La vida quedó circunscripta a un interior cerrado y a su alrededor, todo en suspenso. Menos la política, que como un nervio subterráneo produce movimientos reflejos. El ala dura de la oposición desistió por ahora de su ofensiva ante el eco negativo que tuvieron los cacerolazos y las internas que provocaron. Pero quedó al acecho del momento en que el sacrificio llegue a un punto de inflexión y la gente empiece a protestar. Será también cuando se pondrá a prueba el temple de una comunidad tensionada al máximo entre la epidemia que la amenaza de muerte por enfermedad y la penuria económica que la amenaza de muerte por inanición.
Alberto Fernández se preocupó por visitar territorios gobernados por la oposición en el Conurbano así como asistir a programas periodísticos opositores. Es su forma de hacer política. Hacía lo mismo cuando era jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Pero esta vez es evidente el énfasis por mostrar ante la epidemia una gestión de puertas amplias.
Lo hace por necesidad pero además, si el desenlace es positivo, también le servirá como capital político. Habrá forjado un liderazgo en una matriz de situación límite que tiene un poderoso impacto histórico. En ese caso, también capitalizarán los sectores moderados de la oposición que recogieron el gesto presidencial e incluso confrontaron con los más radicales de sus filas.
La epidemia hizo olvidar que apenas pasaron cuatro meses desde que asumió la presidencia. La imagen positiva de la gestión oficial ya no tiene que ver con los cien días de gracia que se le otorgan a un gobierno nuevo, sino a la irrupción de la epidemia y la percepción de que las medidas que se tomaron fueron correctas.
Hay muchas formas de consenso, algunas más débiles y otras más fuertes. El consenso que produjo la epidemia y la reacción oficial es sólido. Dicho así tiene el aspecto de una evaluación subjetiva. Pero hubo muestras concretas de esa fortaleza.
El megaoperativo cuarentena es de una complejidad enorme y no existen antecedentes modernos que sirvan de experiencia. Aparte del cacerolazo que quisieron montar a través de convocatorias en las redes, que sólo tuvo eco en la CABA y que produjo enfrentamientos acalorados entre vecinos y desató una interna dura en la oposición, hubo otros eventos que hubieran hecho detonar al gobierno.
La compra de alimentos a precios excesivos por Acción Social y los amontonamientos de jubilados en las puertas de los bancos fueron situaciones que pusieron a prueba la fuerza de ese consenso. En otro momento se hubiera sentido el impacto.
Hubo críticas muy fuertes, las reacciones de rechazo fueron muy extendidas. Pero el mismo ciudadano que rechazó esas situaciones negativas no cambió su respaldo a la gestión. El gobierno reaccionó con rapidez, en un caso para separar al funcionario involucrado en la compra y en el otro para organizar el segundo día de pago de manera eficiente.
Si a partir de ese proceso se puede concluir que el consenso de respaldo es sólido en este momento, también se pudo percibir la forma en que los medios corporativos mostraron los dientes. Y confirmaron que, al revés del blindaje informativo con el que protegieron a Mauricio Macri, a Alberto Fernández no le van a perdonar ninguna. Los hechos negativos fueron agrandados mucho más allá de su dimensión real. Los periodistas emblemáticos de esos medios hablaron “del primer caso de corrupción en el gobierno”, de “grosera ineptitud” y hasta de “actitud criminal” y hubo los que hablaron de una “gestión mediocre”.
Fueron dos situaciones indefendibles y potenciadas por la poderosa artillería de la corporación mediática. En parte por la reacción rápida del gobierno, en parte por la epidemia, no pudieron mellar el consenso de respaldo a Fernández contra el coronavirus. Quedan probadas las dos evaluaciones: el consenso es sólido y un sector duro de la oposición, encabezado por la corporación mediática, embestirá, y tratará de hacer daño, a la primera metida de pata o en el momento más vulnerable.
Esta megaoperación de cuarentena a nivel país se instrumenta sobre la base de un tejido social carcomido por el individualismo que inculcó, alentó y sobre el cual se basó el gobierno anterior y es como una bolsa que pierde por varios agujeros apolillados.
Así como la inmensa mayoría asume con responsabilidad la cuarentena, están los vivos que se van de vacaciones en el fin de semana largo, los que discriminan en sus edificios a los trabajadores de la salud, y todas las formas de discriminación que surgen con la epidemia. Resulta contradictorio que en CABA los aplausos públicos a los trabajadores de la salud sean tan masivos en el mismo distrito que vota a fuerzas políticas que destruyen a la salud pública.
Los porteños aplauden a los científicos del Malbrán que descifraron el genoma del COVID 19, pero votan mayoritariamente al macrismo que desfinanció al Malbrán.
Además hay otro factor de ruptura con la visión del actual oficialismo. Las fuerzas de seguridad están acostumbradas a que el gobierno macrista alentara los abusos en la represión de la protesta social. Y se produjeron situaciones de este tipo en los operativos de control de cumplimiento de la cuarentena. Uno de los más fuertes fue la represión a los trabajadores despedidos de un frigorífico en Quilmes.
Hubo una reacción rápida del gobierno al separar a los efectivos que reprimieron sin que nadie lo ordenara. La ministra de Seguridad, Sabina Frederic, explicó que castigarán esos exabruptos en las fuerzas de seguridad. Pero agregó otro tema polémico al que definió como “cyberpatrullaje”, una práctica que tiene antecedentes nefastos.
El “cyberpatrullaje” se utilizó por el macrismo para hacer persecución ideológica contra trabajadores del Estado, y fue usado como espionaje interno por la ex ministra de Seguridad y actual jefa del PRO, Patricia Bullrich. El cyberpatrullaje se aplica en un terreno movedizo que no está legislado, donde no está clara la línea divisoria entre lo público y lo privado.
Lo que hizo la ministra fue blanquear una práctica de inteligencia que vienen realizando las fuerzas de seguridad desde el momento que existen las redes. Es un avance blanquear una actividad que antes se hacía en secreto. Pero en vez de naturalizarla habría que legislar sobre la intervención de las fuerzas de seguridad en este tipo de medios cuya naturaleza cabalga entre lo particular y lo social y entre lo público y lo privado.
La cuarentena consiguió aplanar la curva de contagios y fallecimientos por coronavirus. Pero ni siquiera se ha llegado al pico en esa curva, después del cual tendría que empezar a descender hasta que no se produzca ningún infectado ni fallecimiento. Recién en ese momento se podrá volver a la normalidad.
En la ciudad de Wuhan en China, donde comenzó la epidemia en diciembre del año pasado, recién en esta semana se terminaron de levantar todas las medidas de seguridad sanitaria. En Argentina habrá que superar el pico de la curva en cantidad de infecciones. Los científicos esperan que se produzca a principios o mediados de mayo.
La regulación de la cuarentena es una cuestión de Estado. Si antes el universo social estaba fragmentado, la reclusión obligada por la epidemia profundiza esas divisiones y cada parte de la sociedad pierde contacto con la otra. La base de la política está hecha de los relacionamientos entre las personas y colectivos de personas. Con la cuarentena, la relación real se convierte en virtual y la apertura y el intercambio se reducen a lo mínimo con los algoritmos. La vida social se reduce y por lo tanto la política tiende a empobrecerse.
La salida será difícil en todos los planos y también en la política, porque la cuarentena no es la normalidad sino una situación límite