Acatamiento, orden, distancia; pero también amor, permanencia, armonía, secreto e intimidad son algunas de las palabras que describen el Japón que se desprende de la última novela publicada en Argentina de Aki Shimazaki. Nacida en 1954 en Giusu, ciudad principal de una de las prefecturas del centro de la isla, la autora vive en Montreal desde 1991. Nacionalizada canadiense, comparte territorio con otros escritores nipones publicados con éxito en distintos idiomas, como Haruki Murakami, Banana Yoshimoto, Yukio Mishima o Yasunari Kawabata, quizá la diferencia radique en que ella escribe en francés. Una mujer a la que es difícil rastrearle la biografía más allá de su formación como lingüista, traductora o la trayectoria como novelista con reconocimientos, que incluyen el Ringuet en el 2000 y el Premio Gobernador General en el 2005 de ficción en lengua francesa. La particularidad es que ninguno de estos rasgos que podrían dar indicios de lejanía –la escritura en una segunda lengua o la larga residencia fuera del país natal—la han apartado de Japón, núcleo dramático y escenario casi excluyente de su literatura.

El título de la novela es una referencia directa al tema que trata. Yamato es el nombre de un acorazado de la Armada Imperial Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Buque insignia, hundido por las fuerzas estadounidenses y encontrado en el Océano Pacífico en 1985. El nombre es en honor a la amplia región central del Japón, de donde dice la leyenda descendió el primer emperador Jimmu, linaje que continúa hasta el actual Naruhito. Así, sin artilugios que la precedan, El corazón de Yamato es una novela sobre Japón: sus ritos y reglas, modos de llevar o recuperar afectos familiares, pérdidas, levantar ciudades bombardeadas, aceptar el suicidio como posible fin o la aceptación inapelable de un destino marcado. De cómo el mundo y sus paisajes entran en una isla, y esa misma isla desde su aparente pequeñez con la extensa China de frente, sabe lanzar líneas de contacto y rutas con el mundo de los negocios. Todo sucede en varias ciudades de las prefecturas de sur a norte, los personajes viajan por el país describiendo costas, comidas, rutas. También, como pinceladas de un kanji o pictagrama, momentos que traen noticias de San Pablo, Nueva York, Los Ángeles, Montreal, o Singapur. Un puñado de temas narrados con tramas sencillas, personajes sin muchas aristas que logran contar desde distintas voces en primera persona cómo y en qué frecuencia late el país.

La novela está compuesta por cinco nouvelles editadas en el mismo orden en el que fueron publicadas entre el 2006 y el 2012. Mitsuba, el nombre de una niña; Zakuro, un restaurant en la ciudad de Yokohama; Tonbo, una libélula que nace en los calores del sudeste asiático y vuela -viaja- para morir en el norte de Japón; Tsukushi, una planta conocida como cola de caballo, plumero, largos tallos que bailan con la mínima brisa y no da fruto; Yamabuki, flor silvestre de un amarillo intenso con cinco pétalos. 

Nombres propios que enmarcan conflictos que apenas se rozan o comparten personajes, cinco trazos en una sola estructura narrativa de obra entera en el silencioso mundo de Aki Shimasaki. Sin llevar un orden cronológico, todas las historias flotan en un tiempo que va desde mediados del siglo pasado hasta los 2000, con la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas como constante telón de fondo. Astillas que en algunos casos se vuelven invisibles pero siguen operando en las relaciones familiares y en la conformación del país y su relación con el mundo. Mínimas pero certeras menciones en cada una de los relatos dan cuenta del momento histórico en el que nos encontramos cada vez, la sola mención a Nixon en las noticias del diario que lee un hombre tomando té, mientras espera que la lluvia pase para poder salir, las reflexiones sobre burbujas económicas o referencia a la recuperación de ciudades como paisaje de fondo desde las ventanillas de un tren que va de Fukuoka a Tokio.

En mayor o menor medida cada relato está relacionado con una empresa exportadora llamada Goshima. Un espacio presente en la novela que alcanza y relaciona a todos los personajes, como una sombra de la cual finalmente logran desmarcarse. Desde un hombre de negocios que se enamora de la recepcionista, un director de recursos humanos que renuncia para seguir el sueño de dirigir una academia de estudios, bancarios de alta talla ligados a la dirección de la empresa. Un Jubilado con una sólida historia de amor, o un empleado que cree que su padre ha desaparecido en la Siberia mientras la madre internada en un geriátrico con Alzehimer sabe y no se equivoca, que su esposo aún vive y la va a ir a buscar un día u otro. Es interesante durante la lectura ir descubriendo los grados de ligazón entre las historias, que no siempre son tan evidentes. Espacios y tiempos tan lejanos y a la vez tan cerca como lo que dejan ver una serie de puertas corredizas de papel de arroz o la posibilidad de transitar públicos jardines que se vuelven íntimos en senderos que se bifurcan para llegar al mismo lugar, al mismo corazón.

La escritura es simple, el acercamiento a cada trama puede resultar naif, atribuible a la expectativa de argumentos y líneas con un formato único de nouvelles con tensiones subterráneas que sostengan el relato. En El corazón de Yamato hay puro devenir y acontecer. La lectura es llevadera, corre como agua tranquila en curso seguro, sin sobresaltos y no por eso con menos carga de impresiones y honduras. 

El imperio de los sentidos se hace presente y quedan en la retina todos los contrastes que puede desplegar una pregunta sobre la llegada del otoño de una mujer que espera con un liviano saco color naranja, la costa nocturna de la ciudad de Kove o las flores del cerezo cargadas de nieve en la ciudad de Tokio. El libro cierra con un glosario, al que no siempre es necesario recurrir. Será que hay ideas clavadas en lo profundo de las tradiciones japonesas que no tienen traducción ni para la escritura de Shimazaki.