En la noche en que cumple 47 años, Daniel Betancourt agradece felicitaciones por la calle. “Mi mujer, que es asmática, me pide que me quede en casa, que no salga. Pero tengo que trabajar”, dice, o más bien grita, mientras desde los balcones llueven aplausos para él y su compañero de recorrido. Al volante, Pedro Ángel Díaz Moyano opera una pequeña computadora, sube, descarga, baja el contenedor de basura. Escucha los aplausos que Betancourt agradece puño en alto desde la vereda y hace sonar una bocina. ¿Se conmueven? Se conmueven. Pero preferirían estar en sus casas. Hoy, antes de salir con el camión, se enteraron de que dos de sus compañeros dieron positivo a coronavirus.
No pasa en todas las cuadras, dicen, pero en sí en distintos puntos del recorrido. Cada camión recoge residuos siempre en el mismo barrio, cada noche les toca pasar por las mismas esquinas. A todos, en algún punto del circuito, les pasa lo mismo: el confinamiento los volvió visibles, a ellos y a su trabajo, para miles de ciudadanas y ciudadanos que cada noche los escuchaban pasar con indiferencia.
El de los camiones recolectores, que era uno de los ruidos más de la noche, como el de los barrenderos de la madrugada, hoy se escucha y se reconoce como un nuevo reloj. Es el último rito colectivo de cada fin del día, el que viene después del aplauso para quienes trabajan en el sector de la salud y, según la jornada, también después del cacerolazo y el debate político a cielo abierto y grito pelado.
La situación se repite desde el comienzo del aislamiento obligatorio , que cambió también las rutinas de los recolectores de basura, responsables de uno de los trabajos considerados esenciales. A la Ciudad de Buenos Aires hoy se encargan de mantenerla limpia alrededor 4620 personas sobre el total de 5500 que se encargan de las tareas en épocas no excepcionales. El 16 por ciento de los trabajadores del sector pertenecen a grupos de riesgo y deben quedarse en sus casas, aseguraron a este diario fuentes del ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana porteño. Son 12 mil manzanas, casi 30 mil contenedores (28.494 negros, 704 verdes), 2127 campanas verdes: la tarea es continua.
"Nunca imaginé estar en una situación así"
Andrés lleva un aro en la oreja izquierda y barbijo aun en la cabina del camión, porque así se siente más protegido. Está al volante de una unidad enorme que, más que recoger residuos, va dejando una estela de agua con productos limpiadores. Son lavacalles, explica, y por eso no tienen zona fija para cada jornada, sino que van cubriendo distintos barrios, según les asignen.
En varios lugares de la ciudad los aplauden, dice. Pero no en esta cuadra, a 50 metros de la avenida Cabildo, en Belgrano. Ahora mismo no hay más ruido que el del camión, mientras a través de algunas ventanas se adivina el parpadeo de televisores encendidos. Apenas pasaron algunos minutos de las 9 y media de la noche.
"Tengo 56 años. Hace 33 años que me dedico a esto", dice Andrés. "No, no imaginaba nunca estar en una situación así", agrega, mientras Walter, el hombre de 36 años que reemplaza a su compañero habitual, recorre la calzada en busca de puntos que requieran limpieza más intensiva.
"Ojalá esto termine pronto"
El rugido del motor anuncia la llegada antes de que el camión empiece a recorrer la cuadra, en la calle Vuelta de Obligado. Cuanto más fuerte se escucha, más siluetas se recortan en balcones y ventanas, desde los que además de aplausos, a veces, también llegan gritos de aliento.
Desde la calle, ellos saludan con la mano, levantan el puño. En el camión que conduce Díaz Moyano, sobre la ventanilla del conductor flamea una pequeña bandera argentina. Sobre la trompa, de lado a lado, desde hace días a él y a Betancourt los acompaña, desplegada, otra bandera argentina, enorme, que lleva impresa la épica del trabajo cotidiano: "Fuerza! Quedate en casa. Recolectores".
Cuando Betancourt acomoda el contenedor cerca del brazo mecánico y le da el ok, Díaz Moyano opera la pequeña computadora que tiene a la derecha del volante. "Nunca imaginé lo que está pasando. Ojalá que todo esto se termine pronto", dice. Tiene "8 nietos, 3 hijos" que también trabajan en recolección de residuos y, como él, salen a las calles alrededor de las 9 de la noche y regresan bien entrada la madrugada. Está preocupada su esposa, dice, y le manda mensajes, lo llama por teléfono si puede, le dice que se cuide. "Mi señora, Silvia Liliana Balmaceda", quisiera que Díaz Moyano no salga.
"La gente se porta bien"
Betancourt tiene "cuatro hijos, de 24, 22, 20 y 14 años, y una nieta de 2 años". Todos le dicen cada día que se cuide. Él, entre contenedor y contenedor, entre saludos y aplausos a ventanas y balcones, dice que sí, que lo hace.
También dice que no todo es igual. "Hay gente que se porta bien y lo hace más fácil. Hay gente que saca la basura correctamente. Hay gente que nos acerca galletitas, agua. Claro que eso depende del barrio. Yo en general cubro Palermo Hollywood pero hoy estoy acá, en Belgrano, cubriendo al compañero de siempre de él. Y sí, las cosas que pasan son distintas en cada barrio". Hay esquinas y esquinas, dice.