“Ahí están, ahí están, los que mataron a Kosteki y Santillán”, le cantaban a la policía las distintas agrupaciones de los movimientos sociales, cuando intentaban subir al Puente Pueyrredón. Cuando la policía les tiró gas pimienta a los militantes que estaban en el primer cordón, muchas personas se lanzaron a correr para alejarse del lugar; había personas mayores, mujeres y varones con bebés en brazos o en cochecito. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, había dicho que no iba a permitir el corte –ante cualquier manifestación repite lo mismo–, pero como viene sucediendo, no pudo evitarlo. Así, ayer a la mañana los movimientos sociales encabezados por la CTEP, Barrios de Pie y la CCC, coparon el puente en su totalidad, cortando ambas vías, la de ingreso y la de salida de la ciudad.
“El puente es nuestro la puta que lo parió, el puente es nuestro...”, festejaban eufóricos, mientras muchos seguían limpiándose la cara, pasándose limón o echándose agua para mermar los efectos del gas. Un militante de la Darío Santillán, de pechera roja y con los ojos también rojos por el ardor y la bronca, le gritaba al policía que arrojó el gas: “¿No ves que hay chicos acá, bebés? Hijo de puta”. Sus compañeros intentaban calmarlo. La situación era tensa. Había cinco camionetas llenas de policías, y más agentes en motos. “Borombombón, borombombón, el que no salta, es un botón”, agitaban los de la CTEP, que llevaban una virgen en andas en un altar móvil. En el primer cordón predominaba la indumentaria futbolera, remeras y camperas de clubes europeos: Barcelona, Bayern Munich, Real y Atlético de Madrid, los Manchester. Nadie tenía la del PSG francés...
Cerca de las doce la policía cedió y las columnas avanzaron. Los dirigentes estimaron en cuatro mil el número de manifestantes en el lugar, uno de los 300 piquetes que realizaron ayer en todo el país las organizaciones sociales. “Estamos reclamando por el cumplimiento de todos los compromisos contraídos por este gobierno, nacional, provincial y municipal, por la Emergencia Social, por la aplicación de esa ley. Pero lo que encontramos es una dilación, solo la llevan para adelante”, dice Alejandro, de Quilmes, que lleva una gorra y una remera del Movimiento Evita. “Son alrededor de ocho millones de trabajadores los de la economía informal: cooperativistas, artesanos, manteros, cartoneros, etcétera. Una fila que hoy se engrosó.” Alejandro cuenta que “en el conurbano profundo te encontrás con gente absolutamente sin recursos, que el fuego lo encienden con madera, no tienen ningún servicio, no hay luz, agua, cloacas, está todo contaminado, compañeros que viven a la vera de los arroyos. Lo que estamos pidiendo es trabajo digno”.
A unos metros, Mónica, de Florencio Varela, corta pollo en una mesa roja. Con otros y otras militantes, cocina arroz con pollo para más o menos 200 personas. Hay diez latas de arvejas, pero nadie llevó abrelatas, así que un señor se luce abriéndolas a puntazos con un cuchillo que era la gran atracción, porque tenía el cabo y el mango ilustrados con el correntino Gaucho Gil. Mónica deja el pollo y cuenta: “Hay muchísima necesidad. Este Presidente dijo que iba a lograr pobreza cero, ¿dónde está? En los barrios más carenciados, más humildes, de donde yo vengo, van cada vez más chicos con su familia por la copa de leche. Hay pibes que se van a dormir con lo que se les da en el merendero: un mate cocido, un chocolate. Un guiso alguna vez. Hacemos malabares”. Ella es cooperativista, cobra 4 mil pesos por mes y aclara –por si hiciera falta– que no le alcanza. El comedor se llama Sonrisa feliz, recibe entre 150 y 200 chicos todos los días. “Hay chiquitos que se van a dormir con lo que les damos ahí. Los padres lloran los dos, que no tienen trabajo, que los echaron y no consiguen nada”, termina Mónica.
“El Gobierno no escucha, crece la pobreza.” “Aumento ya, con 4 mil pesos no podemos vivir.” “Paro nacional ya.” Eso decían algunos de los carteles de la manifestación. Muy pocas banderas en las columnas, ninguna pancarta. “Macri = Hambre”, resumía otro cartel.
Desde el Frente Popular Darío Santillán, Graciela exige: “Los movimientos sociales venimos reclamando hace muchos años. Estamos cobrando cuatro mil pesos. Lo que tiene que entender la gente es que, cuando llegamos a estas medidas, es porque ya nos cansamos de las promesas, no es que venimos de una. De promesas no se vive”. Sobre el puente donde está parada, piensa y dice: “Para nosotros tiene una mística muy especial, porque en el 2002 nos reprimieron y nos mataron a dos compañeros (Maximiliano Kosteki y Darío Santillán), cuando también reclamábamos por comida y trabajo. Una situación muy parecida a la actual, y lo aseguro porque tengo muchos años”.
La policía está lejos, pero las organizaciones nunca dejan de estar atentas. Además de las combis policiales, llegaron un carro hidrante y siete camionetas de la Prefectura, aunque la mayoría de los uniformados están al pie del puente comiendo un sandwich o un choripán.
El cordón de seguridad del Movimiento Popular La Dignidad está formado detrás de su bandera, en una perfecta fila, recta. Los escudos que tienen son de plástico, barriles azules de plástico partidos al medio, que también tienen dos agujeros, donde pasan una soga gruesa que sirve para sostenerlo.
Barrios de Pie tiene un sector más distendido. Hay una veintena de militantes formados en círculo dándole al bombo y al redoblante, para que el medio sea un carnaval. La edad no es impedimento, cualquiera que pasa puede sumarse.
Los organizadores cuentan que en todas las provincias se llevan adelante acciones, con la olla popular como eje, como símbolo potente del hambre. En el Puente Pueyrredón hay cerca de 50 ollas, ollazas, ollitas; nadie salió del guiso: de fideos o arroz, con carne o con pollo.
En todas las mesas de cocina, armadas con caballetes, quienes cocinaban eran siempre mujeres. Matías, del Palomar, quiso romper con el patriarcado. Revuelve una olla de más de cien litros con un palo de escoba, mientras otro echa agua con un bidón de veinte litros. “Vinimos por la falta de trabajo que hay, por el hambre –sintetiza–. Porque en esta sociedad los que estamos abajo nos hundimos cada vez más, pero los de arriba también suben cada vez más.” Matías forma parte de Vientos de Libertad, una organización que ayuda a personas que sufrieron adicciones, que actúa en coordinación con la CTEP, y que todos los jueves en la Plaza Congreso organiza ollas populares. “La gente que realmente lucha en la calle, laburando, ensuciándose y transpirando, es la que hoy esta acá. Por un futuro mejor”, dice y se va, a seguir.
La lluvia llega cerca de las dos de la tarde y logra lo que la policía no, que los manifestantes den por terminada la protesta.
Informe: Gastón Godoy.