¿Qué sería del señor sin el siervo?, se pregunta Hegel en la Fenomenología del espíritu. Para completarnos como subjetividad necesitamos el reconocimiento de otra subjetividad. El señor se completa en el siervo. El señor es “para sí” y el ciervo es “para otro”. ¿Qué sería del propietario de country sin su mucama? Las cuidadoras de las necesidades señoriales sufren precariedad económica, pero son ricas en recursos de sobrevivencia. El señor, en cambio, no sufre precariedad mercantil, pero carece de sabiduría doméstica. La sapiencia de la mucama no se valora, pero su ausencia desespera. Puede ser encerrada en el baúl de un auto, humillada y explotada.

En un hogar, la falta del saber-mujer implica desajustes. No obstante, esa experiencia acumulada no se valora; menos aún en mujeres jubiladas como ama de casa. Se las considera no productivas, descartables. Flores marchitas. La pandemia ha develado intenciones ocultas que hasta hace poco inconfesables: un darwinismo social exacerbado.

Ancianofobia, quien tiene más de sesenta y cinco sufre sus efectos. Sobrevuela un holocausto expandido que se instaló en países, regiones e instituciones que no hospitalizan viejos. Bélgica, Holanda, Texas, Italia y lo que ellos mismos connotan “masacre de viejos”. Informes del FMI alertan sobre un peligro para la economía: la prolongación de la vida. ¡Vaya paradoja! Se gastan fortunas para lograr drogas que alarguen la vida y -al mismo tiempo- se fogonea una solución final para que esas vidas terminen antes de tiempo. Falacias criminales.

No es la prolongación de la vida la que daña las finanzas, es la escandalosa distribución de la riqueza.

Si los megarricos, en lugar de fugar y encriptar sus fortunas (que no se agotarían, aunque vivieran mil vidas) pagaran sus impuestos, no necesitarían reencarnar a Hitler. Las sociedades antiguas se hicieron poderosas aprovechando el saber de sus mayores, no matándolos. Pero la sociedad médico financiera sacrifica vidas en el altar de la diosa economía.

Una mujer mayor y sola, aún en pleno coronavirus, se las ingenia. A los varones solos, en general, les cuesta. ¿Cómo se cose un botón? ¿Cómo se maneja el lavarropas? La licuadora, ¿cómo se usa?, ¿y planchar?, ¿y freír un huevo?

La experiencia es una particularidad que las jubiladas acreditan. Una experiencia doble, pues viven más que lo varones, por lo tanto, enviudan más. Fueron domesticadas para la heteronormatividad y el cuidado. Hay más solas que solos. No obstante, poseen capacidades que la biopolítica no aprecia. Son aptas para la sobrevivencia, sin embargo, son matables. Incluso, en un Estado que privilegia la vida a la economía -como el que rige en Argentina- existen profesionales de la salud que, ante la posibilidad de un aumento de contagios, no dudan. Si hay un solo respirador lo usarán para el joven.

¿Quién tiene la vara para medir lo justo? En estos días nefastos, se ha dejado de lado la bioética. Una disciplina filosófica que se ocupa de la ética en la salud y alerta contra las decisiones dictadas por el mercado o los medios al servicio de la exclusión. No hay vidas descartables, todas tienen derecho. ¿Quién sobrevivirá al covid-19? El fuerte. Sin titubear afirman que fuerte es el joven. ¿Qué entienden por fuerte? Productivo. Aunque existe mucha productividad negada.

No es cierto que las mujeres de más de sesenta y cinco años no sean productivas, como no es cierto que las amas de casa no lo sean. ¿Quién mantendría la Gran Producción si no hubiera un ejército invisible de mujeres trabajando gratis para las necesidades de la existencia? ¿Quién valora la experiencia de las viejas?, ese conocimiento olvidado en una ética de la solidaridad.

Vieja es un significante cargado de descalificación. Según el discurso genocida 2020 la vejez no tiene derecho a la vida. Sería ingenuo o cínico pensar que el dispositivo tanatopolítico tiene otro fin que no sea más ganancias para los que más tienen. ¿Y la vida?, Pablo Milanés contesta: La vida no vale nada, si cuatro caen por minuto, y al final por el abuso, se decide la jornada.

Por el contrario, otros decididores -entre los que se encuentra el Estado argentino actual- consideran que la prioridad es la vida. “De la economía dañada se vuelve -dice el Alberto Fernández- de la muerte, no”.

Las viejas son poseedoras de un saber que no se les reconoce. Han accedido a una jubilación mínima como ama de casa, es cierto, pero ante una urgencia como la que estamos padeciendo sus competencias se desestiman. Demuestran habilidades también para establecer relaciones, gran capacidad de socialización (que no es el fuerte, por ejemplo, en los viejos solos). Incursionan en nuevos aprendizajes. Cuando ejercí como directora de posgrados había cursantes de más de sesenta y cinco años. El noventa por ciento eran mujeres Una licenciada en biología culminó la maestría en metodología de la investigación científica a sus ochenta. Se impone una reflexión ética y decisiones políticas. Se impone la necesidad de escuchar a las viejas en sus estrategias de supervivencia. Hay que dejarlas de ver como no productivas.

Las jubiladas como amas de casa o pensionadas son consideradas superfluas. Debemos un reconocimiento por el trabajo no pago que han hecho. Necesitamos escuchar sus saberes en la gestión de lo cotidiano. Sin dejar de priorizar su libertad, que muchas veces llega demasiado tarde. ¿Dónde quedó la ética de la vida? Si unas personas tienen derecho a la salud y otras no, hay fascismo.

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Cuando los griegos triunfaron en Troya, uno de los derrotados, Eneas, obtuvo piedad. Podía huir llevándose lo que considerara más valioso. Algunos llenaban sus alforjas con piedras preciosas, Eneas pidió salvar a su padre anciano y paralítico. Lo cargó sobre sus hombros y huyó de la ciudad del caballo embarazado. Llegó al Lacio. Enes es el fundador mítico de Roma tal como lo relata Virgilio en La Eneida. Cuidar de los ancianos no impedía fundar imperios. Pero el capitalismo financiero descarta experiencia y vidas. Higinio -otro latino- cuenta que durante un incendio que destruyó Sicilia, los jóvenes arriesgaron sus vidas para salvar a las ancianas. Aunque el coronavirus transmutó los valores. Desestima vidas y experiencias. La viejofobia reinante (y el aniversario de su muerte) me recordaron a Sartre, quien sostiene en La Náusea que la experiencia es mucho más que una defensa contra la muerte; es un derecho inalienable de la ancianidad.