No future decían los punk. Pero la craneoteca intelectual del mundo mundial salió a conjeturar el futuro, calcularlo, promoverlo, aunque no se sepa qué va a pasar con el bautizado bichito –seguramente para que el diminutivo achique el pánico–. Caída del capitalismo, ya nada será como antes, solidaridad global como primeros auxilios, salud- mata-mercado, tecnototalitarismo y lo más loco, “técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos” (Zizek citando Kill Bill ).
La incertidumbre, como irrupción inédita, se llena de palabras. La mayoría de los textos insisten en las causas, la teoría se muerde la cola, rebusca en archivos seguros, de por lo menos tres décadas atrás, los análisis buscan evidencias, es decir huyen hacia el futuro pasando por sobre los cuerpos. Pero hay dos filósofos que no lo hacen y son de aquellos que, justamente, ven en la crisis del coronavirus la oportunidad de una revolución cuya vanguardia serían los más vulnerables.
Ponen el cuerpo. Uno es un viejo de Bolonia, que sufre de asma y no quiere ser llamado abuelo, Bifo Berardi. Escribe un diario donde empieza por contar que ha suspendido una reunión familiar adonde a él le tocaba llevar el helado –de la lasagna y el vino se ocuparían otros–, que no fue al entierro de un compañero, sabiendo que no podría abrazar a nadie, que teme que se le acabe el hachis ahora que no están los africanos vendiendo en la plaza, y que, en cuarentena, pinta, en unas telas pequeñas, unos cuadritos con lápices de colores y pedazos de fotografías, como siempre que se pone nervioso. Todo por el virus. El otro es Paul Preciado, que contrajo el corona en París, y cuando salió de la cama, una semana después, notó que el mundo había mutado, el deseo se había desmaterializado y, que si había sobrevivido, lo sería para vivir de ahí en adelante sin tacto y sin piel. Entonces le escribió una carta a su ex, larga, a mano, y la guardó en un sobre blanco que firmó prolijamente. Luego la tiró a la basura, fuera del departamento, en el tacho de los reciclables. Pero, cuando volvió, luego de abrir el correo electrónico, vio un mensaje de su ex: ”pienso en ti en la crisis del coronavirus”.
La telepatía amorosa comunica más que internet.
Durante la cuarentena, escribo en un PH de Balvanera y en manada conviviente con cuatro gates, sometida a sus ritmos digestivos e intestinales, entre la computadora y la bandeja séptica. Y esta columna es parte de otra que integra la sección Mientras tanto del Museo del Libro y de la lengua. La columna se llama ¡Adentro! y se puede acceder por Youtube. ¿Cómo pasar un chivo si se es modo lápiz como el Daniel Blake de Ken Loach, encima en cuarentena. Siento que he envejecido, como si mi cuerpo, fuera del alcance de la mirada ajena, se hubiera soltado hacia su decline, sin embargo, aprendo a llamar a la movilización cada uno de sus ¿músculos? como nunca antes, preparándome para lo que vendrá y desconozco o quizás no alcance.
No quisiera que se llegara al momento en que una decisión trágica deje sin respirador a les viejes, no quisiera que me dejen sin respirador, pero menos quiero que, por mis privilegios, se le quite a otre para sostener mi vida, que de ahí en adelante no sería vida, vida que, por otra parte, creo haber vivido intensamente, goces y dolores que me impiden el apego y la melancolía.
Bifo pregunta: “¿Y si la sobrecarga de conexión termina por romper el hechizo? Quiero decir: tarde o temprano la epidemia desaparecerá (siempre que esto suceda, en Italia tal vez el 25 de abril): ¿no tenderemos quizás a identificar psicológicamente la vida online con la enfermedad? ¿No estallará tal vez un movimiento espontáneo de acariciamiento que induzca a una parte consistente de la población joven a apagar las pantallas conectivas transformadas en recuerdo de un período desgraciado y solitario? No me tomo demasiado en serio, pero lo pienso”.
Bifo no se toma en serio pero se atreve a pensarlo ya que el desierto de reglas es también el desierto de los automatismos. Y la historia le da la razón: siempre hubo flujos y reflujos, éxtasis y contraéxtasis, derechos que se consiguen, que se retiran, que se recuperan. Y Preciado propone pasar de una mutación impuesta a una mutación deliberada que altere los dispositivos de comunicación: “Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro –dice– para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Apaguemos los móviles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan e imaginemos juntos la revolución que viene”.
Y Bifo: “Y también tenemos que pensar en la pregunta más delicada de todas: ¿quién decide? Atención: cuando surge la pregunta ¿quién decide?, surge la pregunta ¿cuál es la fuente de la legitimidad? Esta es la pregunta a partir de la cual comienzan las revoluciones”. Es decir, los dos han pronunciado la palabra “revolución” como voluntad y decisión, ni en el pasado ni en el fracaso.
Toda una contrainsurgencia del Cuerpo colectivo. Y sí. Que vuelva el tete a tete, el vis a vis, el dormir en cucharita, el sexo , el pete y el agujero palito, el beso queer que es un beso colectivo, una mezcla de beso de lengua y de piquito. Lo explico mejor: consiste en que, por lo menos cuatro participantes, de diferentes gustos eróticos, junten sus lenguas en un punto mientras giran un poco en dirección a las agujas del reloj pero con el ritmo de una cumbia, si la hay. Que vuelvan el plantón de asamblea donde la labia popular siempre escupe un poco de saliva blableta. Que vuelvan los profesores, las profesoras, les profesores en cuerpo presente, la enseñanza con músculo, teatro mímico y lecturas radiofónicas a lo David Viñas, que no pueden faltar para transmitir la pasión de leer y de pensar.
Y que vuelva la movilización que es la ruptura del tabú de tocarse con otros, un provisorio sentirse igual al que marcha a nuestro lado, paréntesis a la clase, la raza, el género, la comunión de la carne donde los vulnerables dan vuelta la taba y, según la expresión de Madame Jullien, durante la Revolución Francesa, “los corderos se comen a los lobos”.
Pero a la tecnología no se la demoniza: se la apropia. Daniel Link decía con justeza que, de vivir hoy, Rodolfo Walsh sería hacker y yo agrego que su agencia ANCLA volvería para violar el corazón del Pentágono, del FMI , de la ONU.
Aboguemos por un feminismo cyborg, yuyero, especiero, cuyos saberes vayan de la revista Mecánica Popular a la revista Labores, de Internet a los teléfonos de línea, del uso de algoritmos al equipo de radioaficionados, porque ningún archivo vence, permanece abierto, un feminismo nómade y pionero en nuevos territorios sin cámaras de vigilancia ni microchips, porque siempre que hubo Superpoderes hubo resistencia e invención, afecto y humor. Pero siempre con el cuerpo, nunca sin el cuerpo. Ni una menos. Vivas nos queremos. Basta de travesticidios. Cuerpo junto a cuerpo. Pero nunca Cuerpo a Cuerpo ni Cuerpo a tierra.