El clan musical de Rubén “Patagonia” Chauque está probando sonido y él, a punto de hablar con PáginaI12, no tiene demasiada idea de qué van a tocar. Tomás “Lipán” Ríos, con quien comparte escena en el Tasso tampoco. “No tengo la menor idea de lo que voy a hacer”, sorprende el jujeño cómodamente sentado en la terracita del boliche de Defensa al 1500. “Yo lo miro a él, lo escucho, veo la gente y ahí me brota del alma qué voy a cantar, y qué vamos a compartir, porque es una comunión espiritual”, desliza el hombre de la cuesta, que no podrá evitar esos clásicos que estremecen, como “Jujuy mujer”. “Yo estoy igual”, se ríe Patagonia, “Vamos a encarar ritmos basados en el kultrun, que es el tambor mapuche, mezclado con guitarras, teclados y aerófonos, porque todo hace a nuestro canto”, tira el sureño, a quien le será difícil evitar el “Aonikenk”, de Hugo Giménez Agüero. O cantarse un carnavalito, de la misma manera que su amigo del norte con el loncomeo. “Nos cruzamos, y vemos qué pasa, porque la idea es demostrar unión entre los hombres, sin tener en cuenta ideas políticas o religiosas. Es la misma tierra la que nos hace cantar. Nos miramos y aparece un diálogo espiritual que viene de adentro”, dicen.
Antes, Patagonia ya estaba creando el climax. “Los patagónicos estamos elaborando una postura musical y poética para mostrar las problemáticas del hombre de la tierra y del campesino, pero también del hombre de las grandes ciudades. Todo lo que uno intenta dar desde la música y la poesía, tiene que ver con la actualidad, pero también con lo que viene arrastrando el mapuche-tehuelche. Y hemos logrado que las comunidades entiendan que uno no toca el kultrun para ganar plata”, decía mientras irrumpía don Lipán. “¿Cómo va?... me demoré un poco”, se disculpaba el creador de “Caña mía”, mientras se sentaba en diagonal a su par sureño, y pedía vino tinto. “El concepto que queremos dar es el del ser humano y la hermandad de los pueblos, de las comunidades, de las distintas etnias y lugares, porque a veces hay una rivalidad sin sentido entre, por ejemplo, gente de Salta, con gente de Jujuy, pero en el fondo hay un mismo sentimiento hacia la tierra”. “Es así” –retoma Patagonia– “porque mucha gente se pregunta qué tienen que ver la Patagonia con el Altiplano, y yo digo que mucho, porque la misma pacha mapu (Madre tierra) nos une a través de la cordillera. Además, hay instrumentos, hay mensajes del hombre y su lucha cotidiana por afianzar la identidad y su libertad, y los ritmos también tienen mucho que ver en esto. Se han encontrado quenas rudimentarias en el sur, porque hubo gente del norte que llegó hasta allí. Incluso la palabra Winca, que no es despectiva, el pueblo mapuche del pasado la ha utilizado para decir inca, refiriéndose al imperio y no al blanco, que es el significado que tiene hoy. En realidad, la palabra significa “extraño a la raza”.
–¿En el Norte se vea un sincretismo más acentuado que en el sur?, ¿puede que se hayan fundido más el cristianismo con los cultos prehispánicos, dada la forma en que se realizó la evangelización?
Rubén Patagonia: –La historia nos cuenta que la conquista de la Patagonia ha sido mucho más violenta que en otras regiones, pero hoy día los abuelos volvieron a hablar del ngenechen, que es, como el Dios cristiano, una especie de dueño de la gente. También está el tema de la energía, del nehuén… todo está compuesto por esto, y por eso uno agradece al sol por estar vivo.
Tomás Lipán: –En el Norte, yo creo que la evangelización ha sido más fuerte, porque en todos los cerritos donde hay un caserío, hay una iglesia. Cristo ha llegado a todos los hogares, y ha prevalecido sobre las otras creencias lugareñas. Yo, por ejemplo, no tengo la alegría de decir “nosotros éramos tal cosa”. Lo único que recuerdo es que mi padre y mis abuelos adoraban al Tata Inti y a la pachamama. Lo demás es todo católico, aunque comulguen las dos cosas, porque muchos lugareños se persignan para evocar a la pachamama.
–Muchos historiadores sostienen que la evangelización en el norte ha sido menos violenta que la del sur. ¿Qué opinan?
R. P.: –No sé como habrá sido exactamente. Lo que sí puedo decir es que la constante fue la de invadir al otro, y negarle su cosmovisión… eso es algo que se nota hasta hoy. Muchas abuelas dicen “no se equivoquen, la conquista aún no ha terminado, todavía nos siguen saqueando”.
–¿Cómo vivió la represión sufrida por el pueblo mapuche en enero?
R. P.: –La represión a nuestros hermanos de la comunidad Pu Lof fue muy fea. Estuvimos una hora antes allí. No puede pasar. El pueblo mapuche y tehuelche está sufriendo una relegación. Se le pide que vote, pero el mismo gobierno no le da los derechos. Esto mueve a poner hasta el cuero, porque ya no se construye futuro con violencia, sino con respeto. En este sentido, se parecen la cosmovisión del hombre del Altiplano, y el de la Patagonia. En la Patagonia los pueblos originarios no piden un territorio, como antes, sino un espacio físico donde nuclearse. Pero hay una sociedad dominante que les falta el respeto, porque piensa al indio como ladrón, vago y borracho. No se entiende el verdadero concepto de ser hombre de la tierra.