María Rosa Insaurralde abre con delicadeza la puerta que cualquiera temiera abrir por estos días, porque, del otro lado, está el Coronavirus. El peligroso "enemigo invisible" del mundo, el fantasma detrás de los miedos de millones, la forma biológica capaz de poner en jaque a las principales economías del mundo se le aparece a ella en su expresión más cruda: amenazando a una vida, que con sacrificado esfuerzo le sonríe, le habla, respira a su lado, en una de las camas de la terapia intensiva del Cemic de Recoleta, donde María trabaja como mucama de limpieza desde hace cinco años. Sus sentidos se vuelven hipersensibles, para sentir aún detrás del camisolín, el barbijo especial 3M, el otro que lo cubre encima, las antiparras y los dos pares de guantes que la protegen día a día, para volver segura a su casa, a reencontrarse con su marido y su hija.

"María, ¿alguien se curó de esta enfermedad?", se escucha despacito desde la cama, debajo de un barbijo, mientras ella limpia con determinación el picaporte de la puerta. "Yo les digo que sí, que todo a su debido tiempo, que hay que tener paciencia -cuenta María-. Creo que Dios me puso acá porque tengo bastante aguante, pero la verdad es que lo que se vive en mi trabajo impacta un montón. Es muy feo lo que se ve y lo que se viene, incluso si yo no trabajara en salud, quizás no creería que es tan grave. Los primeros días tenía miedo, pero lo fui llevando y lo supe enfrentar. Acá nos apoyamos mucho: médicos, enfermeros, todos los que formamos parte de este equipo”.

Y si alguien dentro de ese colectivo de salud sabe de trabajar en equipo, ésa es María, que tiene en sus manos una experiencia invaluable: pasó 21 de sus 34 años como jugadora de fútbol de AFA y hoy es la lateral derecha de El Porvenir. Con la pelota suspendida desde hace casi un mes, vive la fuerza de la pandemia desde adentro, saliendo cada día de su casa para ayudar a combatirla. Pero no está sola: en el contexto de un fútbol que recién inicia una era semiprofesional, la gran mayoría de sus protagonistas combinan el deporte con otro trabajo y, entre las casi 500 que juegan este certamen, hay otras tres futbolistas que también trabajan para cuidar la salud de millones de argentinos.

"Pensá en el mejor hospital de Buenos Aires, el que se te ocurra, e imaginá que le entran 100 casos de emergencia y 50 leves, de cualquier cosa, no sólo de coronavirus. Va a colapsar porque no tiene la capacidad ni los profesionales para atender a todos al mismo tiempo. Aun con el mejor sistema de salud, no llegás a atajar todo", suelta Nelly Silvana Quirico, y la metáfora que usa la define por completo. Además de anestesista, Silvana -como prefiere que la llamen- tiene dos décadas de experiencia en el fútbol y estaba a punto de fichar como una de las incorporaciones para el arco de El Porvenir cuando el coronavirus frenó las transferencias de la AFA.

Bettiana Sonetti, Silvana Quirico y Carla Singano

El club de Gerli, que cuando el fútbol se reanude peleará la permanencia porque está anteúltimo (con cinco puntos), aporta una curiosidad: de las cuatro futbolistas del torneo argentino de Primera que estos días continúan trabajando en salud, dos visten su camiseta. Insaurralde y Quirico, además, se conocen hace 20 años, cuando compartieron equipo en San Lorenzo. “No aparecemos tanto con la Tota (Insaurralde) en el grupo de Whatsapp que tenemos las jugadoras del club, porque enseguida todas te ponen los emoticones de las manitos y los aplausos -se sonroja Quirico, con algo de timidez-. De repente, te ven en modo superhéroe, pero yo soy la misma que antes. Me da un poquito de vergüenza. Está bueno sentir que te reconozcan, el esfuerzo sobre todo, pero gracias no, es mi trabajo".

La futura arquera del equipo blanco y negro es la única futbolista de Primera que, por ser anestesista, sabe intubar a un paciente, la maniobra que permite asistirlo mecánicamente con oxígeno y que es uno de los procedimientos de mayor riesgo de contagio para el personal de salud. Aunque en el Hospital Español, donde trabaja contratada, aún no han recibido enfermos de Covid-19, la jugadora no le tiene miedo a esa escena. En un arrebato de amor a la madrugada, Quirico se inscribió además para colaborar cuando no está trabajando, en caso de ser necesario: "Me anoté en la página del Gobierno de la Ciudad ad honorem, porque ya tengo mi trabajo. Hoy nos necesitan a nosotros y yo no tengo ninguna patología, así que puedo ayudar. Lo de todos es importante: si vale la pena que yo arriesgue a mi familia para que vos estés sano, acompañáme vos también quedándote en casa si podés".

La salud también se vive como una pasión idéntica al fútbol en La Plata, aunque bien habría podido ser en España. Si la crisis del 2009 no hubiera estallado tan fuerte en Europa y no hubiera cancelado su pase al Levante, quizás hoy Carla Singano sería compañera de Estefanía Banini en el club de Valencia y estaría protagonizando la durísima emergencia sanitaria que vive el país ibérico.

La realidad, sin embargo, encuentra a esta licenciada en instrumentación quirúrgica y talentosa zurda coordinando un servicio de hemodinamia que, aunque no atiende directamente casos de Covid-19, deberá colaborar donde haga falta si la situación apremia. "Uno elige la medicina por vocación: amo lo que hago y no me importa arriesgarme para hacer lo que me gusta", se sincera la jugadora que volverá a Estudiantes, donde debutó y jugó 13 años. Lo inverosímil -para ella y para todos- son ciertas expresiones discriminatorias que no la esquivan ni a su mamá Mercedes, enfermera de 60 años con quien comparte el trabajo en la misma clínica platense: cuando sale a tirar la basura, varios vecinos se meten para adentro apenas ella abre la puerta.

El fútbol, para ellas tres y Bettiana Sonetti (ver aparte), es una de esas pasiones a las que aferrarse para recargar energías estos días. Insaurralde fue la figura del partido más importante de El Porvenir en este torneo: el anteúltimo juego antes de que se frenara el fútbol, el equipo de Gerli consiguió su primera victoria en la era semiprofesional y la defensora fue clave en el triunfo, por 2-1 ante Lanús, con una asistencia y un golazo de tiro libre. "Tenemos un hambre increíble de volver a jugar. Entrenamos todos los días, yo corro desde la cocina al patio, subo y bajo escaleras", cuenta la dueña de la camiseta número 20 sobre la rutina que realiza junto a su hijita Mía, de 10 años, fana del fútbol como su mamá.

Revisitar el origen de la vocación es un ejercicio que también practican las futbolistas estos días. "Cuando tenía ocho años, mi abuela Martina tenía disipela y se le hacían úlceras en las piernas -recuerda Quirico-. A todos les daba impresión curarla en casa, a mi vieja y a mis hermanas les bajaba la presión. Y a mí me encantaba: esperaba todos los días la hora de hacerlo. Todavía me acuerdo hasta de las proporciones: eran tres cucharadas de sal gruesa y dos de vinagre. Si me tocara volver a nacer, pediría nacer en la misma casa y tener la misma vida: aún hoy, no quisiera hacer otra cosa”.

Del equipo de quienes cuidan de los demás, las jugadoras se ilusionan con que el agradecimiento en los balcones sea el comienzo para una mejora necesaria del sistema de salud. "Están re bien los aplausos, es re lindo que nos reconozcan de esa manera, pero estaría bueno que nos reconocieran no sólo con palmas, que abrieran los ojos -reflexiona Insaurralde-. Yo cobro 27 mil pesos y es mucho el riesgo que corremos nosotros en la salud. Mi marido ayuda a pulmón en un club de barrio, acá en Avellaneda, y, hace unos días, organizaron una olla popular a la que fueron 150 personas. Los que más tienen, menos quieren dar, y los que no tenemos, más damos. Estaría bueno que todos pensemos en el otro, porque si te morís, eso que tenías para ayudar al otro, no te lo llevás a ningún lado".

Otra jugadora imprescindible 

Bettiana Sonetti es muy tímida y habla despacito, pero la pasión le gana a la timidez cuando habla de fútbol, y entonces se suelta y cuenta con gusto sobre eso que la hace feliz. Aunque añora volver quizás más que el resto -una lesión la alejó de las canchas un mes antes del parate del fútbol-, la lateral por izquierda de River cumple estos días una función esencial vinculada a la salud que la convierte en una jugadora imprescindible en la lucha contra el Coronavirus: trabaja en un laboratorio de Villa Crespo que produce productos odontológicos pero que, desde que comenzó la pandemia, se abocó a la producción de alcohol en gel, uno de los bienes más preciados de estos tiempos.

"Yo trato de estar tranquila. Me pongo seguido alcohol en gel, uso barbijo, me cuido, pero tampoco quiero volverme loca. Tengo una compañera un poco paranoica que nos recuerda todo el tiempo lo que estamos viviendo: nos manda a lavarnos las manos y casi que nos tira alcohol apenas nos ve", dice entre risas la futbolista, que trabaja en el sector de acondicionamiento de la cadena de producción. Con el otorgamiento de licencias a quienes son población vulnerable, en el laboratorio pasaron de ser 10 trabajadores a seis, quienes producen alrededor de 1.200 botellas de medio litro de alcohol en gel por día.

La defensora riverplatense, que jugó su último partido el 1 de marzo cuando las millonarias vencieron por 4-0 a Gimnasia, no ve la hora de que esto termine para volver a encontrarse con el otro amor de su vida: Olga, su mamá. "Vivía conmigo, pero la señora a la que ella cuida le ofreció quedarse este tiempo en su casa y a mí y a mis hermanos nos pareció lo mejor porque tiene una salud delicada y allá cuidan que no salga nunca -explica-. Hace poco, le acerqué unos medicamentos y no se aguantó a abrazarme. Fue un segundo. Nos extrañamos. Y somos las dos re mariconas: se nos escapó una lagrima y todo".