La España multicampeona que entre 2008 y 2012 embolsó dos Eurocopas y un Mundial provocó una ruptura largamente esperada en el fútbol, capaz de quebrar la histórica polaridad entre el orden táctico del eje Italia-Alemania y el audaz desparpajo introducido por Argentina y Brasil. El sustento del prolongado éxito fue la confluencia de escuelas antagónicas, pero simultáneamente ganadoras: las de Barcelona y Real Madrid. Pero a la historia no le bastan los buenos talentos, sino además algo que los articule, les dé una entidad trascendente e insufle la mística necesaria para que ocurra lo inolvidable. Para que Iniesta, Xavi, Ramos y Casillas brillaran hizo falta una prenda que armonizara el contraste de regionalismos deportivos y culturales. Y ese sensible rol que la historia guardará para siempre le cupo al vasco Xabi Alonso, elegante volante que aupó en silencio para el beneficio de España toda lo que el marketing futbolero trasnacional (Messi-Cristiano; Nike-Adidas) presentaba hasta entonces como dualidad irreconciliable.

Aprendió a jugar de pibe en las playas de San Sebastián y de adolescente viajó a Irlanda a estudiar inglés, y conoció el fútbol gaélico. Dos experiencias cruciales para un tipo que hizo de la pelota un arte, no una obsesión: no es mejor quien más rápido la obtiene sino quien mejor la administra. Su familia lo dejó probarse en la Real Sociedad recién cuando terminó el colegio. Una excepción en este fútbol cruel donde los padres venden el alma de sus hijos a dudosos mercaderes, y que se acentuó cuando Periko, su papá, fue DT de la Primera y lo mandó al banco para no mezclar tantos.

El Real Madrid ofertó por él y luego lo descartó por fichajes más estruendosos (Ronaldo, Zidane, Beckham), aunque al fin se rindió a pagarlo el cuádruple tras cinco temporadas en el Liverpool, donde Xabi les enseñó a los ingleses algo que ellos creían saber por mandato natural: el orden, el criterio y la elegancia. Además, añadió un bajo perfil que siempre lo tuvo al margen de conventillos y de la contemporánea obsesión por lucir mejor en las publicidades de shampú que en los partidos.

La habilidad para cerrar grietas se consolidó con el posterior traspaso al Bayern Munich, pedido por Guardiola tras brillar en el Madrid bajo el ala de Mourinho. A los 37 años, intacto y brillante, Xabi Alonso podría irse a sumar millones a China como otros próceres de su generación. Pero prefirió preservar el bronce antes que rifarlo y anunció su retiro para junio. Se va un millennial (clase ‘81) bisagra, demasiado moderno para la vieja escuela en la que se crió y demasiado clásico para la era PlayStation a la que renuncia. Una suerte para él pero una desgracia para el fútbol: se despide el cerebro de un deporte que parece haber perdido la cabeza hace rato.