Resiliencia

“Solía pensar que solo sucedía en lugares lejanos, un error a todas las luces porque está pasando literalmente a la vuelta de la esquina… Una de las mujeres que retraté me contó que había sido encerrada en un departamento durante dos años, encadenada a una cama y obligada a prostituirse en una zona de Ámsterdam que queda a cinco minutos de mi casa”, cuenta con tangible indignación el artista holandés Ernst Coppejans que, en su multipremiada serie Sold, retrata a 27 supervivientes de trata de personas en Países Bajos. Los fotografía vistiendo sus propias pilchas, a menudo sus únicas posesiones, en las habitaciones de los refugios donde actualmente residen y “han encontrado momentáneamente un hogar seguro y, tal vez, ojalá, el comienzo de una vida mejor”. “Ser víctimas no los define: sí su fortaleza. Se requiere mucha determinación y carácter para atravesar situaciones tan cruentas, tan extremas, y mantener viva la esperanza, seguir soñando con un mañana mejor”, ofrece el varón que preservó el anónimo de todos y cada uno por lógicas razones: su seguridad. “La policía y el departamento de Justicia todavía está investigando sus casos. En el 90 por ciento, los perpetradores nunca fueron atrapados”, anota Coppejans, que trabajó dos años y medio en el proyecto, informándose sobre una situación horríficamente extendida, topándose con estadísticas globales; por caso, que más de 40 millones de personas --en su mayoría mujeres-- son víctimas de esclavitud moderna. Como la muchacha rumana que viajó a Italia para laburar, conoció a su prometido y tuvieron un hijo. Él la convenció de instalarse a Países Bajos, donde vivía su madre, para que los ayudara con el bebé. Así lo hicieron, pero la abandonó al poco tiempo y regresó a Italia. Para más inri, la suegra la vendió a una red que la mantuvo cautiva, drogada, maniatada durante años. Hasta que logró escapar. Ella, resiliente y valiente dama, es una de las homenajeadas por Ernst en una serie que intenta despertar consciencias adormecidas, como la suya propia antes de involucrarse en el proyecto.

Llueven flores

Obligados por las consabidas circunstancias a mantener sus puertas cerradas, museos del globo han iniciado una amorosa tendencia en Twitter que ha visto reverdecer la estima entre colegas de todas las latitudes. Bajo la etiqueta #MuseumBouquet, echándose flores están galerías a lo largo y ancho, muy literalmente: han tenido por idea revisar sus colecciones y seleccionar alguna pieza con ramito histórico o motivo floral, enviando por la red del pajarito la susodicha obra a otra institución. Institución que a su vez, tras revisar su acervo, repite fórmula taggeando a otro museo, y así continúa el hilo con edificante aroma primaveral. La tendencia, que lleva ya varios días en curso, comenzó cuando la Sociedad Histórica de Nueva York y el Museo y Jardín Escultórico Hirshhorn mandaron pinturas al Museo Smithsonian de Arte Americano, que siguió el juego botánico, de más está aclararlo… y pronto llegaron preciosos arreglos florales o coloridas naturalezas muertas de variopintos artistas, estilos y épocas (desde H. Lyman Saÿen y Martin Johnson Heade, hasta Takashi Murakami, Camille Henrot, Yayoi Kusama y Ernst Ludwig Kirchner, por nombrar unos pocos) al MET, el Guggenheim, el Museo Field, el Cooper Hewitt, la Colección Frick, el MassArt Museum, el MCA Chicago… Aquello por dar unos poquitos ejemplos: después de todo, el gesto amable tuvo réplicas en cientos de galerías, de países tan diversos como Nueva Zelanda, Chipre o Letonia. También en Argentina, donde el Museo Nacional de Arte Oriental o el Museo del Traje hicieron lo propio enviando saludos y reverencias, compartiendo el primero “la tapa de una caja japonesa de madera con incrustaciones”, el segundo “un sombrero de 1942 confeccionado en tejido de hilos de cáñamo, tul con motas y aplique de flores en tela”. Un detalle encantador, sin más.

En tiempos de contratiempos

Veinte millones de dólares a las tecnologías de punta que conviertan el dióxido de carbono en productos utilizables, es lo promete la competencia The Carbon Xprize, que tras cinco años decantando participantes hasta dar con los mejores diez, tenía previsto anunciar a su primer ganador en estas fechas. Pero, claro, las presentaciones últimas se harían en Calgary, Canadá, y Gillete, Estados Unidos; y el asuntillo de la pandemia ha complicado cruzar mutuas fronteras, aún más para los equipos finalistas de India, Escocia y China. Ergo, un delay que tiene a la organización pasándolas canutas… Marcius Extavour, físico que dirige la Fundación XPrize, que entrega el galardón, está enfurruñado porque la extendida crisis sanitaria haya puesto en lejano plano la crisis climática. “La crisis del coronavirus muestra los riesgos de esperar que un problema se salga de control antes de tomar medidas adecuadas para enfrentarlo. Y este premio es un ejercicio de intentar adelantarse a la curva”, manifestó al New York Times el doctorado varón, que está reprogramando la incierta línea de meta, adonde llegaban ya teams que han logrado convertir las emisiones de CO2 en: energía industrial, en concreto más resistente (y con menos hormigón), en un material que podría reemplazar el plástico, etcétera. También Air Co, uno de los grandes favoritos, cuyo fundador, el físico-químico Stafford Sheehan, inventó un proceso para producir alcohol a partir de dióxido de carbono. Más precisamente, un vodka de primerísima calidad, que ya tiene algún que otro laurel en competencias etílicas. Sheehan le ha quitado hierro a la demora de los Carbon Xprize y ha puesto su destilería sustentable de Brooklyn al servicio de la causa que hoy urge resolver: la pandemia actual ¿Cómo? En la medida de sus posibilidades: usando sus instalaciones para fabricar desinfectante de manos, que actualmente escasea y que planear donar. Todo a su tiempo, claro.

Ruiditos preservados: un arte

“Llevamos la cultura del sonido al mundo, un oyente a la vez”, anota en su declaración de intenciones el británico Museum of Portable Sound (Museo del Sonido Portátil), dedicado a la colección, preservación y exhibición de ruiditos de las más diversas y peculiares procedencias. El bip del microondas nomás acabar de calentar, el silbido del radiador de un departamento de Chicago, los últimos bongs del Big Ben (ahora en proceso de renovación), el bullicio de un almuerzo en Azerbaiyán, los ecos de una oración colectiva en El Cairo, el calmante sonido del agua del lago Erie en la canadiense Isla Pelee, una tediosa e insistente alarma de incendio de la Universidad de Michigan, una multitud cantando en la calles de San Francisco el día que se legalizó el matrimonio igualitario, el canto de un ruiseñor de 1910: algunas de las cientos de grabaciones que “exhibe” este lugar. Que no es precisamente un lugar, vale raudamente aclarar… Basta con escribir a su fundador, director y curador, el artista inglés John Kannenberg, para que él le arrime el “museo” a la persona interesada; léase un humilde iPhone 4 con ¡cantidad! de sonidos, incluida cierta joyita de su colección: el gorgoteo del inodoro de la vieja casa de Sigmund Freud en Viena, grabado por Kannenberg en 2017. Para ayudar a surfear la extensa muestra a disposición, ofrece el brit una guía, y se aleja del “visitante” durante el tiempo que dure su visita. Hasta cinco horas, aclara el señor que abrió el Museum of Portable Sound en 2015, como un proyecto experimental de museología, parte de su doctorado de la Universidad de Artes de Londres. “Estaba interesado en hacer que el sonido grabado se sintiera como un objeto digno de museo”, ofrece John, cuya meta es “promover el ejercicio de una escucha atenta, que preste activa atención a ruidos que habitualmente son telón de fondo”. De allí que se niegue rotundamente a que sus archivos estén accesibles online o convertir al museo en una app. “La gente lo descargaría, escucharía un rato mientras lava los platos y luego lo borraría nomás necesitar más espacio en el teléfono para sacar fotos”, asume John, que sueña con registrar cómo cruje la puerta más antigua de Londres o cualquier volcán activo. Y que, en estos tiempos de encierro, ha sabido reconducir la modalidad de su excéntrica galería: en pos de aislamiento, ha habilitado por primera vez la experiencia sonora de modo virtual, a través de un videochat. Por diez libras la hora, cualquier interesado puede concretar cita virtual con él, que activará el ruidito que el usuario solicite e incluso le mostrará alguno de los chiches que tiene a disposición; entre ellos, el primer CD que estuvo comercialmente a la venta, una radio ucraniana de 1988 o una caja de música que reproduce "La Internacional". De todo, en fin...