En el marco del aislamiento social preventivo y obligatorio que desató la llegada del Coronavirus a la Argentina, subyace otra problemática que se perpetúa a pesar de la movilización y la conciencia y que recrudece en este contexto: la pandemia de la violencia de género. Línea 137, el nuevo documental de Lucía Vassallo, precisamente recoge la experiencia de una de las instituciones que por estas horas trabajan a destajo para contener la expansión del virus machista.
Creado en 2006, y coordinado desde entonces por la psicóloga y asistente social Eva Giberti, el Programa Las Víctimas contra las Violencias atiende las 24 horas, los 365 días del año, y actúa en la Ciudad de Buenos Aires, Misiones (Posadas, Eldorado y Oberá) y Chaco (Resistencia). Y en la presente coyuntura, frente al aumento de denuncias, sumó un medio de contacto por WhatsApp (113133-1000). “La línea recibe llamadas de todo el país, como la 144, pero en las ciudades que actúa tiene dispositivos para que cuando el llamado no se puede resolver por teléfono, y se trata de una urgencia, se pueda socorrer a la víctima, esté donde esté, en un juzgado, en una comisaría, en la casa o en un hospital. Eso es lo que me interesa que se difunda, para que esta experiencia se pueda replicar en todo el país”, cuenta Vassallo sobre su nuevo material que podrá verse este jueves y sábado, a las 20, en Cine.ar TV, mientras que a partir del viernes, y durante una semana, podrá verse online, y de manera gratuita, en la plataforma Cine.ar Play.
“Yo ya había filmado La cárcel del fin del mundo, y por eso venía trabajando con la temática de las instituciones, vinculada a la violencia y la represión, y estaba empezando a desarrollar un documental sobre la banda Las taradas, un grupo de música que tenía que ver con el feminismo por su trayectoria, y para armar una carpeta necesitaba una pata más teórica, y por eso la contacté a Marta Dillon que me dijo que había realizado una investigación sobre la Línea 137”, comenta la directora sobre los inicios del proyecto que se estrenó en diciembre de 2019, en el marco del Festival Mujeres ante la cámara, en La Habana.
Periodista, activista y editora del suplemento feminista Las 12 de este diario, Dillon comenzó a investigar el funcionamiento del programa en 2015, mientras militaba casi en simultáneo la fundación del movimiento Ni una menos. “Yo estuve cerca cuando inició la Línea 137, y también cuando cumplió diez años. Y cuando empecé a pensar este documental, recién habíamos hecho el primer Ni una menos en 2015, y uno de los puntos que pusimos en el primer documento fue que se federalizara la línea. Por eso me interesó poner el foco ahí y mirar cómo es ese trabajo”.
- ¿En qué consistió el trabajo de investigación?
Marta Dillon: - Acompañé a las operadoras de la línea, las escuché y conocí sus estrategias. La investigación es importante, y el guion se va escribiendo a la vez que se va filmando, pero la idea que yo tenía era que nunca se viera la cara de las víctimas y no se les hiciera preguntas más allá de lo que ellas estuvieran contando en el momento de la intervención. No quería guiar esas voces, sino que eso quedara crudo. Y Lucía supo captar eso de la pequeñez de los gestos, y de escuchar con respeto y con cuidado, y no intervenir. El documental es una exposición cruda de algo que sabemos todes: que una mujer, travesti o niña mueren casi cada día en la Argentina por violencia machista. Y queda claro con esto que no alcanza con una intervención estatal, ni con hacer una denuncia, sino que lo que hay que tener es un horizonte de vida digna que nos permita tramar gozos que no sean los de estar en pareja o tener alguien en la casa que funcione como fantasía de proveedor. Esos son cambios de paradigma muy profundos que en la película quedan expuestos.
- ¿Cómo fue la experiencia de filmar lo que se revela en el documental, teniendo en cuenta la complejidad de cada caso?
Lucía Vassallo: - El proceso fue pasando por diferentes momentos, y fue duro. Una vez que el Incaa nos aprobó el proyecto, empecé a ir a las comisarías a conocer a las chicas de la línea, y a hacer guardias con ellas, para entender la dinámica de su trabajo y qué tipo de rodaje tenía que armar. También para ver quién tenía ganas de ser protagonista y de exponerse siendo filmados en ese trabajo que es tan complejo. Y no fue fácil, porque no son actores. Y no es lo mismo hacer un documental como La cárcel del fin del mundo, sobre algo que ocurrió hace cien años, que algo que está pasando en ese momento, donde se está socorriendo a una chica que hace dos minutos fue violada. Al mismo tiempo, con la productora fuimos pidiendo los permisos para poder entrar a grabar en las instituciones, que fue lo más difícil de lograr.
- En el documental no se realizan entrevistas ni ningún otro tipo de intervención que indique la presencia de la cámara. ¿Por qué tomaron esa decisión?
L.V.: - Las personas que queremos hablar sobre este tema tenemos mucho acceso a la teoría, y podemos leer entrevistas y libros enteros sobre el feminismo o la violencia de género, pero no tenemos tanto acceso a las voces de las personas que están sufriendo estas situaciones, y me parece que es hora de bajar un poco a tierra para poder escucharlas, sobre todo cuando se animan a hablar. Yo aprendí mucho más sobre algunos temas estando con ellas que leyendo teoría. Por ejemplo, entendí que se repiten círculos de violencia en una persona o en una familia, y le puse mucha atención a darme cuenta cuál había sido el momento en el que la víctima decidió llamar por teléfono y pedir ayuda. Porque hay quienes ni siquiera pueden identificar que lo que viven es violencia, pero de repente pasa algo y se dan cuenta que eso está mal. También me interesaba poner en escena las voces de los profesionales que ponen el cuerpo y que son tan invisibles. Para mí son heroínas y héroes que también hay que visibilizar para mostrar lo importante que es el trabajo que hacen.
M.D.: - La idea justamente es que les espectadores sientan la incomodidad de muchas escenas, donde se ve que la intervención profesional que se realiza en algún momento se retira de un caso y no se sabe lo que pasa después. Hay una enorme fragilidad en las víctimas que necesitan de un tejido de redes sociales de complicidad, porque no alcanza con dar un código en una farmacia, y porque no es la justicia sólo lo que te salva, sino que esas personas necesitan saber quiénes de los que viven en su cuadra le van a abrir la puerta si les toca el timbre para pedirles ayuda. Hay una responsabilidad del Estado, pero también social, para poder generar redes que permitan no sólo salir de la violencia, sino también entender que hay otras vidas posibles por fuera de los esquemas que facilitan la violencia, muy ligados al ideal de una familia cerrada, y al ideal del amor romántico.
- En este contexto de aislamiento, las denuncias se incrementaron, y desde la irrupción de la consigna Ni una menos parecería que no sólo aumenta el número de víctimas, sino también la crudeza de la violencia. ¿Por qué advierten que ocurre esto?
L.V.: - Cuando cerré el documental hace unos meses, en el cartel final poníamos que había un femicidio cada 30 horas. Ahora son 23 horas. Creo que el hecho de que empecemos a hablar, y que dejemos de decir que son peleas de pareja, violenta más a los agresores y por eso toman represalias. Además, en este contexto estamos todos más nerviosos y más desesperados, y eso no es un justificativo para que alguien golpee, pero es una realidad que el aislamiento puede llegar a ser un factor de potencia de una violencia que ya existe. Ahora estamos obligados a estar juntos todo el día, y solo el hecho de cómo se reparten las tareas domésticas entre las personas que habitamos una casa puede provocar una discusión o una molestia.
M.D.: - Si se observan las cifras de los últimos cinco años, desde que dimos el primer grito de Ni una menos, no hay una variación muy grande, y se mantiene más o menos la misma cantidad de casos. Pero, sin dudas, el empoderamiento de las mujeres, de lesbianas y travestis, es una pérdida de ese supuesto lugar social que tiene la masculinidad como autoridad, como jerarquía, como proveedores y sujetos activos sexualmente. Hay una reacción social del machismo conservador que no puede arriesgarse a pensar en la pérdida de privilegios, y eso genera más crueldad. Pero tenemos que tener en cuenta que esto no se trata de una emergencia, sino que es un problema social endémico, que está calado en nuestra forma de sentir la pertenencia a un territorio, muy ligada al colonialismo, a los saberes de las Iglesias que se imponen como verdades y a las nociones de autoridad que seguimos teniendo. Nosotras estamos acostumbradas a convivir con un cadáver femenino todos los días, y eso no puede ocurrir más.