Desde Caracas
La pandemia nos obligó a una nueva realidad, confirmó y aceleró tendencias y precipicios. El volumen aplastante de noticias diarias toca desde las subjetividades, hasta la geopolítica. Todo se mueve -salvo el encierro para quienes podemos mantenerlo- y en ese movimiento se perciben los bordes de los cambios que avanzan a una velocidad desconocida para nuestra generación.
Vivimos una experiencia que afecta a miles de millones de personas. Dentro de esa globalidad existe, a su vez, una forma situada de atravesar esta pandemia: una ventana sobre Guayaquil con cadáveres en las calles, el silencio en Bérgamo, un comedor popular en Constitución, un departamento ante Nueva York detenida, un duelo a la distancia, o frente a esta computadora en Caracas.
La hiperconectividad hace a esta experiencia única y lleva, a veces, al peligro de perseguir las informaciones de muertos/contagiados/curados por país y últimas noticias, sin poder detenerse y ordenar algunos de los cambios centrales en desarrollo. En mi caso con el agregado de tratar de entender qué lugar ocupa Venezuela en el tablero norteamericano -y ruso- en este momento.
Se están jugando piezas centrales del orden en estos días que se hicieron semanas y, todo indica, serán meses. Una de esas piezas es el cambio de ideas-fuerza, y, en particular, el retroceso del neoliberalismo como propuesta económica y de sociedad.
Esa tendencia venía en crecimiento en América Latina, con los levantamientos del año pasado en Ecuador, Chile o la victoria electoral del Frente de Todos en Argentina. Se extiende ante la pandemia.
La propuesta de la salud privatizada, el achicamiento del Estado, o la resolución a través de las bondades del mercado, evidencian su incapacidad de construir respuestas ante la crisis. Son, de hecho, parte del problema, como queda de manifiesto con el impacto de los recortes en salud pública en Europa o la inviabilidad del modelo norteamericano.
Aparece así, para amplios sectores, la necesidad de Estados fuertes, sistemas de salud pública, la posibilidad de nacionalizar sectores estratégicos, la intervención en el orden desigual de las cosas para equilibrar entre las minorías que acaparan cuentas y propiedades millonarias, y las mayorías trabajadoras, de clases medias, populares.
Otra pieza es la geopolítica. La configuración de una multipolaridad en disputa se aceleró. Estados Unidos, con una crisis severa de pandemia, no logra liderar una respuesta internacional. Se trata de un golpe fáctico, de imaginarios y mitologías, con imágenes que podrían haber parecido impensables tiempo atrás, como la llegada de un avión militar ruso a Nueva York.
Esa ausencia norteamericana -que propone prohibir la exportación de suministros médicos- tiene su contraparte en la confirmación del papel tomado por China, que desplegó cooperaciones con diferentes países, independientemente de la orientación ideológica de los gobiernos. Ayuda a Italia, España, EEUU o Venezuela, con médicos y medicinas, al igual que Rusia y Cuba.
Es la confirmación de un nuevo ordenamiento con retroceso norteamericano, la gravitación de las potencias ya consolidadas -con proyectos como el euroasiático, teorizado por Alexander Dugin- y la evidencia del laberinto, aún sin salida, europeo.
La tendencia de fragmentaciones de pilares de la Unión Europea se confirma: la pandemia se suma a episodios como la implacable austeridad sobre Grecia en el 2015, el retorno de fronteras con la denominada crisis de migrantes en el 2016, y el actual Brexit. Los pedidos de Pedro Sánchez expresan esa situación, la necesidad de una respuesta europea proporcional a la crisis que aún no llega.
En ese movimiento de cimientos geopolíticos aparece la desintegración latinoamericana, sin herramientas para desarrollar políticas comunes. La Organización de Estados Americanos, con su rol en el golpe de Estado en Bolivia y su respaldo a gobiernos de derecha post represiones -como en Chile y Ecuador- ha demostrado lo que se sabía: no sirve intereses continentales sino norteamericanos.
¿Cuál es el lugar de América Latina en este nuevo ordenamiento? Los pilares de la derecha, modelo neoliberal y alineamiento irrestricto a EEUU, no tienen respuesta para proyectos nacionales, continentales, de mayorías.
Por último, envolviendo todas las piezas, se encuentra la crisis económica que el coronavirus catalizó, se agrava a medida que no aparecen señales certeras sobre el fin de la pandemia y las cuarentenas.
Dentro de esa crisis se encuentra el desplome petrolero que combina la caída de demanda, la sobreproducción -y limitaciones en la capacidad de almacenamiento-, y la misma disputa geopolítica, esta vez en el triángulo Rusia, Arabia Saudita y EEUU. Quien más pierde, por el momento, es norteamerica, las empresas de esquistos por el alto precio de producción y la posibilidad de retroceder en los avances energéticos estratégicos.
La pandemia ha puesto en movimiento piezas centrales del orden en poco tiempo. La velocidad de los acontecimientos y cambios tiene forma de caída. En esa caída están también los miedos -a la muerte, el encierro, la pobreza y el contacto ajeno-, las distopías, la cotidianeidad quebrada, lo surreal que es no poder salir a la calle sin barbijo en esta Caracas que enfrenta la pandemia con una curva por el momento bajo control, la amenaza norteamericana y la falta de gasolina.