La pandemia parece un terremoto. Todo se está moviendo y nadie sabe bien qué va a quedar en pie cuando pase el temblor. Los Estados son como lxs rescatistas. Les guste o no a lxs más neoliberales, de la velocidad y la idoneidad de la respuesta estatal dependen hoy nuestras vidas. Mientras, nos inventamos refugios y redes de contención más que necesarias, pero las sabemos insuficientes: ningún abrazo, ningún plato de comida solidaria remplaza al equipo especial capaz de hurgar entre los escombros, subirnos a una camilla y conectarnos a un respirador.
En medio de la catástrofe se ve más claro que nunca quiénes están cubiertxs por estructuras más firmes y a quiénes se nos caen primero las paredes. Se ve también quienes siguen tirando de la cuerda del sálvese quien pueda sin siquiera pensar que de tanto tirar, esa cuerda se podría cortar.
Hasta los acérrimos defensores del individualismo y las leyes del mercado hoy escriben que habrá que compensar a lxs más golpeados si se quiere evitar una distopía total. Ya casi nadie duda sobre la profundidad de la crisis: la peor desde la segunda guerra mundial. Piden presencia del estado y hasta un ingreso básico universal. Sabemos que lo que tiembla es un sistema injusto que muchos quieren salvar. Pero vale recordar que debajo hay cuerpos vivos. Algunos filósofos un poco distraídos piensan que puede colapsar sin golpear a quienes lo sostenemos. Sobre nosotrxs caerían esos escombros, quizás mortales. Mientras los esquivamos, y confiamos en que habrá vida sin cuarentena, conviene preguntarse no sólo qué mundo podríamos construir al salir, sino también algo más inmediato y urgente: quién va a pagar la reconstrucción.
El ruido y la furia
Desde que empezó la cuarentena, a las 21hs se aplaude a lxs medicxs. A pesar de ser un recorte arbitrario y un tanto ramplón el que ubica sólo en esa porción de trabajadorxs a quienes merecen reconocimiento, se trata de un acto de agradecimiento. No sabemos si quienes baten palmas también incluyen a las enfermeras, al personal de limpieza de los hospitales o si estarían dispuestxs a hacer ruido por todxs lxs que arriesgan su vida a diario al salir a trabajar. De todas formas, no deja de ser un aplauso con un trasfondo empático, que da las gracias.
Con el paso de los días, el ruido de las manos de las 21hs se fue convirtiendo en la furia de las cacerolas de las 21.30hs. Piden que los políticos se bajen el sueldo. Se puede ser pedagógicx y explicar cuán estúpido es ese argumento en términos presupuestarios. Algunx que otrx lo entenderá al ver los números. Más complejo es desarmar el cuento que todavía funciona y que incluso explica parte del triunfo en 2015 de un gobierno de millonarios: la figura del empresario-trabajador, meritócrata y emprendedor.
La miseria de la fortuna
Quizás la pandemia ayude. Son realidades muy diferentes las de quienes podrían seguir en cuarentena de por vida, sin trabajar y teniendo todo garantizado que la de quienes, más temprano que tarde, no tenemos más opción que vendernos por un salario.
¿Alguien podría pensar que una fortuna personal que equivale a seis veces el presupuesto anual en salud se hizo “trabajando”? Lxs más supersticiosos quizás apelen, valga la redundancia, a la suerte. Si tuvo la fortuna de amasar esa riqueza nadie debería poder exigir nada a cambio.
Un tipo que no podría en vida, ni él ni toda su familia, gastar los millones de dólares que acumuló (en parte) con la vieja y conocida tarea de contratar trabajadores, producir mercaderías y venderlas, despide a 1450 personas en el contexto de la pandemia. Se llama Paolo Rocca y puede hacerlo, lo ampara la ley: procedimiento preventivo de crisis. Es una decisión entendible desde el punto de vista de la acumulación de ganancias. De eso se trata el juego capitalista.
La historia de su fortuna es la del neoliberalismo en Argentina: un conjunto de reglas que habilitaron una sociedad que abandonó toda pretensión de igualdad.
Desde los años setenta, el nuevo consenso de la economía global trajo flexibilización laboral y Estados dispuestos a intervenir para activar lógicas de cálculo costo-beneficio en todos lados. Mientras él se hacía más rico, lxs trabajadorxs en Argentina perdían derechos: el piso de desempleo crecía, los salarios bajaban y la canasta básica se encarecía con la privatización de servicios.
Para el 99%
Por estos días se discute un proyecto para cobrar un impuesto extraordinario a las grandes riquezas. Se habla de un aporte por única vez, que se destinaría a cubrir los gastos extras del sistema de salud.
Los estudios que muestran que el neoliberalismo fue un proceso descomunal de acumulación en pocas manos en el mundo entero son conocidos. De ahí surgieron consignas potentes y claras: somos el 99%, decían quienes reclamaban por una distribución del ingreso diferente en el centro del poder financiero, en Wall Street.
Entre el ruido y la furia, entre lo extraordinario y lo que naturalizamos, se juega la posibilidad de no volver a la normalidad aberrante. Si ese impuesto es posible hoy, que sea el puntapié para una reforma tributaria duradera. Que no seamos nunca más lxs que pagamos los platos rotos de una fiesta a la que nunca estuvimos invitadxs.