Hacer la vida
Argentina, 2019
Dirección y guión: Alejandra Marino.
Producción: ALANDAR PRODUCCIONES con el apoyo de INCAA.
Fotografía: Marina Russo.
Montaje: Liliana Nadal.
Música: Pablo Sala.
Reparto: Luisa Kuliok, Bimbo, Victoria Carreras, Raquel Ameri, Florencia Salas, Luciana Barrirero, Joaquín Ferrucci, Darío Levy, Pablo Razuk.
Duración: 103 minutos.
Distribuidora: Aura Films.
Puertas adentro de un edificio, la vida se parece y diferencia. Historias cruzadas que repercuten, adhieren semejanzas y marcan distancias. Un entrecruzamiento coral que bien podría ser el nudo desde el cual se concibe Hacer la vida, la película que escribe y dirige la rosarina Alejandra Marino (Franzie, El sexo de las madres), y que (de acuerdo al plan propuesto por el Incaa para los estrenos nacionales) se estrena hoy por vía doble: en la plataforma Cine.Ar y en Cine.Ar TV (hoy y el sábado a las 22).
Como se refería, Hacer la vida –todo un título, hay que decirlo- alterna historias que guardan resonancias. A ver, hay ejemplos cinéfilos que vienen a la cabeza, tengan o no similitud próxima con la película de Marino, como Mesas separadas (1958) de Delbert Mann o La muerte camina en la lluvia (1948) de Carlos Hugo Christensen (que esconde otra película, remake como es de un film de Clouzot). Ni qué decir de Rosaura a las 10 (1958), de Mario Soffici. En todas, la convivencia entre historias con puntos en común, como “Rosaura”/Camilo Canegato en el caso de Soffici. Aquél era pintor, tímido. En la película de Alejandra Marino hay una referencia pictórica y pasa por la Ramona de Antonio Berni. “¡Se lo robaron!” dirá uno de sus dueños, cuando en verdad la esposa utilizó ese cuadro (de adorno hogareño y porque vale mucho) como medio de pago, para hacerse con el futuro hijo de su criada/sirvienta, pobre como la Ramona, pero madre como no puede serlo su patrona.
La Ramona es un poco la síntesis de todas y todos los que deambulan por este racimo de historias. Personajes marginales o marginados, que esperan su momento mientras buscan en una desesperación compartida. Entre ellas y ellos: la “Rusa” (Raquel Ameri) que vende café –que en verdad es ucraniana, “así como Brasil no es Argentina”, repite ella como un mantra-; Lucy (Bimbo), quien vive atenazada por su madre con un hijo que no habla (porque no puede o no quiere, nada se sabe de su padre); Mercedes (Florencia Salas), la chica embarazada a quien le negocian el hijo por venir; Gaby y Mariano (Luciana Barrirero y Joaquín Ferrucci), atravesados por el ballet, la primera porque no puede ser Odette tal como sueña, el segundo porque lo es cuando está solo al vestir el tul de su novia; y Mónica (Victoria Carreras), que es la dueña del cuadro de Berni, dueña de un dogo al que con su marido (Darío Levy) le dan cariño de padres. Hay también un zapatero (Pablo Razuk) que tartamudea y guarda un secreto que mejor no decir.
Lo que se acentúa y quiere con afecto en Hacer la vida es ese margen, el lugar de desamparo y desatención social por el que transitan sus personajes
Hay muchos matices en cada uno, pinceladas que permiten delinear personajes de manera acotada, sin ahondar innecesariamente: la Rusa espera a su marido en Argentina, le envía audios, nunca recibe respuestas; Lucy quita hojitas de su planta de marihuana (hay algo allí que se revelará oportunamente, brillantemente, hilarantemente); Mercedes dice que su madre murió, tal vez sea cierto, es tucumana porque su nombre fue elegido por admiración a Mercedes Sosa; el “Negro”, su novio, parece un chanta (ojo, parece); etc. A grandes rasgos, lo que suceda surgirá a la manera de un caer de piezas. Primero una acción que desencadenará otra, luego las demás. Hasta configurar una vuelta al comienzo, con el viaje como figura que permita salir y conocer más allá de las puertas de este edificio arrumbado, a partir de la aserción de cada uno consigo mismo.
Desde el retrato general, lo que se acentúa y quiere con afecto en Hacer la vida es ese margen, el lugar de desamparo y desatención social por el que transitan sus personajes, habituados a quedar por fuera de la tarjeta postal social. Algunos de ellos, por otro lado, parecen cansados de esta presunta necesidad, y deciden dar rienda suelta a lo que ocultan inconfesablemente. Quienes lo puedan soportar, sabrán salir airosos.
Para llegar allí, el camino que atraviesa Hacer la vida –qué acierto el título elegido, contenedor como es de una acepción doble, que dice de manera apenas desviada- está dado por una puesta en escena que apela a actuaciones forzadas, límites, casi por caer en un absurdo al que no le temen. De igual manera los diálogos impostados. Toda la película juega este desafío, al rozar pretendidamente el culebrón televisivo, el de las tardes seriadas. (Algo así se percibe en algunas de las películas de Santiago Loza). No es casual, por ello, que apele a la actriz Luisa Kuliok –heroína de corazones desgarrados-, en el rol de la madre tarotista que tiene “encerrada” a su hija desde una consigna letal: no tiene suerte, ¡pobre! Hay un momento en donde la Kuliok sobreactúa perfecta, y golpea una mesa mientras sufre la suerte de un amor mentiroso, que intenta disfrazar de palabras que no alcanzan.
Es por todo esto que hay que dejar que Hacer la vida juegue sus cartas lentamente, dejando que un aire telenovelesco, casi bizarro, se adueñe del ambiente. Cuando lo hace, todo es posible: combinar El lago de los cisnes con iconografía trans; Berni como decorado de comedor de clase media; cobrar por sexo nada casual (hay una escena que bien podría hacer de Lucy una variante de la Séverine de Catherine Deneuve y Luis Buñuel en Belle de jour); maniatar a alguien para luego hacerlo fatalmente consigo; encontrar plata escondida y desocultar secretos de familia. Las vías de escape, como rutas a seguir, aparecerán para quienes se lo propongan.
Así como son pocos y suficientes los elementos desde los cuales los personajes son dichos, se hará otro tanto en relación al devenir de cada uno de ellos. Lo que importa es que algo cambió. La escena última es así de suficiente, ya que opera por contraste con una de las primeras de la película, al permitir que la Rusa haga lo que no tenía permitido: bañarse en la piscina de quienes tienen la plata suficiente. La acompaña Mercedes (embarazada porque no tuvo contención sanitaria ni social), ahora a la vera de esas mismas aguas, presuntamente prohibidas. Con una sonrisa.