El 14 de abril de 1871, hace 149 años, se inauguró el Cementerio de Chacarita. Construido en tiempo record cuando la epidemia de fiebre amarilla comenzó a hacer estragos en la ciudad de Buenos Aires. La desesperación, ante la enfermedad y la muerte que parecía imparable, llevó a las autoridades de los dos cementerios existentes -el del norte, en la Recoleta, y el del sur, en Parque Patricios- a prohibir la inhumación de las víctimas de la fiebre. La mortandad recién empezó a reducirse en mayo, cuando llegaron los primeros fríos, el saldo fue de 14.000 muertos, el ocho por ciento de la población de Buenos Aires. Todo se colapsó en ese escenario dantesco.
El nombre del barrio, que da nombre al cementerio, es el diminutivo de Chácara o Chacra, una palabra quechua que significa quinta, granja. En este caso, se trataba de la Chacra del Colegio que la Compañía de Jesús tenía en las afueras de la ciudad desde mediados del siglo XVIII. Era el lugar elegido por los estudiantes para pasar sus vacaciones. Miguel Cané los describe, en su Juvenilia (1884), como un lugar de campo con un paisaje idílico. Por eso toda la zona se denominó Chacrita de los colegiales. Luego la zona se dividió en dos barrios porteños: Chacarita y Colegiales.
El ritmo de mortandad había superado todas las estructuras existentes, el presidente Sarmiento y sus ministros huyeron de la ciudad. No se contaba con los coches fúnebres suficientes por lo que los ataúdes se amontonaban en las esquinas a la espera de ser trasladados. Tampoco alcanzaban los ataúdes, muchos carpinteros habían muerto, y se empezaron a envolver los cadáveres en trapos. Se inauguraron fosas colectivas. Los muertos se acumulaban en las calles y en esas circunstancias decidieron destinar cinco hectáreas de lo que hoy es el Parque los Andes para fundar el Cementerio del Oeste, luego conocido como el Cementerio Viejo.
A los efectos de empezar a usarlo se creó el Tranvía Fúnebre, utilizado para llegar al cementerio por la calle Corrientes. Arrancaba su recorrido en la “Estación Fúnebre” en la intersección de las calles Bermejo (actualmente Jean Jaurès) y calle Corrientes, en un gran galpón se recibían los ataúdes. Todas las noches el “tren de la muerte” se trasladaba desde el barrio de Once hasta Chacarita con una parada en la estación Canning. Se llegaron a recibir 564 cadáveres en un día, y según testimonios periodísticos de la época, en un día murieron 14 empleados del cementerio. La Comisión Popular informó que había 643 cadáveres sin sepultar y se ofrecieron de enterradores voluntarios. Al hacerlo, rescataron de la fosa común a algunas personas que aún manifestaban signos de vida, entre ellas una francesa lujosamente vestida.
Unos años después de la epidemia, los olores y la falta de salubridad molestó a los vecinos del barrio. Por esta razón, el cementerio fue clausurado en 1875, siguió funcionando hasta el 9 de diciembre de 1886, cuando se lo clausuró definitivamente.
En 1887 se decidió inaugurar un nuevo cementerio al que se bautizó Cementerio del Oeste, a pocos metros del anterior. Los cadáveres fueron exhumados del viejo cementerio y llevados al osario general del nuevo. El uso popular nunca dejó de conocerlo como Cementerio de la Chacarita, por lo que en 1949 ése pasó a ser su nombre oficial. Desde el 13 de noviembre de 1903 funciona el Crematorio de la Ciudad de Buenos Aires.
Hace pocos años un grupo de investigadores franceses se sorprendió por las galerías subterráneas que desde los años 50 se construyeron en la Chacarita. Creadas por una de las primeras arquitectas y urbanistas argentinas, la poco conocida, Ítala Fulvia Villa (1913-1991). “Todo nos fascinó. La espectacular e insólita organización del Panteón Subterráneo, su estética brutalista, el diseño de Ítala Villa y su visión sobre la muerte en el mundo moderno”. En los años 50 se hizo esta reforma, una especie de edificio construido hacia el submundo, un edificio invertido. El proyecto Panteón Subterráneo de 1958, con toda su monumentalidad, encarna una visión funcionalista de la muerte, dejando atrás los cementerios históricos, como el de La Recoleta y la misma parte vieja de la Chacarita, en los que se reproduce una ciudad en escala reducida, con callecitas y edificios pequeños que hacen verdad la metáfora de la “última morada”. Frente a esta tradición, el proyecto de Ítala resulta innovador y audaz. Tiene 40 mil nichos ocupados.
El tango “El títere”, de 1965, con letra de Jorge Luis Borges y música de Astor Piazzola dice en uno de sus versos:
“Un balazo lo paró
en Thames y Triunvirato.
Se mudó a un barrio vecino:
el de la quinta del ñato”.
“La quinta del ñato” es la forma en que se referían a los cementerios en aquellas épocas, porque las calaveras no tienen nariz.
Con sus 95 hectáreas, nació en los arrabales de Buenos Aires en medio de una epidemia, y hoy ocupa el centro geográfico. Es uno de los cementerios más grandes del mundo dentro de una ciudad. Una ciudad que esta vez no quiere mirar para otro lado.