¿Necesitábamos otra Emma? ¿Una con rulitos, coreografías y colores pastel? Una de las novelas de Jane Austen más adaptada a las pantallas vuelve con una versión hiper estilizada y algo pop: lejos de la elegancia de ballerina de Gwyneth Paltrow y su cuello de cisne en la Emma de 1996, o de las aproximaciones algo más realistas al período Regencia de la serie de la BBC que interpretó Romola Garai (2009) o la película para televisión con Kate Beckinsale (1996), esta versión de la novela publicada en 1815 está a cargo de Autumn de Wilde, una directora que hace su debut en el cine después de toda una vida dedicada a la fotografía y a dirigir videos musicales. 


De Wilde es un personaje que vale la pena googlear: suele usar trajes con corte de varón, sombreros de ala ancha y sus referentes de estilo son Oscar Wilde y el oso Paddington. De madre británica, muy anglófila, la fascinación de esta directora por el período que representa —o una versión pop de ese período—, hiperbólica, sobrecargada y festiva, tiene un aire a lo que hizo Sofia Coppola en María Antonieta: fuera rigor histórico, bienvenidos anacronismos, como si fuera una chica fascinada con Austen que hace de toda la película el cuarto de una teen de este siglo incrustada en un lugar que no existió hace doscientos años sino en su adolescencia lectora.Esta Emma tiene lugar en un rincón de la campiña inglesa bastante poco rústico, de praderas alfombradas de un césped verde brillante y cielos celestes, casas que por fuera son sólidas mansiones de piedra pero por dentro tienen cuartos rosados, verde agua, celestes: quizás la casa de muñecas que nunca pudimos tener, esa de varios pisos y detalles rococó, sea la referencia más simple para describir la sensación que transmiten los interiores y decorados de esta Emma,que parece una versión de Austen filtrada a través de esa otra versión de Emma que fue lagloriosa Ni idea (1995).


Como Cher en esa adaptación contemporánea de Amy Heckerling, la Emma de Autumn de Wilde es más frívola de lo que una heroína de Austen podría ser, y también es probablemente la Emma más mala que se haya visto. Anya Taylor-Joy es un hallazgo en este papel: muy joven, casi adolescente, con esa cara de gacela o antílope de movimientos rápidos y atención a lo que está fuera de su rango de acción, con su capacidad para fingir y ser encantadora incluso cuando es maliciosa, estamos frente a una Emma que se transforma a lo largo de la película, sobre todo porque parte de un estado imperturbable, sin una pizca de vulnerabilidad, para ir hacia una versión más humana de sí misma.El casting es maravilloso; Anya Taylor-Joy es jovencísima pero ya se había ganado el lugar de promesa del cine como protagonista de La bruja (2015), y la rodea un grupo que hace que la película esté llena de detalles deliciosos: el padre es el indestructible Bill Nighy, siempre con esa mezcla entre fastidiado y encantado de la vida, Knightley es el músico Johnny Flynn, Mia Goth es una Harriet que tiene vida propia y la historia es la de siempre, pero al mismo tiempo no. Emma Woodhouse, rica y despreocupada, creció como una niña mimada, vive sola con su padre anciano y se dedica a armar parejas para matar el aburrimiento de una vida demasiado tranquila, hasta que uno de sus planes para manejar a lxs que la rodean como títeres sale mal y ella misma queda expuesta. Esta versión enfatiza el costado caprichoso de Emma hasta volverla casi desagradable, una chica que de vivir en nuestra época mostraría una vida perfecta en Instagram, y le permite, sin embargo, crecer. Más sexy, con una amistad femenina preciosa que en otras versiones más fieles a la novela quedaba limitada por las diferencias sociales, colorida y deslumbrante, esta Emma aggiornada y llena de vitalidad es la versión de Austen que no sabíamos que necesitábamos.