La mujer está –literalmente- aprisionada dentro del estacionamiento de un supermercado. Si abre la puerta de su auto se chocará con la de otro vehículo. Su rostro refleja tensión, agobio y demás pesares aunque imposta felicidad al hablar con su marido por teléfono. Y de vuelta a la soledad, bueno, la acompaña un ridículo mat de yoga en el asiento del acompañante. Luego recibe el mensaje de texto de otro sujeto. Es una palabra de apenas tres letras pero con varios significados: corré, escapá o (según los teclados de algunas viejas computadoras) ejecutá. Y la protagonista de Run (va los domingos a la medianoche por HBO y en HBO GO) cometerá esas tres acciones. Los siete episodios de media hora de la ficción llevan la marca autoral de Vicky Jones y Phoebe Waller-Bridge (Fleabag y Killing Eve). En este caso, la dupla produjo una comedia nerviosa con alto grado de suspenso y romance noir.
Los protagonistas son Ruby (Merritt Wever) y Billy (Domhnall Gleeson), los dos treintañeros que dejarán su cotidianeidad en suspenso para tomarse un tren que sale de Nueva York. La premisa de Run parte de esos pactos ridículos que se hacen las parejas en sus años mozos. Si en el futuro se respondían mutuamente su mensaje/clave, estarían obligados a emprender un viaje por todos los Estados Unidos. Las motivaciones que cada uno tiene para hacerlo son parte del enigma a develar. La mujer es demasiado elusiva sobre su rutina actual mientras que él -un exitoso gurú motivacional que se esconde tras su tonada escocesa y “su gran sonrisa”- parece estar metido en un problema de los gordos. Retomar su noviazgo universitario podría ser lo más demencial o, con cierta melancolía, lo único real que ambos tienen.
El gran peso de la entrega recae sobre Weber y su composición de esta típica antiheroína waller-bridgeana. Actriz que, por otro lado, es recordada por haber dado uno de los discursos más escuetos e hilarantes en las ceremonias de premios. Fue tras recibir en 2013 un Emmy por su papel secundario en Nurse Jackie. “Les agradezco mucho. Tengo que irme, chau”, soltó y rajó del estrado dejando boquiabiertos a varios millones que la veían por tevé. Esa gracia incómoda es esencial en Run. “No me definiría como una comediante, he tenido mis papeles de amargada rabiosa. Muy amargada y muy rabiosa”, le dijo Weber alguna vez a este diario. Y en esta entrega se ven esas dos facetas, una muy propicia al descoloque verbal y corporal, junto con su lado más brusco.
A su vez, mencionar a sus dos cabezas creativas, Jones en tanto creadora y guionista y Waller-Bridge como productora ejecutiva, es referirse a un patrón de historias cortas, con personajes femeninos de clarividencia errática, hembras dicotómicas, al filo de la gracia y el desastre, que andan tras su identidad aunque eso joda al resto. El envase, en este caso, es otro exponente del subgénero de historias sobre rieles. Y aunque Run pueda ser un homenaje al idilio de Antes del Amanecer (Richard Linklater; 1995) y a los diálogos venenosos de Cuando Harry Conoció a Sally (Rob Reiner; 1989) tiene un tono sombrío que la acerca a Pacto Siniestro (Alfred Hitchcock; 1952). Jones y Waller-Bridge (quien además se reserva un pequeño personaje) más bien se aprovechan del envase narrativo ferroviario para hacer otra descripción sin tapujos de la sexualidad femenina. Si en Fleabag la protagonista se masturbaba con un discurso de Obama, aquí Ruby lo hará de manera furiosa e inquieta por el traqueteo ferroviario. El viaje, en definitiva, le servirá a la mujer para redescubrirse entre chistes picantes, corridas y la convicción de que Billy, aunque esté algo podrido, es su media naranja.