Siempre consideramos que nuestro dolor es mayor y más grande respecto al dolor de otras generaciones. Nuestro egoísmo existencial monopoliza todo el malestar del mundo. En el capitalismo del dolor, se conjuga al presente como perpetuo e impone la amnesia a lo pretérito. En la historia de la humanidad podemos observar desastres que han acontecido por contaminaciones ambientales, disputas políticas, enfermedades y guerras. El ambientalismo inclusivo nos permitirá acceder a una visión amplia de la realidad (no total, pues no se puede totalizar lo infinito), para analizar cómo a pesar de los desastres, la humanidad construyó esperanzas. Esperanzas vitales y activas que movilizan cuerpos y almas, que proyectan hacia adelante, hacia la energía, hacia la comunidad con individualidad, pero no con individualismo. En definitiva, a desarrollar la voluntad de poder de cada persona que se desarrolla en notredad. Es decir, en un todo nosotros, no tiene que haber más una binariedad del nosotros y la otredad. No. La nueva totalidad humana debería ser la notredad. La era de la pospandemia del coronavirus va a marcar una ruptura con el capitalismo del dolor, sistema que acumula riqueza a partir de descapitalizar y generar empobrecidos, desocupados, hambrientos, sedientos y enfermos. El neoliberalismo de vida agotada y de cultura vigente es fundante del capitalismo de dolor. Basado también en un atroz individualismo depredador, falaz y descreído.
Recordemos algunos de los desastres que padeció la humanidad y aun así se construyó esperanza.
La peste negra que sobrevino en el año 1347, generó la pandemia que asoló a Europa falleciendo 50 millones de personas. La angustia crujía los huesos. La existencia se contaba ya no por horas sino por minutos.
La conquista de América y la devastación de África generó aproximadamente 90 millones de muertos entre indígenas y negros. Fue uno de los biocidios más grande de la historia.
En 1915 se produjo también el genocidio del pueblo armenio con un millón quinientos mil personas asesinadas por el estado turco. Entre 1914-1918 se produjo el gran biocidio de la primera Guerra Mundial, la muerte de 20 millones de personas. Generando contaminación ambiental, entre otras cuestiones, por la utilización de gases químicos. Como así también el caso de la mal llamada gripe española en 1918 con 50 millones de fallecidos. Entre 1939-1945 en la Segunda Guerra Mundial hubo un biocidio de aproximadamente 60 millones de personas. Y, el genocidio de 6 millones de judíos en manos de los nazis. No nos olvidemos asimismo de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaky lanzadas por EE.UU. produciendo 450 mil víctimas. En el año 1979, el accidente nuclear en Three Mile Island EE. UU. En 1980 accidente nuclear en la central nuclear en Saint Laurent des Eaux en Francia. Ni hablar del desastre nuclear de Chernobyl en Ucrania el 26 de abril de 1986, afectando a cinco millones de personas. El 20 de abril de 2010 se producía el gravísimo derrame de petróleo sobre el Golfo de México por la petrolera British Petroleum y el 11 de marzo de 2011 se produjo el desastre nuclear de Fukushima (Japón) equiparable al de Chernobyl en algunos de sus aspectos. Y, actualmente 4000 mil niñas y niños mueren por día por hambre de agua.
Estos son algunos de los desastres que ha padecido y padece la humanidad. La historia de la humanidad no es una historia de civilización sino de catástrofes ambientales socioeconómicas, políticas, militares y de biocidios, generados en algunos casos por la propia humanidad y otras no. Sin embargo, la esperanza se construyó desde los lugares más inesperados. La esperanza no tiene manual. Se construye aún desde un bolsillo vacío, pero no roto. La esperanza es una necesidad vital. No una opción. No estamos hablando de la esperanza bobitizada. Sino de la expectativa válida de una economía del nuevo trato humanitario con justicia social y ambiental. Dejemos definitivamente el capitalismo del dolor del neoliberalismo. El sistema del sufrimiento generalizado y la alegría de una minoría privilegiada debe quedar en las cuevas del salvajismo.
El narcisismo de la angustia egocéntrica, nos impide ver más allá del muro de nuestro mapa corpóreo. El egoísmo acecha y llega a nosotros. Pero, y a pesar de todo por convicción y también por necesidad se requiere de la solidaridad comunitaria. En ese sentido, el Estado nacional ha realizado sensatamente actos muy constructivos de bien común público: esto es priorizar la salud y la vida de la gente sobre la economía de la plusvalización neoliberal. Han tomado medidas inéditas, originales y disruptivas para un sistema basado en el lucro de cada día.. Qué grata y positiva sorpresa. Es cierto también que el Estado nacional deberá rápidamente dar respuestas económicas protectivas a los desposeídos, a los trabajadores, a la mediana y micro empresa. Se deben evitar las otras complicaciones en la salud socioambiental y económica de la comunidad.
La realidad no tiene manual, no responde a literaturas científicas. Tiene su propia dinámica e imaginación. Nadie hubiera imaginado esta pandemia del coronavirus que afecta la vida pero también pone en jaque al capitalismo del dolor del neoliberalismo.
La esperanza tampoco tiene manual, nadie hubiera imaginado que las autoridades de un país latinoamericano, como el nuestro, iban a tomar medidas contundentes, de aislamiento social preventivo y obligatorio, paralizando el país a favor de la vida y la salud de la gente. El hecho de apostar prioritariamente por la vida, genera la gran construcción de expectativas de progreso. La salud es la base ontológica de la espera de algo mejor. Las medidas sanitarias que estamos cumpliendo todas y todos, constituyen ése sentimiento comunitario de esperanza. Pues sólo hay esperanza ante la situación de existencia.
(*) Cientista social, docente de la Universidad Nacional de Rosario y abogado laboralista