BlackRock es uno de los fondos de inversión acreedores de Argentina, del club de los que más títulos de su deuda posee y en el cual coordina acciones para negociar. La cercanía de su CEO, Larry Fink, con el ex presidente Mauricio Macri, con quien se vio dos veces en su gobierno, fue intensa. De lo que el Estado argentino emitió alegremente y sin beneficios a la vista en esos años, compró miles de millones de dólares. Cuántos exactamente, no se sabe.
En el Ministerio de Economía explicaron a Cash que esos brokers no están obligados a declarar sus tenencias (de hecho, el Gobierno debió contratar a la firma internacional Morrow Sodali para saber quienes son los principales titulares de deuda argentina). BlackRock tendría más de 1600 millones de dólares en veinte bonos distintos según una lista que publicó la agencia Bloomberg. Otras fuentes dicen más de 2000 millones.
Nacido en 1988 en Nueva York, BlackRock es uno de los fondos más jóvenes en su tipo. Otros como Templeton o Fidelity datan de la inmediata posguerra, y los hay más antiguos aun entre los prestamistas de Argentina. Pero BlackRock es el fondo más poderoso del mundo: gestiona activos por más de 6 billones de dólares. Fue fundado por el propio Fink y su socio Robert Kapito. Para tener una idea de lo que significa el monto de su cartera, sólo dos países tienen un tamaño económico (PIB) superior: Estados Unidos y China.
Igual que otros fondos de inversión de esta envergadura, cobró mucho poder cuando, tras la crisis global de 2008 iniciada por los títulos de hipotecas, en la cual esos fondos fueron parte del problema, el gobierno de Estados Unidos empezó a regular más a la banca tradicional pero le dio más libertad de acción a estas instituciones de riesgo.
Fink y Kapito, CEO y director general de BlackRock, trabajaron en el First Boston, el Credit Suisse y otras firmas líderes en el mundo financiero de Wall Street y de Europa, y se doctoraron en negocios en universidades de prestigio. Ese fondo de inversión tiene acciones de multinacionales como Coca Cola, Apple, Microsoft, General Electric. Y de Bayer-Monsanto, un caso que vale la pena detallar.
Fusiones
Las dos gigantes agroquímicas, una alemana y otra estadounidense, se fusionaron en 2018 (en rigor, Bayer compró a Monsanto) gracias en parte a la presión de BlackRock, que posee más de 7 por ciento de las acciones del nuevo grupo. Eso le da poder de voto en la asamblea directiva. Una de las características de ese fondo es concretar operaciones que implican concentrar y monopolizar. Ya lo hizo en las grandes aerocomerciales de su país, a partir de lo cual el precio de los tickets de avión subieron muchísimo en Estados Unidos. También desplegó esa estrategia en otros sectores en Norteamérica y en Europa. En la era neoliberal, los Estados y los reguladores anti monopolio se debilitaron en detrimento del poder de los jugadores del “nuevo” capitalismo, como BlackRock.
La operación Bayer-Monsanto involucró 63 mil millones de dólares. Fue una de las transacciones más importante de la historia, apenas detrás de otras fusiones como las de las gigantes de las telecomunicaciones Vodafone de Gran Bretaña y Mannesmann de Alemania, que luego absorbieron a la estadounidense Verizon; la de America Online (AOL) y Time Warner en el sector de medios; la de las petroleras Exxon y Mobil; y la de las farmacéuticas Pfizer y Warner Lambert.
Bayer compró Monsanto y creó un coloso de semillas y pesticidas sin conocer en detalle, según han denunciado en Alemania, los millonarios juicios contra la firma productora de glifosato. Bayer es una marca emblemática para los germanos. Y para la humanidad es sinónimo de la aspirina, aunque también de la menos benévola heroína y, al menos entre los más informados, de complicidad con el nazismo, cuando la marca formaba parte del grupo IG Farben. El supuesto desconocimiento de Bayer acerca de los conflictos legales de Monsanto con víctimas con cáncer por el uso del herbicida "Roundup” con glifosato levantó muchísimo debate. ¿BlackRock lo sabía?
En un documental de la alemana Gaby Weber, el economista Werner Rügemer dice que BlackRock es “el mayor administrador de fondos del capitalismo occidental, de grandes empresas, familias ricas, aseguradoras y fondos de pensión. Es copropietaria de 17 mil empresas y no espera, como un accionista tradicional, los dividendos de fin de año, sino que especula constantemente en las bolsas de Nueva York, Milán, Tokio o Buenos Aires”. Y agrega: “La BaFin (ente alemán de regulación financiera) sólo la controló una vez en 2015 (le hizo pagar una multa de 3,5 millones de dólares) y no son capaces de supervisar en forma efectiva sus prácticas”.
La fusión Bayer-Monstanto no solo enloqueció a los guardianes antimonopólicos de la Unión Europea y de Estados Unidos, que siempre pierden partidos así, sino que generó críticas y no únicamente en Alemania. Por ejemplo, el Grupo Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración, una ONG que lleva propuestas a Naciones Unidas, señaló que las megafusiones agroquímicas buscan controlar los datos masivos (big data) sobre agricultura, concentrando cada vez más su poder. Y que los desprendimiento de activos a los que las obligan los reguladores antitrust, como los que Bayer ha hecho en favor de su connacional y competidor BASF, son jueguito para la tribuna. “No existen condiciones bajo las cuales esas megafusiones sean buenas para agricultores, campesinos ni la seguridad alimentaria mundial, y trasladar sus activos a BASF no significa nada”, dijo.
El rol de BlackRock ha sido central. En el citado documental sobre cómo Monsanto trasladó sus riesgos a Bayer, accesible en youtube, Jan Pehrke, dirigente de CBG, una asociación de consumidores de Düsseldorf, sostiene que al fondo no le interesa si el producto de una empresa es mejor o peor, porque se limita a “obtener rendimiento de una acción y menos de otra. Al final, recibe la misma ganancia. Invierte en todas las empresas del sector y cuando un oligopolio sube el precio, todo el sector lo hace y así aumenta sus ingresos. Eso es lo que busca BlackRock”.
En su momento, varios eurodiputados plantearon sus objeciones. Una de ellas, Michèle Rivasi, de los Verdes/Alianza Libre Europea, planteó que no sólo por la concentración favorece “la destrucción masiva del medio ambiente y la salud", sino también "la administración fiduciaria de los agricultores atrapados entre los precios y el aumento del costo de los insumos agrícolas", "la reducción de la diversidad de semillas" o la "maniobra de la fusión", en la que fue clave "la concentración financiera de los grandes fondos de inversión presentes en el capital de las dos empresas".
Jubilados
Uno de los grandes objetivos de esos grandes jugadores de las finanzas globales son los fondos de pensión. Si en las negociaciones clásica con el FMI es de rutina que esté presente el reclamo de una reforma previsional en contra de los ciudadanos y en favor de los bancos, el rol de BlackRock y otros grandes fondos ahora es el mismo. Y ellos son más aún agresivo en las condiciones de las negociaciones.
El núcleo financiero es hoy el eje del poder global. El fondo de Larry Fink es una de las estrellas que con más luz brilla en la perversa constelación del “nuevo” capitalismo, cuyo control de los sistemas productivos y de la ecodiversidad del planeta ha llevado a desastres como los actuales. Pero a diferencia de las estrellas verdaderas, su luz no se ha extinguido hace años, sino que mantiene todo su poder. A estos fondos no les inquietan los efectos de sus actos. En el caso de BlackRock, mucho menos la polémica en torno al caso del pulpo agroquímico germano-estadounidense. Por si acaso, el fondo también tiene acciones de su gran competir: DuPont y Dow, ambas de Estados Unidos y también fusionadas en 2017 y rebautizadas como Corteva Agriscience.
Hace unos días, ante el pánico por el Covid-19, Fink escribió a sus clientes: “En mis 44 años en las finanzas, nunca experimenté nada como esto. Cuando salgamos de esta crisis, el mundo será diferente”. No explicó en qué sentido, salvo estar atentos a las “oportunidades tremendas” que ofrecerá la mercantilización de la crisis.