Personalmente, a pesar de que durante muchos años he estado obsesionado con Finnegans Wake, nunca fui más allá de leer capítulos sueltos y fragmentos y de practicar una especie desortes virgiliano: lo abría al azar y buscaba alguna luz en las palabras (el fenómeno del muro florentino). Sólo cuando me encargaron el presente ensayo me senté por fin y lo leí, primero en su versión original, desde la primera hasta la última página. No dudo de que volveré a hacer el viaje completo antes de morir, probablemente más de una vez, pero la experiencia, aunque iluminadora y a menudo extática, ha sido extenuante, exasperante, casi enloquecedora. Es demasiado difícil, está demasiado alejado del lenguaje de nuestra vida diurna, incluso de nuestra poesía más nocturna. En lugar del orden diáfano de Ulises, encontramos un orden de una complejidad tal que se parece enormemente al caos, y aunque por doquier atisbamos indicios de un orden subyacente, quedan, al menos en un acercamiento inicial, demasiadas áreas de algo muy semejante a la pura confusión. En cierto sentido, es un libro concebido para un lector inexistente. Está hecho para ser percibido y comprendido en un fogonazo instantáneo y simultáneo, como la visión del aleph o de lamerkabah. Su autor dijo: "La petición que le hago a mi lector es que dedique su vida entera a leer mi obra". Yo dudo de que ni siquiera en ese caso nosotros, pobres mortales, lograríamos una visión adecuada de la gloria de Finnegans Wake. Lectores divinos o angélicos podrían contemplar en un pestañeo el infinitamente intrincado instante de su belleza; nosotros, hombres y mujeres soñolientos, cuyas doloridas cabezas no contienen bibliotecas enteras, tan solo podemos aspirar, durante el examen de la piel de este inmenso leviatán (cubierta de percebes y bellotas de mar y algas y anélidos y kársticas costras de crustáceos), a ocasionales vislumbres del inhumano orden que lo rige. Como novela, por tanto, es un fracaso colosal, apoteósico. El mayor de la historia de la literatura.

Y, sin embargo, amigos y amigas, si el que esto escribe tuviera que llevarse un solo libro a la proverbial isla desierta del final, se llevaría Finnegans Wake.

*Crítico literario y escritor. Fragmento. RDL, Revista de Libros.