La ironía es la mejor medicina contra la perplejidad y la angustia. Una obra como Viaje alrededor de mi habitación, del militar, escritor y pintor francés Xavier de Maistre (1763-1852), se resignifica como una parodia sobre la anomalía del presente. “Cuando viajo por mi habitación, rara vez recorro una línea recta; voy de mi mesa hacia un cuadro que está colocado en un rincón, de allí parto oblicuamente para ir al a puerta; pero aunque al partir mi intención sea dirigirme allí, si me encuentro en el camino con mi butaca, no me lo pienso, y me acomodo de inmediato. Qué excelente mueble es una butaca, es sobre todo de lo más útil para cualquier hombre meditativo. En las largas veladas de invierno, es a veces agradable y siempre prudente tumbarse en ella perezosamente, lejos del estrépito de las reuniones multitudinarias. Un buen fuego, unos libros, unas plumas, ¡cuántos recursos contra el aburrimiento!”. El aislamiento y el silencio serían condiciones “ideales” para la creación. Pero hay pasiones como la escritura y la lectura que no pueden darle la espalda a un mundo que está estremecido por el avance vertiginoso del Covid-19. Enrique Vila-Matas (desde Barcelona), los argentinos Laura Alcoba (en París), Sergio Chejfec (Nueva York), Luisa Valenzuela, Edgardo Cozarinsky, Jorge Consiglio y Carla Maliandi reflexionan sobre la escritura y la soledad en tiempos de coronavirus.
Jorge Consiglio analiza el efecto que está generando la extensión de la cuarentena. “Es verdad que los escritores estamos acostumbrados a estar puertas adentro; de todas formas, en situaciones normales, uno tiene la posibilidad de salir y esta condición de libertad, aunque no sea usada, funciona como un factor de descompresión. Definitivamente, me pesa el aislamiento social. Estoy viviendo solo y el hecho de no interactuar con nadie, salvo por medios remotos, me empezó a afectar desde hace unos días. Se manifiesta a través de ansiedad y desconcierto. Estoy distraído: me pongo a leer o a escribir y me pierdo; tengo que volver a empezar mil veces cada texto”, dice el autor de las novelas Pequeñas intenciones y Hospital Posadas.
Desde París, la ciudad donde vive, Laura Alcoba (La Habana, 1968) también desmitifica esa especie de “torre de Marfil” que presupone la escritura literaria. “Este aislamiento no tiene nada que ver con la soledad a la que aspiran los escritores. En Francia el número de enfermos y de víctimas es impresionante, no para de aumentar. Por lo que este momento en casa, donde afortunadamente todos estamos bien, lo ocupo para llamar y tomar noticias de quienes están enfermos y conozco personalmente. Son muchas personas. Yo estoy hablando desde Francia donde el número de enfermos es muy superior al de Argentina –compara la autora de La casa de los conejos-. Entre mis amigos y personas cercanas, hay una decena de afectados. Por lo que cada día, lo que hago es eso: llamar o escribir a quienes están enfermos”.
Ningún hombre es una isla
Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1938) dice que las escritoras se nutren de la soledad y que material de lectura no les falta. “Recuerdo tiempos muy lejanos cuando pensaba que el ideal era estar presa para no tener otra cosa que hacer más que escribir. Como si prisión y atroz presión no fueran sinónimos... Pero hoy no es ni remotamente el caso”, admite la autora de Realidad nacional desde la cama. “El encierro de hoy es por el propio bien y el bien común, tratemos de sacarle el mayor partido posible. Reconozco que la mía es una situación de privilegio, con una casa amplia y un jardín chico pero frondoso. Y soy básicamente optimista, creo en el humor como tabla de salvataje, lo cual ayuda en medio de esta terrorífica invasión viral. Cuando tengo ánimos bailo o pedaleo, bicicleta estacionaria, ¡no financiera!”, aclara la presidenta emérita del Centro PEN Argentina.
Desde Barcelona, Enrique Vila-Matas analiza esta experiencia singular de confinamiento. “En un primer momento, equivocadamente, creí que como escritor tan acostumbrado a pasar horas trabajando en casa, solo y aislado, el encierro –llevo quince días ya, por cierto, de confinamiento– me iba a afectar menos que a otras personas, pero pronto vi que no tener la libertad de salir a comer con los amigos, ir al cine, o dar un largo paseo al atardecer con mi mujer era todo un inconveniente”, admite el autor de Bartleby y compañía, El mal de Montano y Dietario voluble, entre otros libros. “El encierro, al igual que la pandemia, es el redescubrimiento de que uno no es una isla, de que no es verdad que podamos relacionarnos sólo por internet y que tenemos necesidad del otro. Si me alcanza el virus, perjudico a la comunidad entera. ‘Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo’, recuerdo que decía un poema de John Donne”, agrega Vila-Matas.
Sergio Chejfec, que vivió en Caracas de 1990 a 2005 y ahora reside en Nueva York, examina el modo en que el coronavirus impacta en la vida cotidiana. “En Nueva York el aislamiento es menos estricto que en Argentina. No está prohibido alejarse de la casa, si bien recomiendan no hacerlo salvo necesidad, lo cual incluye la necesidad de ir a trabajar y puede incluir la necesidad de estar afuera. Esas dos necesidades, la de trabajar y la de salir, muestran muy gráficamente una desigual asignación de riesgos. Sin embargo, también es cierto que en muchos casos trabajar, aun cuando se tenga que salir, ha pasado a ser un privilegio muy valorado. Entonces ocurre que por ahora la pandemia ha trastornado el sentido y la misma experiencia de estar auto recluido. Si es cierto que el escritor está acostumbrado a estar solo y aislado, el cambio actual lo expone a un aislamiento novedoso: más estricto en términos materiales pero más poroso en términos espirituales”, compara el autor de Lenta biografía y Boca de lobo. “Creo que la experiencia de quiebre cronológico y de suspensión del tiempo, instala a toda la gente en un misma franja de incertidumbre que es compartida, naturalmente, por quienes escriben. El mundo se asoma al hecho de simplificarse al máximo; en ese punto, el aislamiento ha dejado de ser un santo y seña individual para convertirse en una conducta masiva”.
Aunque a Carla Maliandi (Venezuela, 1976) no le cuesta estar en su casa, desde que empezó la cuarentena no pudo retomar la escritura, tampoco leer ficción ni ver una sola película. “Es como si un estado de alerta me hubiera capturado la concentración. Hasta ahora solo pude leer noticias y artículos vinculados a la pandemia y la situación mundial. La comunicación con amigos, familia, compañeros de trabajo y alumnos me lleva una buena parte del día. Leer y escribir es lo que hago habitualmente en mi vida, pero esta situación no favoreció esas prácticas si no que por ahora las puso en pausa. Me resulta todo tan alucinante y onírico que no puedo entregarme a otra cosa. Supongo que si esto se prolonga en el tiempo encontraré la manera de volver a hacerlo, aunque no sé bien cómo”, reconoce la autora de La habitación alemana. Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) confiesa que el aislamiento le molesta “menos” que a otros. “Hago y recibo videollamadas, algo que nunca había hecho antes. Estoy en ‘conversación visual’ con los amigos más cercanos. Me falta la caminata diaria matutina, mi único ejercicio, por lugares con árboles y verde”, precisa el autor de Vudú urbano, La novia de Odessa y El rufián moldavo.
La vida amenazada
“¿Qué decirte? No, no es un momento de escritura para mí. Es un momento de preocupación. Me siento bastante impotente, pero a mi nivel trato de hacer lo que puedo”, advierte Alcoba que junto a su familia participa en una red solidaria telefónica que llama a ancianos aislados en París. “Todo lo que escribo en estos momentos está atravesado por la incertidumbre y la angustia –afirma Consiglio-. La situación es existencial por excelencia: la vida está amenazada por el coronavirus y, además, en lo personal, no sé bien cómo voy a pagar las cuentas. No hay forma de que este malestar no se cuele en la escritura. Aunque el eje del texto no tenga nada que ver con la pandemia ni con ningún asunto relacionado con ella, hay un sonido en lo que se narra, una acústica, un uso de los silencios, que evidencia lo que está pasando. Creo que la escritura es porosa y, se elija o no, dialoga con el medio en el que se la produce”.
Vila-Matas trata de no estar todo el día pendiente de las noticias para “huir así de las estadísticas de muerte y del pánico permanente”. El autor de Mac y su contratiempo está trabajando en dos libros a la vez: un largo ensayo narrativo sobre las cinco tendencias esenciales de la narrativa de nuestro tiempo y un libro de conversaciones con Anna María Iglesia para la editorial catalana WunderKammer, donde intenta desvelar parte de las claves de su escritura. Cozarinsky tenía previsto publicar en mayo su próxima novela, Turno noche, pero con los planes editoriales en revisión el escritor y cineasta calcula que finalmente saldrá en la segunda mitad del año. “Como no lograba avanzar con un proyecto nuevo, me dediqué a reunir mis notas de viaje, reescribiendo algunas, recortando otras, para ver si dan un libro. Tiene su gracia que en este momento de enclaustramiento lea y revise notas de viaje”, ironiza el autor de Dark y En el último trago nos vamos.
Cuerpos distanciados
Valenzuela menciona que a principios de 2010 tuvo meningitis y aprendió “en carne propia” que lo más peligroso es estresarse. “El miedo también produce estrés, así que recomiendo evitarlo en lo posible”, sugiere la autora de El Mañana que está escribiendo un libro ecléctico sobre el dinero. “‘Dios no ha muerto, se ha convertido en dinero’, dijo Giorgio Agamben en 2014. Ahora este dios está boqueando. No deja de ser una esperanza pensar que la crisis actual puede llevar a su fin al capitalismo salvaje tal como ha ido avanzando y devorándonos en los últimos años. Le tengo fobia al dinero, por eso vengo trabajando este tema desde hace ya varios años y desde muy diversos, y muchas veces amenos, ángulos –revela Valenzuela-. Me interesa la creciente posibilidad de una economía virtual, a la vista de todos y sin intermediarios. Buena oportunidad ahora, en reclusión, para tratar de desentrañar algo de ese galimatías”.
Maliandi estaba terminando una novela y corrigiendo unos cuentos. “De pronto todo se dio vuelta y la escritura quedó en pausa. No me resulta posible, por ahora, sustraerme de la situación. Vivo estos días en un estado de perplejidad, mezcla de fascinación, angustia, preocupación y curiosidad. Por ahora no pude retomar la escritura, mis pensamientos se concentran solo en dos preguntas: ¿qué es esto que está pasando? Y ¿qué va a pasar después?”. Hay preguntas que aún no tienen respuestas. “Me atrae el futuro con angustia y misterio”, subraya Chejfec. “El pasado me produce más inseguridad porque cada detalle, evento o proceso parecen haber estado yendo en una dirección que ahora se revela desconocida. Es notoria la velocidad con que se han evaporado los hábitos sociales y públicos, y hoy literalmente parecen pertenecer a otra vida. Nosotros no seríamos propiamente reencarnaciones de una vida anterior, sino que habríamos tomado la posta en un universo contiguo, mundo paralelo que se rige por la adaptación burda, disfuncional o llanamente abstrusa de lo que hacíamos hasta hace muy poco –explica el escritor-. Por otro lado, en ese pasado en proceso de evaporación incluyo lo que escribí. Libros que se refieren a un mundo no abolido sino desfasado. Esto lo siento también como lector: todo lo que leí parece referir algo entrañable, propio y hasta sagrado, bastante fenecido aun cuando dentro de seis meses se vuelva a una enigmática normalidad. Todo lo cual lleva a preguntarme qué escritura es la pertinente para esta floreciente configuración mental colectiva rápidamente adaptada a un régimen de acciones lentas y cuerpos distanciados”.