El historiador israelí Yuval Noah Harari brinda en una reciente nota ("The world after coronavirus", publicada en The Financial Times, el 20 de marzo pasado) un análisis acerca de posible impacto de la pandemia del coronavirus. Anticipa una suerte de cambio de época: la posible cristalización de mecanismos de monitoreo e intromisión en la vida privada por parte del Estado

Estos mecanismos están siendo implementados en esta coyuntura, pero podrían subsistir. Por ejemplo, sostiene que en un futuro próximo ellos podrán ser utilizados más allá de lo referido a salud, abarcando nuestros emociones y opiniones, además de registrar nuestras acciones. Su artículo, muy interesante, no es necesariamente pesimista, pero construye un alerta. La pandemia puede ser la vía para un cambio de época.

Confieso cierta desconfianza a los contemporáneos que anuncian cambios de era en forma “spot". Estos cambios ocurren ocasionalmente, y por lo general son enunciados (y no anunciados) por los historiadores. Es legítimo pensar que el disloque que ha producido la pandemia tenga consecuencias. Hay quienes avizoran el fin de las cadenas globales de valor. Pero hay dos aspectos que relativizan el posible “cambio de era”.

Por un lado, como el propio Harari admite, estas tendencias vienen de antes, quizá pueda esperarse una aceleración, pero eso no es en sí un cambio cualitativo. El 11-S en 2001 por ejemplo trajo una torsión importante. Virtualmente se abolieron las limitaciones del poder del Estado de meterse en la vida privada de los estadounidenses (escuchas sin necesidad de autorización judicial, monitoreo de compras por internet).

Estados Unidos también autolegitimó acciones armadas en cualquier lugar del mundo, en forma unilateral. Lo que Harari anticipa ya se venía delineando. La mejor prueba de ello es la prontitud con que se desplegó la legislación luego del atentado de las Torres Gemelas. Hasta el nombre comercial estaba previsto (la PATRIOT Act, ingenioso acrónimo y recurso mnemotécnico). Eso estaba preparado desde antes. Para algunos no fue una sorpresa, sino un plan.

Por otro lado, la pandemia será esperablemente un episodio corto. En total, desde su comienzo en China hasta su neutralización (no digamos extinción) pasarán dos años, con intensidad diferente en los diferentes países y regiones. Vendrá gradualmente un período de recuperación económica. Salir del pozo, como en 2008-9 no es tan difícil, una vez que se ponen de lado los prejuicios liberales. 

Todos seremos una vez más keynesianos, hasta que haga falta. Si seguirá o no una economía mundial vigorosa como fue -pese a tropezones sucesivos– antes de la Gran Recesión, está por verse. Pero las cadenas globales de valor no se perderán; no fueron ni causa ni factores de expansión de la pandemia. Y este episodio quedará atrás.

En realidad, Harari parece usar este episodio como forma de expresar sus justificadas preocupaciones acerca del avance de los mecanismos de control social e intervención en la privacidad

El Gran Hermano fue una pesadilla de inspiración stalinista, pero el Comunismo cayó, sin que lograra concretarla (otra predicción fallida, esta vez de Orwell). La tarea de construir esa pesadilla fue retomada por el Capitalismo. 

Harari ejemplifica el caso de una Corea del Norte totalitaria con acceso a las tecnologías de control total. Pero haría mejor en preocuparse por lo que podrá ocurrir en las sociedades capitalistas desarrolladas, que es allí donde se están tornando una realidad. Y el autor también haría mejor si considerara -cosa que no hace- la específica naturaleza y consecuencias del maridaje entre Estados y las grandes empresas tecnológicas. El “Capitalismo vigilante” no tiene solo por eje al Estado.

Resulta interesante saber qué maneras puede haber para neutralizar esta tendencia al control integral. La hipótesis optimista es que debe haberlas, solo en base a la experiencia de la Humanidad. Cuando algún ancestro prehistórico inventó el cuchillo, no habrá faltado quien habrá pensado que sería mejor que no existiera, por su capacidad de agravar los efectos de la agresividad interpersonal. Y de hecho, los cuchillos han participado desde entonces en innúmeros hechos de violencia. Pero lo cierto es que, frente a lo que podría esperarse por la difusión de este implemento, su uso absolutamente preponderante no es herir a otras personas. Lo mismo puede decirse de la generalidad de los avances tecnológicos: hemos sido capaces de generar instituciones de control. Hoy día nos beneficiamos de la energía nuclear, sin que haya habido uso militar de esta tecnología en gran escala.

El verdadero peligro no reside en el potencial técnico de estos medios de control, sino en la visible aquiescencia de las sociedades a avances sobre las libertades personales. El proyecto de la Edad de la Razón traía consigo como valores supremos el respeto a la diversidad de opinión, a la vida privada y a la concurrencia espontánea y voluntaria a las prácticas del conjunto social. Y fue este proyecto el que en definitiva generó las instituciones que permitieron encauzar los avances tecnológicos; no sin tropiezos, como lo fueron los regímenes fascistas que brotaron en la Europa de la entreguerra.

Fue la posguerra la que construyó -ya con el capitalismo a la defensiva- el mayor espaldarazo a este proyecto, dando lugar a la notable torsión social, cultural y política que se materializó en la década de 1960. Ahí sí podemos afirmar -con la sabiduría que da la historia- que se dio un cambio de época. Pero ésta no parece haber sido sino una etapa transitoria. El corrimiento hacia el conservadurismo que comienza a fines de los '70 con las figuras de Ronald Reagan y Margareth Thatcher fue ganando espacio.

Hoy día se asiste a prácticas políticas autoritarias u oscurantistas manifiestas en diversos países del este europeo, prácticas ratificadas por el ejercicio del voto. El Brexit -empujado por una derecha cerril y poco lúcida- fue la opción elegida en un plebiscito ajustado. Pero las posteriores elecciones mostraron una y otra vez un electorado que opta por no pensar y dejarse arrastrar. Y ni que hablar de la figura de Jair Bolsonaro en Brasil o la de Donald Trump en Estados Unidos.

Si este es el panorama futuro, las preocupaciones de Harari son más que fundadas. Hay espacio para una reacción. Si en el pasado se ha logrado poner límites, hoy también de podrá hacerlo mediante el correspondiente aprendizaje colectivo. Este es el debate al que convocan contribuciones como las de Harari. La pregunta crucial es porqué electorados más educados que 50 años atrás (cuando en la generalidad de los países, los 12 años de escolaridad eran la excepción) y con un acceso considerablemente acceso a información eligen como eligen.

* CESPA-FCE-UBA.

Agradezco comentarios de mis colegas del CESPA.