Frente a la actualidad global de emergencia sanitaria en la cual estamos sumergidos por la pandemia del Covid-19, aparecen los referentes de la Organización Mundial de la Salud, que nos sugieren algunos modos de protección para resguardarnos del virus, entre ellos:
-quedate en casa
-conectate a través de las redes para no sentirte solo
-realiza actividad física unos 30´ por día.
¿A qué se están refiriendo?
A que estamos frente a una situación que puede devenir traumática y que ocupando el tiempo podemos ir transitándola.
En mucha gente esto da resultado, acomoda su casa, limpia los espacios con lavandina, con alcohol, se prende al televisor, a las redes sociales y está sobreinformada a través de las noticias.
Pero no todos logran estar tranquilos como se intenta.
La mayoría, naturalmente, es atravesada en algún momento por la angustia. Sobre todo la vivencia de soledad, esta soledad puede ser de desvalimiento, de riesgo, cuando no está la presencia de un otro que podría auxiliarlo.
Es una situación traumática que cambia buena parte de su vida.
Son muchos los síntomas que no se dan a luz ya que transcurren en la esfera de la intimidad.
Pero podemos comprobarlo con aquellos que sí se hacen noticia.
Así vemos la cantidad de sujetos que “desobedecen” el quedate en casa, o por la omnipotencia de que “a mí no me va a pasar nada”, o por la claustrofobia que produce la falta de libertad.
Y aquellos que no pueden convivir con médicos, enfermeros, farmacéuticos o quienquiera que trabaje en el sistema de salud, en el mismo edificio. Son quienes escinden la realidad y proyectan el peligro en los que pueden ayudarlos y no en el virus (parafraseando a Melanie Klein diríamos que se confundieron de “pecho malo” o el “bueno” les produce envidia)
¿Por qué estas disímiles conductas?
Porque en algunos sujetos los acontecimientos traumáticos conmueven los cimientos en que estaban sustentadas sus vidas, quedan con la sensación de perder sus soportes, que no haya nada a qué amarrarse, nada con lo cual conectarse en su sí mismo.
Digamos que existe un sacudimiento de su yo, lo distinto sacude sus certezas. Se aferran a lo conocido, quedan fijados en eso y al no poder desligarse, no pueden implementar nuevas cargas psíquicas para poder afrontar la nueva realidad.
Podemos pensar que nuestro trabajo va a tener que sustentarse en poder liberarlo de su fijación, de su rigidez, en la cual está sumergido.
Lo importante está en la posibilidad de que nos instauremos como un objeto vinculado con el auxilio, somos su amarra y poder ayudarlo a crear nuevas condiciones internas que le permitan convivir con él mismo, a pesar de esta situación externa que nos atraviesa.
*Psicoanalista. Ateneo de Estudios Psicoanalíticos de Rosario. 05/04/20.