Circulan en muchos medios de comunicación y redes sociales consejos o tips para sobrellevar esta cuarentena. Hay que plantearse el interrogante o es necesario al menos dudar si los consejos alguna vez sirvieron de algo a alguien. Los consejos no suelen servir en momentos de dificultades emocionales o afectivas. Las personas y sus subjetividades son diferentes y no a todes nos sirve lo mismo.
No es novedad que vivimos en un mundo regido por la ley de la inmediatez donde todo es ya y si no es ya entonces no es nada. Y también donde hay un un fuerte imperativo de ser feliz, un imperativo de la alegría siguiendo las palabras de la filósofa contemporánea Sara Ahmed. La cuarentena entonces se nos vende como ese momento donde podemos hacer todo eso que siempre quisimos hacer, y donde no deberíamos sufrir sino aprovechar.
Tejer redes y estrategias colectivas es algo que sabemos hacer y a lo que apelamos desde los feminismos hace años. Por eso, no podemos dejar de pensar esta crisis sanitaria en perspectiva feminista. Es interesante observar cómo rápidamente hemos salido a ofrecer ayuda, escucha, llamadas, sin ponernos ni siquiera a pensar en que podíamos necesitar nosotres. Tanto hemos aprendido a cuidar que lo importante es que quienes queremos estén bien. Y la pregunta que nos hacemos es quién cuida o quién sostiene a las personas que rápidamente se encargaron de salir a cuidar o a sostener.
La redes de afectos son una posible respuesta. Colectivizar los malestares así como los recursos para pasarla un poco mejor (con clases, recomendaciones, links para leer, películas, listas de música, recetas de cocina) fue la primera tendencia de los primeros días, algo que circuló casi como por mandato de que todo siguiera igual, que no se debía parar.
Ya avanzadas las medidas de aislamiento obligatorio, hasta el punto en que perdimos la cuenta de los días, comenzamos a hacer énfasis en que parar y sentirse mal es un derecho, que no hace falta hacer nada grandioso para aprovechar estar cuarentena sino hacer lo que podamos y tratar de sostenemos como nos salga. Y sobre todo con quienes nos ayudan a sostenernos. Es interesante pensar que no estamos "trabajando desde casa" sino que estamos en casa, en medio de una crisis, intentando trabajar. Eso refiriéndonos a esa gente que puede trabajar desde su casa. Gran parte de la población no tiene casa donde quedarse, o su casa no es un espacio seguro, o no tiene trabajo ni ingresos y tiene que hacer malabares con las tareas del hogar, los cuidados y la crisis económica.
Como feministas siempre estamos haciendo algo, o con la carga mental de que debemos hacer algo por y para otres. Poner en pausa los mandatos que demandan nuestra carga emocional y afectiva es difícil. A veces, lo mas lindo que hace une compañere por nosotres es decirnos “pará, cuidate vos también, o no te cargues con todas las tareas”.
El imperativo de la felicidad, de la productividad, de la realización como persona, la obligación a sentirse motivade, el mandato a completarnos sin saber qué significa, está mas a flor de piel que nunca. Conviene intentar tomarse todo como viene y no exigirse con nada, Intentar no pasarla mal pero tampoco pasarla mal por estar pasándolo mal. Seamos humanos y aceptemos lo que venga como podamos. Pidamos ayuda si creemos que lo que nos está pasando nos excede pero no nos exijamos demás, cuando lo que sentimos nos excede, no caigamos en la obligatoriedad de tener que estar bien y disponible, de completar todas las pautas y listas de tareas que nos exigen las psicologías de la positividad, no caigamos en el imperativo de la felicidad. Ocupémonos de cuidarnos a nosotres mismes en la forma mas sana que nos salga.
Si tenemos alguna certeza hoy es la incertidumbre y también que el aislamiento, si bien nos toca a todes, cada une lo atraviesa de distinta manera. Algunes soles, otres acompañades, algunos en familia y están también las parejas.
Quizás esa forma o esa manera de atravesar la cuarentena fue elegida, consensuada y en otros casos, quizás, no sea importante revisar esto ahora.
Tenemos que encontrar otras maneras de vincularnos donde podamos poner en el eje de la cuestión la distancia física. ¿Cómo nos decimos te quiero sin un abrazo por ejemplo? O aunque estemos viviendo con esos vínculos, ¿cómo generamos espacios personales e individuales para que nadie pierda la cabeza? ¿Hace falta que todo lo hagamos juntes?
*Miembres de la Red de Psicologxs Feministas Rosario