En su cuento fantástico El milagro secreto, Jorge Luis Borges narra la historia del dramaturgo ficticio Jaromir Hladík, en cuyo último instante antes de ser fusilado el tiempo se detiene y se estira convirtiéndose en un año, para que él pueda concluir su tragedia titulada Los enemigos. ¿Sucede esto ahora? ¿Habrán producido, lxs escritorxs de Rosario y la región, algo de su obra en el aislamiento? Muchxs responden que poco y nada, o textos breves. "Mucho haiku", anota lacónico Rodolfo Hachén. Se quejan de dispersión mental. "Es que es un tiempo 'detenido'. No es un tiempo libre", comenta Silvana Sayago, psicóloga y poeta. Otra comentadora apunta lo siguiente: "Este encierro me recordó otras épocas donde para algunxs el encierro no tenía fecha de salida".
El novelista Miguel Mori (ex preso político) recurre al humor: "Estoy trabajando en una novela de largo aliento. Que lo agote al lector de entrada y diga: eso no se puede leer, mejor me leo un cuento. Será mi contribución a la lectura fragmentaria". Verónica Laurino cuenta que sólo escribe sus sueños, "muchos y jugosos". Llegan noticias de que Pedro Squillaci y María José Cardinale llevan crónicas que publican por diversos medios. Alito Reinaldi envía desde Las Rosas un poema reciente titulado "Negación de la luz".
"Este encierro me recordó otras épocas donde para algunxs el encierro no tenía fecha de salida".
Virginia Giacosa, Manuel Quaranta y Cristian Molina llevan diarios. "Estoy llevando un diario que se titula 88 días solo", informa Quaranta. "La regla es y será siempre una, escribir todos los días, sin importar el contexto, o justamente a pesar del contexto o gracias a él". Molina, en el suyo, bosqueja la categoría de "robinsones": "Aislarse es terminar encerrado por y en una isla. No dejo de pensar en Robinson Crusoe, el personaje de Daniel Defoe que sale en 1651 desde un puerto de Londres para terminar arrastrado por la catástrofe a una isla casi desierta. (...) La isla intenta hacerlo suyo, dejarlo en la nada. Pero no. Él, una maquinita perfecta del capitalismo de la revolución industrial, se convierte en el superman del progreso. Organiza cultivos, ganado, sistemas industriales, se cura de enfermedades, resiste, resiste, resiste a la Naturaleza y reproduce en la isla todo el sistema de explotación del capitalismo. Cuenta el tiempo, lo divide en actividades, lo llena, lo hace transcurrible...", anota en un ensayito brillante.
El último día de marzo empieza con un mensaje en video. Las manos de un Robinson Crusoe rosarino, aislado en Peyrano (provincia de Santa Fe), sostienen un libro de actas. Lo abren y pasan las páginas. Páginas manuscritas, que luego viajan fotografiadas. Título de la obra en curso: Los últimos días en el mundo. Autor: Guillermo Bacchini. ¿A mano? "Es que no tengo la compu, quedó en el service. Escribo a mano nomás", explica el autor de El ducto. La circunstancia azarosa del aislamiento amanuense marca otro tiempo, que ya parecía pretérito: el del borrador para pulir. Cuenta que se entretiene podando el jardín. Aconseja tomar té verde. (Escribo esta nota desde casa, mientras oigo cómo mi vecino de enfrente escucha Color Humano: "En mi coto de caza, nena, puedes correr desnuda/ entre hojas de otoño"). El tiempo retrocede al siglo XX. Bacchini asocia la cuarentena con las imágenes del pintor estadounidense Edward Hopper ("¡esos seres sumidos en soledades!") y coincide cuando se le comenta si no cree que estamos viviendo todos ahora en una obra del dramaturgo Samuel Beckett: "Ya lo pensé. Le llegó findejuego para interpretar a toda la humanidad, un mago".
Están los robinsones de la cuarentena y los de la pasión, sosteniendo proyectos de escritura que las obligaciones de un mundo aún no aislado socialmente les demoraban. Pablo Bigliardi (autor de REM) escribe y reescribe una inédita utopía fantástica: "Los oídos se abrieron (...) comenzamos a escuchar a los animales domésticos. Los perros y los gatos tenían algo para decir, reclamos atrasados de la mala alimentación, el exceso de la vida doméstica adentro de casas o departamentos. Era un traspaso de noticias, conversaciones rústicas de palabras pensadas que costaba trabajo llevar a cabo. Luego hubo una apertura infinita de significados". Laura Rossi (autora de Baldías) avanza en un libro sobre femicidios, No me verás volver. Anticipamos un pasaje de uno de sus relatos, Afuera todavía hay sombra: "Crónica de una muerte anunciada. Siempre es igual. Le gustaría recordar bien de qué se trata el libro. Tuvo que leerlo obligada en la escuela. Le ha quedado una impresión vaga, llena de agujeros: iban a matar a un tipo, todos en el pueblo lo sabían y nadie hizo nada para evitarlo. ¿Será que no se puede?"
"Algo me dice que es la oportunidad para que el Estado sepa que no todxs pueden hacer cuarentena y que la vida biológica no es la única que tiene que ser cuidada". Cristian Molina.
La autora de El sol/La dispersión (2016), la rosarina Virginia Ducler, está escribiendo la continuación de su Cuaderno de V (2019). Tiene una idea de título, tal vez provisoria: Me pregunto cómo hicimos para parir semejante monstruo. "Justo ayer estaba en la parte en que vos me estabas haciendo la nota y me avisaron que murió mi padre", cuenta y envía fragmentos de la obra en curso, que en parte reproducimos a manera de anticipo: "Él llegó tarde a la audiencia, tenía mi libro en la mano. Ni él ni nadie sabía que exactamente nueve semanas después de ese día, moriría. (...) Yo estaba sentada en el sillón de mi comedor, charlando con B, que vino a hacerme una nota (...) A las 20:17, mi hermano F me mandó un mensaje: 'Murió'. Quedé muda. Miré a B, la miré fijo, con la boca abierta. Pasaron unos segundos y dije: Se murió".
"Los robinsones acechan. Piden que firmemos clases virtuales en la isla, que hagamos actividades, que sostengamos el trabajo", relata Cristian Molina en una entrada reciente. "Nos piden que hagamos cuestionarios con referentes barriales para ver qué sucede en los territorios con la cuarentena obligatoria. Es para saber si se cumple o cuáles son las dificultades y los problemas para sostenerla. Algo me dice que es la oportunidad para que el Estado sepa que no todxs pueden hacer cuarentena y que la vida biológica no es la única que tiene que ser cuidada. Un breve entusiasmo me moviliza. Intento comunicarme con una orga de la Comunidad Travesti-trans de Rosario, sostenida por representantes de distintos espacios políticos. Sé que ellxs la están pasando realmente mal con este aislamiento legal y obligatorio. Se me ocurre contactar a M. Le envío un mensaje que asegura no entender. Me entero de su vulnerabilidad. La cuarentena le recuerda el aislamiento social en el que vivió por su identidad sexual trans; el miedo a salir por la mirada de lxs otrxs, la dependencia de la calle en noche tras noche, el hambre cuando no se trabajaba. Me doy cuenta de que no va a poder responder el cuestionario, porque está recluida dentro de la reclusión del dolor. Me la imagino como una “polilla” (ella elige ese tipo de mariposa para denominarse en un poema) atrapada en la red de un insectario. Y la dejo tranquila", relata el autor de Wachi book.