo ocurrido al final de la tarde, mientras proseguía la reunión de Bolsonaro y sus ministros. El Ministerio de Salud anunció oficialmente que, a partir del lunes 13, podrán ser flexibilizadas en algunas ciudades y provincias las medidas de cuarentena actualmente aplicadas. Es un lento traspaso del aislamiento llamado horizontal, que alcanza a todos, por el vertical, que afecta a determinados grupos sociales, como por ejemplo los mayores de 60 años y los portadores de enfermedades crónicas.
También en este caso se especula que los mismos generales que impidieron que Bolsonaro expurgara a su ministro hicieron gestiones junto a Mandetta para atender, al menos en parte y bajo riguroso análisis técnico, a las demandas presidenciales.
El presidente podrá decir a sus seguidores más fanáticos que finalmente, luego de claras amenazas, logró doblegar a su ministro. Pero él, mejor que nadie, sabe que su espacio, ya antes bastante reducido, ahora se encogió a punto de prácticamente transformarlo en figura meramente decorativa.
Y para que no falten avisos, ayer el presidente de la Cámara de Diputados, el derechista Rodrigo Maia, alertó que la secuencia de pronunciamientos de Bolsonaro contrarios a las determinaciones de la OMS y de su ministro ya sería suficiente para que se apruebe una denuncia por crimen de responsabilidad.
Reiteró, además, que cualquier decreto presidencial que atente contra las determinaciones de médicos y especialistas será anulado en el Congreso. Con eso, Maia hizo eco a lo que dijo Gilmar Mendes, integrante de la corte suprema: decisiones del gobierno que contraríen lo determinado por la OMS serán invalidadas de inmediato.