En España, se apodó como “topos” a las personas que vivieron ocultas tras la Guerra Civil para escapar de la represión franquista. El uso de ese término para referirse a estos individuos procede del libro Los topos, de los periodistas Manuel Leguineche y Jesús Torbado, publicado en 1977, tras la muerte del dictador Francisco Franco. Allí se narra la historia de veinticuatro de estos españoles clandestinos en su propio país. Hubo cientos de “topos”, los cuales pudieron permanecer ocultos gracias al apoyo de su círculo más cercano, algunos hasta treinta y ocho años. Los cineastas vascos Aitor Arregi, Jose Mari Goenaga y Jon Garaño –realizadores de Handia y Loreak-, dirigieron una ficción sobre un “topo”, La trinchera infinita. El film fue todo un éxito en el Festival de San Sebastián del año pasado, donde ganó la Concha de Plata a la Mejor Dirección, Premio del jurado al Mejor Guion y el Premio al Cine Vasco. Desde hace unas semanas se lo puede ver en Netflix.
Higinio (Antonio de la Torre, el mismo que interpreta a José “Pepe” Mujica en La noche de 12 años) y Rosa (Belén Cuesta, ganadora del Goya a la Mejor Actriz) se casaron hace unos meses y viven en una casa de Andalucía cuando estalla la Guerra Civil Española en 1936. Él es concejal republicano, por lo que pronto los falangistas comienzan a perseguirlo para asesinarlo. Al principio, consigue huir, pero pronto se ve acorralado y elige esconderse en un hueco construido dentro de su propia vivienda con ayuda de su esposa. Empieza, entonces, un exilio interior tan incómodo como prolongado. No será fácil la vida allí, a pesar del empeño de Rosa por resguardar la integridad de su marido: Higinio se verá cara a cara con sus fantasmas y obsesiones. El miedo a las posibles represalias, así como el amor que sienten el uno por el otro, les condenará a un encierro que durará más de treinta años.
Aquella guerra, está claro, no es la misma que la que ahora batallan España y buena parte del mundo. Como dijo el presidente argentino, Alberto Fernández, la del combate al Coronavirus es una guerra contra un enemigo invisible. ¿Qué relación puede encontrarse entre aquel pasado y esta realidad que esté viviendo España en particular?, es la pregunta que le realiza PáginaI12 a Aitor Arregi, uno de los tres directores de La trinchera infinita. Arregi contesta del otro lado del teléfono, pero en la misma situación en que se encuentra el cronista: en cuarentena obligatoria, a pesar de más de 10 mil kilómetros de distancia. "Nosotros no hemos vivido ese pasado. Hasta qué punto puede tener una connotación más o menos directa me es difícil decirlo. Pero es verdad que yo, como nieto de gente que vivió la guerra y como hijo de padres que han vivido la posguerra y la penuria de toda una Guerra Civil, cuando le mencionaba a mi madre los problemas que podía llegar a haber, ella los ninguneaba y me decía: 'No, problemas eran los de antes, cuando había dificultad de llevar algo a la boca'", recuerda Arregi.
"Ahora, te das cuenta de que la gente está pasando por distintas fases. Los primeros días diría que fueron casi de cachondeo, en el sentido de que nunca estábamos confinados y había bromas y videos de humor. Luego, esa fase dejó lugar a otra en la que hubo más resignación. Luego entras en la fase de pánico por las cifras ya que no para de morir gente y ahora es resignación y casi rutina. Entonces, todo esto, yo supongo, que en la Guerra Civil, la gente lo debe haber vivido de una manera muy parecida: de repente, el estallido de una guerra, el escuchar que está muriendo mucha gente, que te digan que han bombardeado Guernica, empezar a convivir con eso porque tienes que vivir. No tenemos el miedo de las bombas y las balas pero supongo que hay vasos comunicantes entre las sensaciones que pudieron tener, en su momento, personas en el ‘36 y las de ahora, lógicamente con las enormes diferencias", compara Arregi porque "nada que ver esa sociedad con la nuestra”. “Pero ésta está siendo nuestra guerra, la guerra de nuestra generación”, afirma el realizador vasco.
-Al ver la película no queda otra alternativa que pensar en el amor por la vida de este hombre, porque muchos en esa situación habrían decidido por el suicidio. A veces, apostar a la vida es la solución más difícil, ¿no?
-Pues, sin ninguna duda. Alguien le dice que no va a ser un héroe pero que hace falta valor para tirar adelante en esa situación. Tiene una pulsión interior, como la tenían casi todos los “topos” que, después de la Ley de Amnistía, salieron de sus casas y empezaron a brotar por los distintos pueblos de España. Debe haber habido gente que se le haya pasado por la cabeza más de una vez la idea del suicidio. Algunos se deben haber suicidado, pero no hay datos constatables de ellos. También es verdad que la sociedad de los años ‘40 y ‘50 era muy religiosa. La religión no se lleva bien con el suicidio. Pero eso y una especie de instinto animal por sobrevivir hizo que gente como Higinio haya decidido vivir bajo esas condiciones. Supongo que también, como nos está pasando a nosotros ahora -una vez más, salvando las distancias-, ante una situación inaudita te vas adaptando. Los que hicimos La trinchera infinita solemos decir que seguramente si nos hubiera pasado esto del Coronavirus hace tres años, cuando estábamos preparando la película, algunas de las sensaciones y de las experiencias que estamos viviendo aquí, tendrían un reflejo clarísimo en la película.
-¿Fue una mirada en común de tres directores la que tiene la película o tuvieron que limar sus percepciones sobre el pasado?
-Nosotros tenemos una mirada en común de muchas cosas. Te diría que, incluso, hasta en el modo de entender las películas y sobre los gustos cinematográficos. Por lo tanto, no fue muy difícil llegar a un acuerdo. Más o menos pensamos lo mismo del contexto histórico de la película y luego lo que la película necesitaba para que funcionara de una manera adecuada. Entre una cosa y otra, nosotros llevamos trabajando veinte años juntos y siempre lo hemos hecho de esa manera. Es verdad que ésta es la primera película que filmamos tres personas de la productora, pero en las anteriores fueron dos personas que la filmaron y la tercera ha estado, a veces más y otras menos, colaborando en el guion, en la edición… No fue tan difícil llegara ese acuerdo. Compartimos el pensamiento sobre la Guerra Civil y la memoria histórica. Sabíamos que no queríamos hacer una historia de héroes y villanos. Tú te posicionas con Higinio y su mujer. Oficialmente, el malo de la película es el vecino, pero le das sus razones para que actúe de esa manera. No justificas lo que hace pero la idea es que el espectador pueda entender por qué actúa de esa manera.
-¿La idea fue mostrar cómo la guerra afectaba a las personas más en su cotidianidad antes que mostrar grandes episodios históricos?
-Sí, al final la apuesta era cómo contar la historia de treinta años de una pareja, de una familia, y por extensión de un país sin salir del agujero. Ese era el gran reto de la película y era algo que nos motivaba. Proyectamos todo eso desde el punto de vista de uno que no sale y también dimos muchas veces esa información en off, como él lo está recibiendo realmente: por radio, por lo que puede oír o ver por la ventana. Historias de “topos”, de gente que se ha encerrado, hay unas cuantas en España. Vimos que podíamos diferenciarnos y contar eso desde adentro.
-¿Es una historia donde lo sentimental está supeditado a la política de lo que pasa afuera?
-Sí, sin duda. Igual, ¿qué historia no está supeditada a la política exterior? En mayor o en menor medida, cada acto que hacemos es casi político. Lo que pasa, es que es verdad que hay una fases en la historia donde un gobierno o una situación concreta afecta más directamente al día a día de las personas comunes. En este caso, Rosa e Higinio están viviendo una dictadura, como todos los españoles en esa época. Higinio, sobre todo los primeros años, si sale a la calle, muy probablemente lo van a fusilar. Entonces, está totalmente condicionado. El también es concejal, una persona que tiene una ideología concreta. Todo está impregnado de política, de alguna manera. Pero nosotros teníamos claro que tenía que ser gente corriente, en el interior de Andalucía. Nos sentimos fuertes cuando nuestros personajes se desarrollan psicológicamente, cuando estamos hablando de historias con una carga emocional potente. Ahí nos sentimos cómodos. No somos Costa-Gavras, somos conscientes de ello. Hay gente que al cine político lo hace con una pulsión que nosotros no tenemos. Por lo tanto, intentamos hacernos fuertes en lo que podíamos aportar.
-"Esta película me ha servido para rescatar del recuerdo a mi madre, a mis tías, a mi padre, a mi abuela, a mis abuelos, a su forma de hablar", dijo el protagonista Antonio de la Torre. ¿Crees que a mucha gente en España le ha pasado lo mismo?
-En Andalucía puede ser porque la forma de hablar de los personajes es muy andaluza: las expresiones, la forma de comportarse… De hecho, hubo mucha gente que nos dijo: "Muchas gracias por el esfuerzo que han hecho por buscar realismo". En España no sabría decirte. Sí viene gente que nos dice: "La casa era igual que la de mi abuelo, la forma de comportarse". No me atrevería a decir que a mucha gente en España le haya pasado lo mismo. Lo que sucede es que para Antonio fue un proceso muy íntimo porque él, a la hora de construir su personaje se ha valido de sus recuerdos, del patrimonio familiar que ha tenido, la forma de hablar y yo creo que a Antonio le ha tocado muy de cerca todo lo que se expone en la película.
-¿Cuál es la percepción social sobre las responsabilidades penales de las violaciones a los derechos humanos en la dictadura franquista? ¿España está muy dividida en torno de este tema?
-Te mentiría si dijera que no. Curiosamente, cuando íbamos a estrenar la película en España fue la semana de la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos. Fue tremendo en el sentido de la polémica que genera todo eso. Dices: ¿Cómo puede generar tanta polémica una situación que es de cajón para mí? Es un dictador que ordenó asesinar a muchísima gente, causó muchísimo sufrimiento. No puede estar siendo expuesto como si fuera un héroe. Se lo tiene que llevar a donde se lo llevó: a enterrarlo en un cementerio familiar. Pero todo esto generó un jaleo increíble porque no hay un consenso sobre lo que supone Franco para España. Está claro que todo el mundo sabe que Franco ha sido capital a la hora de condicionar la vida española no sólo en su dictadura sino que a posteriori también. Cuarenta años de dictadura no se terminan así porque sí. Hoy en día, diría que sigue teniendo mucha proyección y presencia en España. Hay mucha gente que, sin ningún complejo, empieza a aplaudir todo lo que ha hecho Franco y empieza a cuestionar lo que para mí es: un dictador asesino. Piensan que salió en el momento oportuno e hizo lo que tenía que hacer. Esto es algo bastante terrible porque habla de las miserias que podemos tener aquí.
-¿Aun hay miedo en la sociedad española a hablar abiertamente de las violaciones a los derechos humanos en la Guerra Civil y en la dictadura franquista?
-Cada vez menos. El banco de los perdedores de la Guerra Civil --es decir, los socialistas, comunistas, nacionalistas catalanes y vascos-- ha hablado sin ningún pudor sobre las atrocidades que se cometieron. Pero hay gente que estuvo muy callada. Y estos últimos años hubo gente que ha votado a Vox, el partido de ultraderecha. Y hay mucha gente que salió del armario ideológico. De repente, aquí hay gente que empieza a opinar que Franco hizo cosas muy bien y hay gente que lo empieza a defender. Entiendo tu pregunta, pero yo diría que está pasando lo contrario: sí había miedo a opinar que le parecía bien lo que hizo Franco. Y la versión oficial, después de muerto Franco, es que fue una dictadura, pasó lo que pasó, luego se entró en la fase de la transición, y aquí “todos somos amigos, hermanos, hay que seguir para adelante”. Y es un problema porque seguir para adelante sin mirar para atrás lo único que te lleva es a que las heridas no cicatricen y supuren. Aquí hay mucha contradicción en ese sentido. Hay gente que te puede decir de una manera híper sensible que lo que ha cometido alguien hace diez días es la mayor atrocidad que ha habido, cuando una persona mata a otra. Pero luego, cuando a esa misma persona, le dices: "Oye, es que aquí hay una asociación que quiere saber dónde están los huesos de tu abuelo, ¿qué te parece? ¿tendríamos que financiarla? Pues esa misma gente dice: "No, no, no, olvídate, ¿qué coños vamos a estar aquí con eso?". O sea que aquí hay una híper sensibilidad con una cosa y una falta de sensibilidad tremenda de esa misma gente respecto de otra cosa. Es muy esquizofrénico.